Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Suplemento Cultural de La Jornada
Domingo 6 de septiembre de 2015 Num: 1070

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

¿Qué hay por Europa?
Yordán Radíchkov*

Bangkok, puerta
de Indochina

Xabier F. Coronado

Mariano Flores Castro
y Máximo Simpson

Marco Antonio Campos

Ecológica
Guillermo Landa

La interioridad
(o la paradójica
edificación de un hueco)

Fabrizio Andreella

Israel y Palestina:
coincidir en la resistencia

Renzo D’Alessandro

Leer

ARTE y PENSAMIENTO:
Tomar la Palabra
Agustín Ramos
Jornada Virtual
Naief Yehya
Artes Visuales
Germaine Gómez Haro
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Paso a Retirarme
Ana García Bergua
Cabezalcubo
Jorge Moch
Jornada de Poesía
Juan Domingo Argüelles
Cinexcusas
Luis Tovar


Directorio
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La Jornada Semanal

 

Los márgenes ejemplares de la historia

Luis Guillermo Ibarra


El gran océano,
Rafael Bernal,
Fondo de Cultura Económica,
México, 2015.

En esta obra, Rafael Bernal (1915-1972) se revela como un ferviente seguidor de la historia de larga duración y de los procesos de “transculturización” en los relatos de la “expansión de Occidente”. El impresionante y vasto espacio marítimo, maravilloso y enigmático, con “miles de islas relegadas”, “habitadas desde tiempos antiguos”, lo convierte, como recomendaba el historiador Toynbee, en el “estudio de un campo histórico inteligible”. Diarios y crónicas de viajeros, desde los de Magallanes y Pigafetta, le ofrecen un amplio panorama de casi cinco siglos repletos de conquistas, expansiones y conflictos. Esta obra, concluida en 1965, muestra el trabajo de la historia bajo el impulso de una certera disciplina y una gran pasión. Sin embargo, la ganancia mayor para los lectores es la de un estilo trasparente, evocador de los acontecimientos históricos como una “gran trama narrativa”.

El mismo año que finaliza esta obra, Bernal publica el libro México en Filipinas: estudio de una transculturación. Como Ministro de la embajada de nuestro país en Manila, el autor se convierte, de manera inmediata, en un observador y estudioso de aquel entorno, con más cercanías que distancias respecto de  México. El festejo de los cuatro siglos que habían pasado desde aquel momento en el que don Miguel López de Legazpi partió del puerto de Barra de Navidad, en Jalisco, para colonizar el archipiélago del mar oriente, fue propicio para redescubrir la relación histórica entre ambas naciones. El encargo que se le hace al escritor y diplomático, el de escribir un  libro en el que se mostraran los lazos que unieron y seguían compartiendo Filipinas y México, tiene como respuesta una obra en la que cobran trascendencia las nuevas miradas a la “transculturización” entre Oriente y Occidente.

Rafael Bernal resalta la construcción de identidades propias de un país. Desde los primeros proyectos de expansión, a veces de espaldas a la corona española, en medio de intrigas, traiciones o solidarias aventuras de conquista, desde América, se vislumbran ya esas señales de una historia contada desde la antesala de regiones aún por edificarse. Filipinas entraría en esta trama de conexiones geográficas. Sin embargo, aún con la expansión de Occidente, el eco de la cultura oriental, situada en estas islas desde el siglo VII de nuestra era, prevalece y triunfa. Bernal conecta así pasado y presente, analiza las costumbres, la vida social y la estructura familiar, sin olvidar las libertades religiosas y de enseñanza, la autonomía de las fuerzas armadas y el imperio de una lengua que da vida a una cultura que, a veces, parece no haber sido tocada por la expansión occidental.

Si Rafael Bernal hubiera escrito sólo estos dos libros, seguramente su pasaje a la historiografía mexicana, por sus originales aportaciones, lo tendría –como lo tiene ahora– más que asegurado. Sin embargo, en el escritor mexicano, nacido un año después de la guerra del siglo, había algo más que esas preocupaciones. Cuando concluye y publica aquellas obras ya era un escritor maduro, rayando en el medio siglo. En aquel entonces, a pesar de sus andanzas por Estados Unidos, Canadá, Filipinas y varios países latinoamericanos, el periplo de sus aventuras políticas, su trabajo periodístico y diplomático, su muy discreta y apartada vocación literaria, representada en seis novelas, un libro de cuentos, dos libros de poesía y media docena de obras de teatro, su labor como guionista de cine, se mantenía un tanto alejado de las esferas mayores de la intelectualidad mexicana. Sin embargo, para quien se atreva a pensar en un escritor que abrió las puertas a las más fructíferas osadías en la narrativa mexicana, no debe olvidarse de él.

El referente histórico es un elemento básico para entender muchas de sus novelas. La obra de Rafael Bernal se traduce en una capacidad insólita para nuestras letras: la de haber creado en pleno siglo XX una serie de “novelas ejemplares”. Pero también por el hecho de haber situado los márgenes históricos en sus variadas tramas narrativas.

En su novela policíaca El complot mongol (1969), su obra más celebrada, entreteje de un solo tirón historia de la Revolución mexicana, los escenarios de los conflictos políticos internacionales y nacionales, la cultura oriental y la Ciudad de México, temas ya referidos por el escritor. Lo importante es esa nueva reescritura que hace de ellos y la manera en que los sostiene y los incrusta en los discursos de la Revolución mexicana ya institucionalizada y con claros visos de decadencia.

Nadie puede resistir el impacto ante una genialidad que alojó a un original historiador, al visionario de la más original fábula de ciencia ficción mexicana, al puntual y a veces extremo novelista político y de la Revolución, al hilarante creador policial, al cuentista postrevolucionario o al poeta. A contracorriente, al margen de lo establecido por los lineamientos intelectuales desde la oficialidad mayoritaria del país, Rafael Bernal no tuvo el reparo de ser todos los narradores que quiso ser.

Mencionamos la importancia que tuvo la historia en su oficio de escritor. No debemos dejar de lado el lenguaje, el cual se convirtió en objeto de estudio para su tesis Mestizaje en el idioma español en el siglo XVI, por la que obtendría el Doctorado en Letras, cum laude, en la Universidad de Friburgo, Suiza; ese lenguaje que fue su arma mayor para borrar ese olvido al que se le condenó por mucho tiempo.



El ojo de dios,
Guillermo Tessel,
Planeta, México, 2015.

Bajo el nombre que aparece en portada está el de Gabriel Gómez López, investigador docente en la Universidad de Guadalajara, que entre otros títulos ha publicado Con la punta su arpón y ha colaborado en los volúmenes colectivos Acercamientos a Olga Orozco y Literatura en diálogo. Asimismo, en 2008 obtuvo mención en el Concurso Nacional de Cuento Agustín Yáñez. El “ojo de dios” al que alude el título es un faro que “ilumina la antigua ciudad de Iskandria, gemela de Alejandría [...] estrechamente ligado a Alejandro Magno y a su misteriosa muerte, así como a un decrépito anciano que finalmente se revelará como el hermano del tirano Demetrios”. Con esta novela, Gómez López/Tessel toma un lugar entre los autores que involucran su capacidad narrativa en la confección de fábulas donde lo más notorio es la mixtura entre el dato histórico, la ficción pura y gran cantidad de elementos propios del simbolismo esotérico.