Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Suplemento Cultural de La Jornada
Domingo 26 de julio de 2015 Num: 1064

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Luisa Josefina Hernández:
Mis tiendas y mis toldos

José María Espinasa

La mutilación
Miguel Donoso

Primera canción
del exiliado

Miguel Donoso

Miguel Donoso Pareja: el
enigma de las dos patrias

Yanna Hadatty Mora

Dos poetas

El Berlín de
Esther Andradi

Consuelo Triviño Anzola

Leer

ARTE y PENSAMIENTO:
Tomar la Palabra
Agustín Ramos
Jornada Virtual
Naief Yehya
Artes Visuales
Germaine Gómez Haro
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Paso a Retirarme
Ana García Bergua
Cabezalcubo
Jorge Moch
Prosaismos
Orlando Ortiz
Cinexcusas
Luis Tovar


Directorio
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La Jornada Semanal

 

Jorge Moch
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Twitter: @JorgeMoch

Degradación

Cuánto tiene que echarse a perder un país para que sus ciudadanos decidan constituirse en autodefensas. Cuánta podredumbre puede soportar una sociedad cuyas fuerzas armadas, trucadas en rudas policías sin habilidad para lidiar con civiles, irrumpen en un barrio, asesinan en palmarias ejecuciones extrajudiciales, “levantan” para engrosar los índices de esa tortura que es la desaparición forzada o simplemente amenazan, golpean e intimidan a activistas sociales, periodistas, ciudadanos inconformes y a cualquiera que se oponga a los imperiales designios reformistas del papanatas de la imposición trasnacional. Cuánta corrupción necesita el tinglado para que uno de los pocos presuntos beneficiarios de esas reformas sea un cuñado del expresidente que apadrina el tianguis. Por faltas harto menores que esos lamentables espectáculos de corrupción aguda que brincan por todos lados, en muchos lugares del mundo ya hubieran consignado a funcionarios en activo o exfuncionarios cabilderos en lo oscurito. Hay países donde la corrupción se castiga con el fusilamiento. Otros, como el nuestro, son obsequiosos: garantizamos empleo y jugosos negocios a lo más granado de la porquería. Seguimos premiando la escoria. Somos indolentes, agachados y a veces lamentablemente rastreros. Tememos confrontarnos.

En la mayoría de los países más o menos civilizados y boyantes cuya ruta crítica se nos dice que estamos siguiendo, los derechos humanos han logrado ser preservados y tenidos muy en cuenta como eje rector de la convivencia pública porque una sociedad que no se respeta en temas elementales no puede crecer en otros ámbitos. En muchos de esos países, por muchísimo menos que los actos de barbarie en que se han visto involucrados elementos de las fuerzas del orden mexicanas, habrían cesado fulminantemente a los símiles corresponsables de nuestro secretario de la Defensa Nacional, el director de la Policía Federal y hasta el presidente mismo. Pero acá el sello de cualquier abuso de autoridad o acto de lesa humanidad, como en los negociazos de esa corrupción mafiosa que todo enmarca, es la impunidad. Las fuerzas armadas y policíacas en México están vinculadas, directamente como perpetradoras e indirectamente como patrocinadores o por deliberadas, lamentables omisiones a terribles masacres y sus subsecuentes y concienzudas campañas de limpieza cosmética y control de daños que nada tiene que ver con restituir a las víctimas un ápice de lo arrebatado: Acapulco en 1967, Tlatelolco en 1968, el halconazo en 1971, los muertos del Río Tula en 1981, la matanza del rancho El Mareño en 1985, la matanza de El Charco en 1988, Llano de la Víbora  en 1991, Aguas Blancas en 1995, Acteal en 1997, los asesinados en El Bosque en 1998, Agua Fría en 2002 y así hasta llegar a las más recientes masacres como Ayotzinapa en 2014 o este negro 2015 que colecciona carnicerías como las de Tlatlaya, Apatzingán, Tanhuato, Zacatecas y Ostula, todo ello sin contar desde luego décadas de represión, censura, guerra sucia y de baja intensidad no contra un enemigo extranjero, explicación primordial por la que se justifica la existencia de las fuerzas armadas, sino contra la gente que protesta cuando se vulneran sus derechos y su patrimonio. Allí los Altos de Chiapas en 1995 lo mismo que San Salvador Atenco durante el sexenio desperdiciado del foxismo. En lugar de atención a los problemas de la ciudadanía, el gobierno mexicano históricamente ha contestado con la culata al hombro o echando mano del granadero y el soldado, paradójicamente salidos muchas veces de los mismos estamentos sociales que violenta. Y hay que sumar, claro, los cuantiosos daños colaterales de la guerra contra el narco. Mientras tanto, la corte mediática del emperadorcito en turno invariablemente se dedica a lavarle la sangre de la jeta, degradando el oficio periodístico a la repugnante tarea de limpiaculos del régimen putrefacto. Hace unos días el Ejército y la policía sumaron a su mecapal la muerte de un niño en Ostula; los medios oficialistas trataron de esconder el color del uniforme, “grupos armados que habrían disparado…”, dijeron. Sí, grupos armados pagados con tantísimos impuestos que nos esquilman. Grupos armados que en la teoría se juran guardianes de la paz y la integridad de los mexicanos. Pero no de todos… sólo de aquellos que tienen dinero e influencias: la “gente bonita”, la mafia política o la Nomenklatura. Para ellos carantoñas.

Para el resto de la perrada, en el mejor de los casos, golpiza o cárcel.