Opinión
Ver día anteriorMiércoles 26 de agosto de 2015Ver día siguienteEdiciones anteriores
Servicio Sindicado RSS
Dixio
 
Progresismo, populismo y abanicos de tonta
E

n los veranos sofocantes de allá lejos y hace tiempo, mi abuela usaba abanicos de distinta calidad. A los ordinarios, siempre se les soltaba el clavito que une las varillas por un extremo. Rezongaba: Se desencajó la telita. Mi abuelo, campeón de crucigramas (y, por tanto, indefectible corrector de palabras mal empleadas), le decía: “No se desencajó ‘la telita’. Se desencajó el país”.

En efecto, también se llama país a la tela (papel, piel) semicircular que, adherida a las varillas unas sobre otras por ambos lados, permite el despliegue del abanico. Pero sin el clavito, el país se desencaja. Ahí está el detalle.

En la Francia de los luises, el país de los abanicos se ilustraba con dibujos que idealizaban el mundillo versallesco. Y en la de Robespierre o Napoleón, con utopías alegóricas, a la revolución. Luego supe que ambos términos (ideal, utopía) suelen referirse a planes, proyectos o doctrinas optimistas, pero improbables al momento de su formulación.

En el siglo pasado, el neoliberalismo fue la utopía del capital. Y el comunismo teleológico, engrudo del socialismo ideal. ¿Conviene, entonces, optar por el justo medio? Ocurrencia de Aristóteles, el justo medio nunca fue justo ni medio. Por eso, cuando el clima político de un país sube, aparecen los abanicos de tonta, dicho que antaño se empleaba para señalar lo que se mueve sin concierto.

Los abanicos de tonta (con el clavito oxidado) se venden de a peso entre los grupos que en América Latina, en sendos lados de un país, hablan de populismo o progresismo. Veamos:

Una izquierda…

Ultra (sin violencia no habrá ­revolución).

Extrema (a veces, la violencia es necesaria).

Radical (tiende a justificar las anteriores).

Neurótica (apoya la democracia cuando le conviene).

Alienada (ideales y utopías que imagina a futuro).

Virginal ( small is beautiful).

Existencial (si el mundo no la comprende, se deprime).

Y una derecha…

Ultra (sin violencia no habrá ­seguridad).

Extrema (a veces, la violencia es necesaria).

Radical (mano dura, pero que otros la apliquen).

Neurótica (apoya la democracia cuando le conviene).

Alienada (aquí y ahora es lo que importa).

Virginal ( yeahhh… small is beautiful!).

Existencial (si el mundo no la comprende, se deprime).

Casi todas (no confundirlas, gracias) se sienten incorruptibles, puras. Pero en rara sincronía, todas anuncian el fin de ciclo del (por derecha) horripilante populismo, y del (por izquierda) frustrante progresismo. Expresión aquélla (fin de ciclo) que las derechas acuñaron en sus medios primero, y las izquierdas con abanicos de tonta vulgarizaron irresponsablemente después.

Algo similar acontece con el llevado y traído golpe suave. ¿Qué será lo suave? ¿Golpear por izquierda, y dar el nocaut por derecha? Los golpes nunca han sido suaves, pues lo primero y último que buscan es acabar de una vez con las escenografías pintadas en el lado izquierdo del país elegido. Y qué mejor si consiguen enganchar agrupaciones sindicales, indígenas, barriales, estudiantiles, populares, etcétera.

En eso andan los gringos. En Ecuador, y a raíz de las recientes protestas políticas, un par de vendedores de abanicos de tonta escribieron: El presidente Rafael Correa cruzó una línea que lo coloca del lado de tantos gobiernos opresores de nuestro continente. ¿Openheimer y Vargas Llosa? Olvídese. Lo importante es que la izquierda antisistémica (y plebeya, claro) ya juntó a Correa con Pinochet, Videla, Somoza… ¿o a poco no es ­extractivista?

En Brasil (cereza sobre el pastel del golpismo suave, duro, antisistémico, como se llame), el senador Aloysio Nunes, devoto de la poderosa iglesia Asamblea de Dios (pentecostal), pronosticó a finales de 2014: No vamos a acabar con Dilma, vamos a hacerla sangrar. Y un mes después, en Argentina, Cristina fue señalada por los medios como sospechosa de la muerte de un fiscal que colaboraba con la CIA y el Mossad.

En Venezuela, los gringos financian a mercenarios en sus fronteras para desestabilizar la revolución bolivariana; en Honduras y El Salvador, alientan las rencillas sobre un islote de 50 hectáreas en el golfo de Fonseca, llamado Conejo; en Chile, les dan aire a los chovinistas que le niegan a Bolivia salida al mar; en Uruguay y Paraguay maniobran para romper el Mercosur.

Resumiendo: para el poder económico concentrado no hay países. Sólo hay mercados. Así pues, a los que sufren el yugo de los implacables regímenes progresistas, pasando hambre o sufriendo modalidades de represión jamás vista en la historia de la humanidad, sugerimos tratamiento urgente en el marco del cuarto numeral de los apuntados. No vaya a ser que el clavito de algún abanico se haya soltado de las varillas, desencajando la telita que a un tiempo las une y separa.