Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Suplemento Cultural de La Jornada
Domingo 14 de junio de 2015 Num: 1058

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

La caravana
Eduardo Thomas

La organización de
artistas e intelectuales:
¿tiempos coincidentes?

Sergio Gómez Montero

Ficción y realidad
de los personajes

Vilma Fuentes

Voltaire y el humor
de Zadig

Ricardo Guzmán Wolffer

Ramón López Velarde:
papeles inéditos

Marco Antonio Campos

Inauguración del
Museo del Estado

J.G. Zuno

La Música de la escritura
Ricardo Venegas

Columnas:
Tomar la Palabra
Agustín Ramos Aguilar
Jornada Virtual
Naief Yehya
Artes Visuales
Germaine Gómez Haro
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Paso a Retirarme
Ana García Bergua
Cabezalcubo
Jorge Moch
Jornada de Poesía
Juan Domingo Argüelles
Cinexcusas
Luis Tovar


Directorio
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La Jornada Semanal

 

Luis Tovar
Twitter: @luistovars

Una historia familiar

En Amadeus (1984), de Milos Forman, hay un diálogo entre Mozart y uno de los consejeros de José II, en donde el músico defiende la pertinencia de concebir una ópera en la que no sean dioses ni seres mitológicos quienes lleven el peso específico del drama representado; argumenta preguntando si acaso sus interlocutores no se sentirían más cómodos confesando sus dudas, temores y deseos a su peluquero, por ejemplo, y no “a uno de esos dioses tan solemnes que parecieran cagar mármol”. Reprendido por el consejero, que le recuerda el sitio donde se encuentra y la estofa de aquellos a quienes se dirige, Mozart no obstante pregunta por qué siempre ha de volverse una y otra vez a tales entes emanados de la mitología. Entonces el consejero le responde de este modo incontestable: “Porque representan lo perdurable en nosotros.”

Asimismo, en El nombre de la rosa, dirigida por Jean-Jacques Annaud en 1986, hay un momento en el que el padre Jorge, bibliotecario del oscuro monasterio, para ese entonces muy preocupado por algunos hechos recientes, dirige una homilía a los religiosos en la que habla de lo vano que resultan los esfuerzos de quien pretenda descubrir algo nuevo, puesto que ya todo el conocimiento “está hecho” y, por lo tanto, no cabe la innovación sino únicamente “una fecunda y venturosa recapitulación”.

Finalmente, en su Medea, representada por primera vez hace casi dos milenios y medio, concretamente en el año 431 antes de nuestra era, Eurípides hace decir lo siguiente a su protagonista: "[...] nosotras, las mujeres, somos el ser más desgraciado. Empezamos por tener que comprar un esposo con dispendio de riquezas y tomar un amo de nuestro cuerpo, y éste es el peor de los males. Y la prueba decisiva reside en tomar a uno malo o a uno bueno. A las mujeres no les da buena fama la separación del marido y tampoco les es posible repudiarlo”.

Del mito al hecho hay poco trecho

Salvo la última, las citas anteriores son de memoria, pero es como si la italiana Andrea Pallaoro hubiese tomado en cuenta la esencia de todo lo anterior a la hora de coescribir –en compañía de Orlando Tirado– y dirigir, en 2013, su primer largometraje de ficción, titulado Medeas, puesto que de recapitular el mito griego se trata aquí, en buena medida, sólo que de alguna manera contradiciendo al sentencioso personaje de la novela de Umberto Eco, para de ese modo darle la razón al consejero del emperador austríaco cuando contradice a Mozart y, sin embargo, dándole a este último la razón.


Andrea Pallaoro

En otras palabras: del muy complejo ser que tantas y tan contradictorias cosas significa para Jasón –y no sólo para él sino, de hecho, para todos aquellos que la rodean y que en algún momento se ven obligados a vérselas con la hechicera–, Pallaoro retoma no los elementos biográficos, por llamarlos de alguna manera; no los que corresponderían literalmente a la tragedia euripidiana, sino los rasgos más profundos del personaje y, en un giro de osadía muy interesante, los “reparte” entre los otros personajes, los que conforman el círculo más íntimo de su protagonista femenina, con especial énfasis en el esposo y padre de sus hijos, que así se ve transfigurado en una suerte de Medea masculina y que es, a final de cuentas, quien habrá de cargar con la responsabilidad de los hechos trágicos que se aquí se cuentan. Recuérdese el fondo dramático de la obra de Eurípides, o acúdase al mito mismo sin la elaboración teatral, para aquilatar en justa medida el valor de lo que propone Pallaoro: como bien se sabe, entre muchas otras cosas Medea representa la disconformidad ante la condición de inferioridad o minusvalía social femenina, no obstante dicha rebeldía comporte el altísimo precio del repudio o de la muerte, ya sea física o simbólica.

Así pues, no resulta asunto menor que el peso argumental y el foco dramático de esta enésima revisión –para no ir más lejos, en México está el caso relativamente reciente de Arturo Ripstein– de un mito más que recurrente, haya sido desplazado a una figura masculina, sobre todo hablando de recapitulaciones y actualizaciones. Añádase que Pallaoro decidió que su Medea fuese muda, y que su escenario sea una campiña estadunidense en la que todo mundo está esperando que por fin llegue la lluvia y en donde la rutina de un día indistinguible de todos los otros días es capaz de hacer estragos, para obtener una versión contemporánea, pero al mismo tiempo extrañamente atemporal, de una historia que, sin importar que sea contada otras mil veces de tantos otros modos, siempre podrá sonar familiar pero distinta.