jornada


letraese

Número 230
Jueves 3 de Septiembre del 2015


Director fundador
CARLOS PAYAN VELVER

Directora general
CARMEN LIRA SAADE

Director:
Alejandro Brito Lemus



pruebate



editorial

Joaquín hurtado

Selfie con el Oso tapatío

Indomable en su vocación extrovertida de estrella porno amateur, el Oso reparte rabiosas postales. Es ya nivel trend en los tableros espurios de la red. Practica el deporte inagotable llamado cruising o ligue sexual anónimo en la frontera de la infracción y el humus antropológico.

Nada en el Oso condesciende con la medianía. Es dueño de un campo homo, bizarro, donde sólo cabe la estructura genital de los machos primitivos. Es incesante su búsqueda de lo extremo en los umbrales de lo aséptico e ilegal.

Hace alarde de eventos eróticos allí donde sólo florece el fango de la infección. Se erige en verdugo y víctima, héroe y villano, juez y parte en efímeros performances montados al vuelo de la muerte. Su abrazo rústico merodea rincones, callejuelas, baldíos, circuitos gay y sitios benditos.
Hurga en las heridas del cuerpo repudiado, se vanagloria de trastabillar en los desfiladeros fatales. Concentra sus afanes en los residuos del estereotipo machista, refresca la estética de la canallesca. Levanta pedestales o cadalsos con los albañiles, cargadores, franeleros, vagos, teporochos. Vatos feos, rudos, piel morena, ajada, sucia. Literaria.

Oso sale a flote de su tóxica conciencia por su entrega total y sincera al cotorreo lépero y libérrimo. Se cierra al arrepentimiento. Goza de los ardides minuciosamente planeados por él mismo. Sus guiones siempre se cumplen al paso de una cámara nerviosa. Sus experimentos visuales rebozan pasión visceral. Son brutales, provocadores, incómodos, imperdonables. Veneno puro para los acuerdos políticamente correctos. Dinamita contra la razón medicalizada y boba. El placer se recodifica en el esperpento, no escatima en resignificar la belleza podrida.

Se tira a matar por casi nada. Allí donde comienza la selfie meticulosamente encuadrada en el orificio ajeno, mueren los programas de prevención y control epidemiológico. De ese tamaño es el monstruo gentil. Entre el robusto Oso y sus compinches se negocian las lindes del deseo y la catástrofe.

Oso ejecuta su amoroso crimen montado a pelo. Sus ojillos parecen disfrutar el escándalo del bareback mientras haya un arsenal de falos desechables. Devora semen a raudales, jamás desperdicia una gota del néctar infame. Puntual aperitivo que promete platos más suculentos.
Su olfato siempre lo lleva a la mera mata, impacientes saltan las presas, se le entregan felices. Su apetito es legendario; su gula, implacable. Desnuda la utopía del sexo rigurosamente vigilado. Ha triunfado en la competencia de los egos exasperados. Deambula insensato en la web de los cobardes y mirones. Navega sin brújula, ebrio de placer, en las islas desoladas del sexo industrial. Carnitas en subasta.

Deja testimonio de un juego siniestro entre los condenados a las catacumbas. Afuera quedan las ruinas de sus autohomenajes hediondos, eternizados por un ego en llamas. Escombros del castillo de una sexualidad inviable, aburrida, fracasada. Nada se deja fuera de sus composiciones gozosas, ahítas de fluidos, pelambres y pellejos. Su efigie se impone donde sólo abunda la vacuidad. Las evidencias nos hunden a los convocados por el Oso. Mi mirada cómplice afianza su ritual concupiscente. Nada perdona a la plebe desenchufada del sida y sus anatemas.


S U B I R