Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Suplemento Cultural de La Jornada
Domingo 23 de agosto de 2015 Num: 1068

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

El regreso a España
de Max Aub

Yolanda Rinaldi

Hiroshima
Sylvia Tirado Bazán

Fidelidad al plural
Valerio Magrelli

Quimera o vida:
Nerval y Dumas

Vilma Fuentes

Flannery O’Connor: la
parábola y la escritura

Edgar Aguilar

El nacimiento del
melodrama y la
muerte de la tragedia

Gustavo Ogarrio

El viandante
y los escritores

Jorge Bustamante García

Leer

ARTE y PENSAMIENTO:
Tomar la Palabra
Agustín Ramos
Jornada Virtual
Naief Yehya
Artes Visuales
Germaine Gómez Haro
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Paso a Retirarme
Ana García Bergua
Cabezalcubo
Jorge Moch
Prosaismos
Orlando Ortiz
Cinexcusas
Luis Tovar


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La Jornada Semanal

 

Mural en el Colegio Max Aub en Valencia, España Fuente: commons.wikimedia.org

Escribir un libro acerca de Luis Buñuel lo hizo romper el exilio.
Vivió treinta años fuera de su país.

Yolanda Rinaldi

A Federico Álvarez

Aunque el exilio es una condena, hay hombres signados por él; incluso parecería una vocación. Tal fue el caso del multiciudadano escritor Max Aub. Independientemente de sus valores estéticos, origen e ideología, Aub llegó a convertirse en el primer novelista de la Guerra civil española, al hacer gala de una prosa en la que combinaba sencillez y rebuscamiento, con metáforas provenientes de la tradición de Góngora, Quevedo o Lope.

Aub tendía puentes entre las diferentes disciplinas que dominaba, escribió una amplia y muy diversa obra donde expresó su sentido de pertenencia a España, como la saga de Campos, Luis Álvarez Petreña, Las buenas intenciones, Jusep Torres Campalans (pintor cubista catalán, primero personaje de su novela y luego coautor de esa joya de texto y dibujo que es Juego de cartas). Pertenece, igual que Unamuno, Galdós o Machado a la historia de la literatura española, no obstante que sus pares, y los no tanto, en la Península y en el exilio republicano, le regateaban valor y lo desacreditaban con ferocidad.

El compromiso de escribir un libro acerca de Luis Buñuel echó por tierra su juramento largamente cantado: “No tengo por qué volver a España.”  Volvió en 1969, luego de treinta años de no pisar esa tierra. El viaje propició su reflexión, en perspectiva, de su patria adoptiva y de lo español; su marcha forzada; su paso por Francia; los años duros en las cárceles de Vernete y Djelfa (Argelia) y México, en 1942. ¿Cómo explicar el impacto de esa vuelta? La gallina ciega (Joaquín Mortiz, 1971), fue el resultado de esa huella, donde con maligno apego escribe: “Pese a la ignorancia –sudario– que recubre España seguimos [los exiliados] creyendo en la libertad, en el hombre, en el arte, en la posibilidad de justicia.”

Y, frustrado, contaba: “Me hirvió la sangre ante su indiferencia… les tiene sin cuidado cómo fue aquéllo: nadie me preguntó por Paulino Macip, ni por Rafael (Alberti)… detalles sobre la muerte de Luis Cernuda… Tampoco de las obras artísticas más importantes que se produjeron durante la Guerra civil: Guernica o Sierra de Teruel” (en 1938 trabajó con André Malraux en la reali-zación de la película, basada en L’ Espoir).


Foto tomada durante su efímera visita a Madrid en 1969

El viaje le permitió constatar que los españoles padecían hambre de expresión individual: “No existen en España críticos a la altura y al nivel de los tiempos que corren… que puedan también trazar o aventurar, sugerir caminos por los que debería deslizarse la cultura. [Al español de la calle] lo mismo le da lo moral o lo inmoral, el buen gusto o el malo, lo hermoso o lo feo, el amor o el desprecio, pero, sobre todo, no quiere oír hablar ni de justicia ni de solidaridad.” Mordaz, retrata: “Los españoles han perdido la idea de libertad… los jóvenes lo único que quieren es viajar […] beben, fuman mariguana, hacen el amor… ya dije que los Beatles son los padres de la Iglesia de nuestro tiempo y John Lennon su profeta.”

Puesto en el callejón sin salida de la historia, como decía Paz, Aub sopesaba in situ: “¿Qué haría aquí? Morirme. Eso se hace en cualquier sitio, en cualquier esquina, de cualquier manera. Sobra tierra. No me puedo quedar. ¡Qué más quisiera! Sería la evidencia de que todo había cambiado.” Con esa mezcla de orgullo y ternura, Max cumplió sin querer el verso del inolvidable poeta Pedro Garfias: “Con España presente en el recuerdo/ con México presente en la esperanza.”

No terminó el libro sobre Buñuel. La muerte lo alcanzó en el proceso y fue su yerno Federico Álvarez quien lo concluyó. Aub había nacido el 2 de junio de 1903 en París, de padre alemán y madre francesa, ambos judíos, que al estallar la primera guerra mundial se trasladan a Valencia. Con una existencia marcada por el estigma del exilio y la identidad, Max Aub murió en México en 1972 con la ciudadanía mexicana, que el gobierno le concedió.