Opinión
Ver día anteriorJueves 13 de agosto de 2015Ver día siguienteEdiciones anteriores
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La sana distancia
E

l futuro presidente del PRI, Manlio Fabio Beltrones, se refirió con sorna a la frase con la que el presidente Zedillo anunció el tipo de relación que quería tener con el partido que lo llevó al poder en 1994. Según él, mantendría una sana distancia. El propósito de este deslinde era liberarse de todo compromiso con la organización que a sus ojos era emblema del aborrecido populismo, pero también impulsar en el terreno político la libre competencia que empujaba en el terreno económico. Conforme pasó el tiempo entendimos que para el presidente Zedillo sana distancia significaba apoyo ciego del PRI a sus políticas, como en el pasado, pero el partido no podía esperar ni tratamientos especiales ni privilegios de ninguna índole, a diferencia del pasado. Beltrones hoy se ríe de la sana distancia, a la que atribuye la derrota de 2000, pero él, ¿qué promete, la insana cercanía?

Los priístas tienen la memoria larga, y no pueden olvidar los malos tratos que recibieron de Ernesto Zedillo, cuando llegó como bateador de emergencia a la candidatura que el asesinato de Colosio dejó huérfana. Zedillo asumió el poder de la Presidencia como quien se coloca la corona del martirio. Una vez ahí, creyó que era su destino librar al país de un partido al que veía con una gran desconfianza. Por esa razón nombró procurador a un panista distinguido, Antonio Lozano Gracia, para que sin remordimientos persiguiera a quien había que perseguir. Consideraba Zedillo que el PRI era un nudo de restricciones y de complicidades que frenaba el desarrollo del país, que era responsable de la deuda externa, del gasto deficitario y de las ineficiencias de la empresa pública. Creyó que su misión era enseñar a los priístas lo que es un partido político. Él, que nunca había pertenecido a uno, porque ese tipo de organizaciones le sacaban urticaria, quiso dar lecciones de política partidista a los priístas.

Ernesto Zedillo creía que los presidentes sus predecesores habían gobernado según los dictados del PRI. Sin embargo, si algo caracterizó las relaciones entre ese partido y el gobierno es la relación de subordinación que hizo de los priístas un maleable instrumento presidencial. No eran ellos los que le decían al presidente lo que tenía que hacer, sino el presidente el que mandaba llamar a los dirigentes del partido para decirles a quién quería de diputado o de senador, y cuál era la iniciativa que iban a votar. Ahora parece que el futuro presidente Beltrones promete restaurar la cercanía. Lo que no es muy claro es si con su propuesta pretende darle una lección a Zedillo, o si se trata de un verdadero compromiso con el gobierno. ¿Significa que los priístas van a colonizar nuevamente la administración pública? Desde que Peña Nieto es presidente lo han hecho, pero sobre todo los del estado de México. ¿La insana cercanía de Beltrones supone que la plataforma del partido será efectivamente programa de gobierno? Sería una novedad.

Ernesto Zedillo no fue el primer presidente que mantuvo el PRI a distancia; tal vez fue el primero que dijo francamente que lo haría, pero antes que él muchos otros lo hicieron, aunque con buenos modos. Desde su fundación en 1946, el partido fue un instrumento del presidente y no a la inversa, y todo sugiere que las derrotas de 2000 y de 2006 nada hicieron para que el PRI alcanzara la independencia que Zedillo pretendió darle. Apenas sus candidatos volvieron al poder, se pusieron a disposición de la superioridad, que es lo que ha prometido el diputado Beltrones; pero no puedo pensar que crean que el partido va a gobernar. ¿Va a permitir Luis Videgaray que los priístas le hagan preguntas a propósito de los recortes al presupuesto? Lo dudo, porque más allá de que se trate de Videgaray, no puedo pensar en una sola decisión de gobierno en la que haya intervenido la dirigencia priísta. Históricamente, el PRI ha sido la intendencia que ha hecho lo que le han dicho; sus funciones más importantes han sido movilizar apoyo para el presidente y desmovilizar a las oposiciones; es rarísimo el ejemplo de una política de gobierno que haya sido inicialmente promovida por el partido. Así que la cercanía de la que habla el diputado Beltrones tendrá un costo elevado para el partido que está uniendo sus destinos –impredecibles– al del gobierno de Peña Nieto.

Cuando el presidente de la República era tan poderoso que designaba a su sucesor, y el PRI hegemónico, el costo de la cercanía para el partido era relativamente bajo. Los presidentes naufragaban al final de su sexenio, el PRI sobrevivía. Ahora, sin embargo, vincular el futuro del partido al del gobierno es embarcarse en el Titanic.