Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Suplemento Cultural de La Jornada
Domingo 23 de agosto de 2015 Num: 1068

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

El regreso a España
de Max Aub

Yolanda Rinaldi

Hiroshima
Sylvia Tirado Bazán

Fidelidad al plural
Valerio Magrelli

Quimera o vida:
Nerval y Dumas

Vilma Fuentes

Flannery O’Connor: la
parábola y la escritura

Edgar Aguilar

El nacimiento del
melodrama y la
muerte de la tragedia

Gustavo Ogarrio

El viandante
y los escritores

Jorge Bustamante García

Leer

ARTE y PENSAMIENTO:
Tomar la Palabra
Agustín Ramos
Jornada Virtual
Naief Yehya
Artes Visuales
Germaine Gómez Haro
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Paso a Retirarme
Ana García Bergua
Cabezalcubo
Jorge Moch
Prosaismos
Orlando Ortiz
Cinexcusas
Luis Tovar


Directorio
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La Jornada Semanal

 

Orlando Ortiz

¿Género en vías de extinción? (II DE III)

En la columna anterior me referí superficialmente al intercambio epistolar como recurso narrativo: novelas completas escritas como cartas. También aludí a la existencia de volúmenes integrados con este tipo de intercambio pero auténtico, entre personajes de la vida cultural, política o histórica con sus pares, o con simples amigos, familiares o seres amados. Estos libros, para mí, son interesantísimos. Muestran el lado oculto de sus autores, sus preocupaciones, sus dimensiones intelectuales y también sus gustos, las facetas de su carácter, sus sentimientos, sus intimidades y hasta sus perversiones –si las tienen–, en pocas palabras: su dimensión humana. Es decir, en tales líneas descubrimos a sus autores como eran –o son– en realidad y no como nos han dicho que eran o nos imaginamos que fueron por sus obras y hechos.

Ernst Hartung ordenó y anotó la correspondencia íntima de J. W. Goethe en un volumen que tituló Alrededor del amor. Si bien en algunas de sus cartas detectamos el temperamento del genio –así lo consideran muchos–, en otras nos deja ver su desmesurada pasión, como paradigma que fue del Sturm un Drag. En una de sus primeras cartas, siendo adolescente escribió: “Uno de mis defectos importantes es que soy algo violento. Usted conocerá los temperamentos coléricos; sin embargo, nadie olvida tan rápidamente como yo cualquier ofensa...” Calculo que alrededor de la mitad de estas misivas están dirigidas a la señora Von Stein, que fue uno (tal vez el mayor) de sus amores; relación complicada y difícil, pues ella era casada y también lo amaba, por eso le escribe: “¡Por qué te tengo que atormentar a ti! ¡Mi más querido ser! ¡Por qué engañarme a mí y atormentarte a ti, y así sucesivamente!... No podemos ser nada el uno para el otro y, sin embargo, somos demasiado...!” Y alrededor de once años más tarde: “Tú no sabes qué violencia he tenido que emplear y empleo, para vencerme a mí mismo, y que la idea de no poder poseerte, me consume y carcome en el fondo.”


Viñeta de Juan Puga

Las líneas transcritas son pocas pero confirman la idea que uno pudo haberse hecho del autor de Werther y del Fausto, pero contrasta con la idea del estudioso de las ciencias naturales que estudió medicina, química y se vio atraído por la mineralogía y la botánica. Se sabe que escribió más de 14 mil cartas –las del libro sólo son unas cuantas–, y en la última, dirigida a Humboldt, puede leerse: “El más grande genio es aquel que acoge todo en sí, que sabe adaptarse a todo, sin hacer la menor violencia a ese fondo particular que se llama carácter, antes, por el contrario, exaltándole y mejorándole.”

También cuantioso fue el intercambio epistolar de James Joyce. Por la introducción de Bernardo Ruiz a la edición de las Cartas de amor a Nora Barnacle,sabemos que son tres los volúmenes que recogen las misivas, pero son sólo sesenta y cuatro las dirigidas a su esposa Nora. En ellas siente uno estar entrometiéndose demasiado en la intimidad de esta pareja y se va del desconcierto al asombro en torno a la personalidad de este genial autor, pues es difícil imaginar a Joyce escribir: “Mi querida pequeña Lindos Zapatos Marrones...” a la mujer amada, misma a la que le escribe, en la última de este racimo de epístolas, fechada cinco años después: “Mi dulce pícara Nora, recibí esta noche tu ardiente carta y he tratado de imaginarte frotándote el coño en el clóset.” Las alusiones eróticas y escatológicas menudean en el texto, desde la primera línea hasta más o menos la mitad. Pero no todas las cartas siguen el mismo rumbo. Las hay en las que a más de reiterar su amor a Nora le cuenta de sus problemas económicos, de sus neurosis, de su fidelidad a ella, de sus planes, etcétera. Incluso le cuenta que adquirió unas hojas de pergamino en las cuales está escribiendo sus poemas con tinta china para luego encuadernarlos como a él le gusta y regalarle a ella ese único ejemplar. Lo interesante es que estas páginas rebosan de espontaneidad y sinceridad, incluso campea en muchas de ellas la ironía y el humor. Por ejemplo, en una de las misivas, en la que está concertando una cita, le pide a Nora –supongo que aún no estaban casados– que se quite el corsé porque no le gusta abrazar un buzón.

De nuevo siento que me quedé en la epidermis del tema. Aunque en realidad desde el inicio mi propósito es señalar que ya nadie escribe cartas. El telégrafo no hizo desaparecer esta costumbre, es más, la llegada del teléfono sí hizo temblar el género, sin embargo, sobrevivió. Hubiera sido interesante que las llamadas telefónicas de estos hombres y mujeres hubieran quedado registradas de alguna manera.