A Floriberto Díaz

Como el aire que se respira
y nos da vida
como la luz del sol
que ilumina nuestro hogar
como la luz de la luna
que hace sombra en las noches claras
como las estrellas incontables
que admiramos cada noche
así es tu presencia ahora
en nuestro corazón
tu cuerpo se ha ido
jamás volveremos a verte
pero tu alma en nuestra conciencia
siempre vivirá
porque fuiste nuestra luz
el maestro que nos enseñó el camino
de la verdad
aquel que sin enojos ni desesperación
atendió nuestras palabras angustiosas
para llenarlas de paz y serenidad.

 

Aquel que anduvo por el mundo
dejando caer una semilla
de conciencia hacia nuestros
pueblos indígenas
y que ahora poco a poco esa semilla
ha brotado y ya tiene frutos
aunque falta por madurarse
pero sabemos y estamos conscientes
de que no nos has abandonado
y seguirás con nosotros
donde quiera que estés
desde el lugar de los sueños
de la tierra de los abuelos
donde seguramente
seguirás guiando a tu pueblo.
Compártenos tus sueños
y danos  la luz que tememos haber
visto
apagarse en aquella sierra montañosa
tu Tlahuitoltepec.

Virginia

(Publicado en Ojarasca 45, agosto-noviembre, 1995)