Así no se puede...

Lamberto Roque Hernández

Con el corazón en la mano, fuerza a los que han visto
desaparecer de manera forzada a sus seres queridos.


Ilustración: Lamberto Roque Hernández

Me puse frente al ordenador para tratar de escribir algo. Un cuento. Una narrativa. Darle voz a algo. Poner en pantalla  alguna leyenda de esas de mis rumbos. Para entretener a quien correspondiera en su momento. Y nada. Se me enredaron las ideas, y la punta de la madeja ni para encontrarla. Siento desde ya hace unos  días como si quisiera vomitar. Hay algo atorado adentro. Pasó como si se me hubieran ido las ganas de escribir.

¿Para qué? 

¿Para quién?

Hay dolor en mis dedos y enojo o frustración, impotencia o encabronamiento en mis adentros. 

Aunque lejos,  me lastima la herida del país mío que desde aquí  miro. Me duelen sus muertos y muertas. Injustos. Me lastima  que los jóvenes hombres y mujeres que opinan y exigen, que participan y luchan de manera pacífica para mejorar las situaciones en las que viven ellos y los del mismo México; sean condenados a morir. Y, no sólo a eso, sino a que les interrumpan sus sueños de maneras grotescas.

Eso  no es de seres humanos.

Se me retuerce el alma, y de ahí tal vez vengan las ganas de vomitar, cuando leo las noticias en los diarios y me entero  de las maldades que abruman a los humanos. No solo en mi otro país, sino alrededor de nuestro planeta. Y me busco un tiempo para cuestionarme acerca de donde fallamos como seres pensantes y reflexivos. 

Miro hacia atrás, y caigo en la cuenta, de que casi siempre hemos fallado a nosotros mismos. A través de la historia hemos estado en guerra hasta con nosotros mismos. Enfrentamos una beligerancia interna constante. Primero. Nos controlamos  a nosotros mismos. Después a los demás. Maniatamos al animal que llevamos adentro. Lo alimentamos de lo que sea para calmarlo. Religión. Literatura. Música. Etcétera. Y a veces no es suficiente comida. La bestia quiere más. Siempre más.

Se dan casos en el que no podemos con él —animal— y lo soltamos de repente, a veces, solo para enseñarles a los demás quien manda. Quien es el más chingón. Y cuando al animal le gusta este placer infinito que da el ser el más poderoso, el más cabrón, el más fiero, devora  al hombre que lo guardado. Lo derrota para así ser la bestia que siempre quiso ser. Que siempre ha sido.

Destroza a quienes están en su contra. Ataca a quien le hace ver sus verdades. Arremete  en contra de los que aún piensan. El pensamiento benévolo de los demás le causa un miedo horrible. Por eso los destroza sin importarle el llanto de las madres que los gestaron. Ni los gritos desgarradores de los padres. Es bestia.

Aunque también hay días en que la bestia que tengo adentro, se inmuta con lo que alrededor sucede y se revuelve de dolor.

Me deja escribir.

Lamberto Roque Hernández, escritor, artista plástico y educador originario de San Martín Tilcajete, Oaxaca. Actualmente radica en Oakland, California. Es autor de Cartas a Crispina y Here I am.