Opinión
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Eco de la montaña
N

o cabe duda que los gacetilleros y copiadores de boletines de prensa siguen tan despistados e ineficientes como siempre. He leído varios reportajes, reseñas y críticas en los que se afirma que la reciente película documental Eco de la montaña (2014), de Nicolás Echevarría, es un homenaje al mural del artista wixárika (huichol) Santos de la Torre que adorna la estación Palais Royal-Musée du Louvre del Metro de París. Nada más erróneo.

Ese insólito dato no es más que el pretexto de arranque utilizado por el cineasta para construir, por una parte, la narración de la búsqueda, encuentro y seguimiento de De la Torre y, por la otra, una fascinante road movie a golpe de huarache y pie descalzo en la que se muestran diversas partes del trayecto ritual por la ruta del peyote (a través de localidades de Jalisco, Zacatecas, Nayarit y San Luis Potosí, incluyendo la mítica Wirikuta) bajo la conducción de un anciano maraka’ame o guía espiritual wixárika.

Este hilo conductor de Eco de la montaña tiene un importante antecedente directo en la filmografía del director: su documental La peregrinación del peyote entre los huicholes (1975). Echevarría inicia su filme con sarcasmo, presentando un fragmento del reportaje frívolo y lambiscón (no podría ser de otra manera) de Televisa sobre la inauguración oficial del mural de Santos de la Torre en París… a la cual el creador no fue requerido.

A partir de ahí, el cineasta se olvida del mural y se concreta a seguir, con una cámara muy cercana y a la vez muy discreta, a Santos de la Torre y a su gente, cuatro generaciones de su árbol genealógico. Como el estribillo de un gran rondó o el leitmotiv de una ópera, Echevarría presenta periódicamente fragmentos de la nueva obra en proceso de Santos de la Torre: un complejo mural realizado en la tradicional técnica huichol de la chaquira, lleno de historias y símbolos fascinantes. La imagen final de los 80 paneles terminados del mural es una joya en sí misma.

Además de sus valores narrativos e iconográficos, Eco de la montaña tiene como virtud el hecho de que representa la continuidad de una saludable actitud de Echevarría que lo lleva a expresar pulcramente los contextos políticos e ideológicos de sus películas a través de las imágenes y los sonidos, sin caer nunca en el docu-panfleto al que han sido tan proclives numerosos cineastas mexicanos de diversas generaciones. El agravio, el despojo, la injusticia, son omnipresentes en el transcurso de la cinta.

Con el antecedente del filme que consolidó el prestigio de Echevarría como documentalista (Poetas campesinos, 1980), podría esperarse una presencia importante de la música diegética o incidental en Eco de la montaña. Sin embargo, lo que hay es parco: unas cuantas secuencias en las que la austera música de los wixaritari se presenta como parte orgánica e inseparable de algunos de sus rituales o de su cotidianidad, sin un énfasis especial.

Por otro lado, el filme tiene una muy interesante y muy sobria música de fondo compuesta por Mario Lavista, algunas de cuyas sonoridades (particularmente la de la armónica de cristal) remiten al espectador melómano y memorioso al estupendo soundtrack que Lavista escribió para la primera película de largometraje de ficción de Echevarría, la muy notable Cabeza de Vaca (1991).

La cinta ofrece al espectador numerosas imágenes y conceptos memorables. Entre las primeras, destaca el entrañable momento en el que un niño wixárika mira y toca por primera vez el mar. Entre los segundos, una sencilla pero contundente frase de Santos de la Torre que haríamos bien en tomar como indeclinable línea de conducta vital: El que se divierte no se enferma.

Santos Motoapohua de la Torre es el nombre completo del protagonista de este filme. Su nombre huichol se traduce precisamente como Eco de la montaña. He aquí una película que destaca notablemente en el contexto del impresentable basurero tóxico que es la cartelera cinematográfica comercial de esta ciudad y este país. Hay que verla ya, porque va a durar poco en exhibición; y va a durar poco por el doble hándicap de ser mexicana y ser buena.