Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Suplemento Cultural de La Jornada
Domingo 14 de junio de 2015 Num: 1058

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

La caravana
Eduardo Thomas

La organización de
artistas e intelectuales:
¿tiempos coincidentes?

Sergio Gómez Montero

Ficción y realidad
de los personajes

Vilma Fuentes

Voltaire y el humor
de Zadig

Ricardo Guzmán Wolffer

Ramón López Velarde:
papeles inéditos

Marco Antonio Campos

Inauguración del
Museo del Estado

J.G. Zuno

La Música de la escritura
Ricardo Venegas

Columnas:
Tomar la Palabra
Agustín Ramos Aguilar
Jornada Virtual
Naief Yehya
Artes Visuales
Germaine Gómez Haro
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Paso a Retirarme
Ana García Bergua
Cabezalcubo
Jorge Moch
Jornada de Poesía
Juan Domingo Argüelles
Cinexcusas
Luis Tovar


Directorio
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La Jornada Semanal

 

Juan Domingo Argüelles

La mierda de la gloria

Todos los muertos son buenos. ¡Buenísimos! No hay muerto malo, aunque haya algunos francamente malísimos. Lo peor del culto a los muertos en la literatura y el arte, es esa funeralia ritualista hecha de sinuosos ceremoniales. En lugar de poner los ojos y las acciones en una cultura viva, nos la pasamos homenajeando y masajeando a los muertos como si no hubiera otra cosa mejor que hacer.

Es bueno no olvidarnos de nuestros muertos, pero es malo vivir para una cultura de lo fúnebre. Se conmemora el primer año del que ya se fue, y a veces el segundo y el tercero, luego el quinto aniversario y el décimo y el vigésimo, por supuesto el cuarto de siglo, el medio siglo y no se diga el siglo, pero incluso ahora el año equis (siete, once, catorce, dieciocho, veintidós, etcétera), porque la cultura oficial siempre se acuerda (en tiempos de vacas flacas) que ¡el muerto cumplió años!

En todo esto tienen mucha culpa los propios escritores y artistas, y la oficialidad lo sabe de sobra, y los usa sobradamente. Nacimos en un ámbito discreto, y discretamente deberíamos irnos, como lo hizo Vicente Leñero (quien no aceptaba festejos ni en su cumpleaños). La vida no es una obra de teatro que, cuando se termina y se baja el telón, éste vuelve a subirse para que salgan otra vez los actores a recibir aplausos y vivas. Pero la vanidad, la frivolidad y las ínfulas de muchos creadores son tan desmedidamente inmensas (y mensas) que Dios sabe lo que darían para, ya muertos (fiambres fresquísimos), poder escuchar los bombásticos ditirambos que se pronuncian en su memoria. (¡Y ellos, muy campantes, en su féretro, sabiendo que tienen guardias de honor!)


Juan Goytisolo

La oficialidad cultural, en México y en todo el mundo, se sostiene en un ceremonial fetichista. Todo el tiempo anda buscando pretextos para honrar a los muertos y disparar loas como si no hubiera otra cosa mejor que hacer. En realidad es asunto político más que cultural. Cuando peor está un país, cuando peor gobierna un gobierno, cuando todos los días escurre el lodo de la corrupción, cuando los ciudadanos están hasta el cogote, los políticos echan mano de los muertos ilustres, para ejemplificar la grandeza de la patria invicta. Ahí está el caso de la España del impresentable Rajoy que se agarra, como de un clavo ardiente, de los presuntos huesos de Cervantes. Excavar y excavar para sacar un húmero, un ilíaco o al menos un metatarsiano que sabrá Dios a quiénes pertenecieron, pero que dicen que pueden ser del ilustre Manco.

Por eso, Juan Goytisolo, ganador del Premio Cervantes 2014, dijo lo único sensato que se ha dicho hasta ahora acerca del hallazgo y consagración de los presuntos huesos cervantinos: “¡Dejen en paz los huesos de Cervantes! Eso sólo sirve para enriquecer la burocracia oficial”. En su discurso de recepción del premio (“A la llana y sin rodeos”), insistió: “En vez de empecinarse en desenterrar los pobres huesos de Cervantes y comercializarlos tal vez de cara al turismo como santas reliquias fabricadas probablemente en China, ¿no sería mejor sacar a la luz los episodios oscuros de su vida tras su rescate laborioso de Argel?”

Estrecheces y miseria caracterizan las vidas de muchos grandes escritores (entre ellos, Cervantes) y todo para que, al final, ya muertos, alcancen “la mierda de la gloria”, como muy bien lo dijo Goytisolo, citando oportunamente a García Márquez.

En México, los grandes artistas (pintores, músicos, arquitectos, bailarines, etcétera) y los muy notables escritores (poetas, novelistas, cuentistas, dramaturgos,) cuando se mueren no van al limbo, sino al INBA. El Palacio de Bellas Artes se ha convertido en un velatorio de muertos ilustres, aunque desconozcamos el protocolo que mide el nivel de excelencia del muerto notable que es digno de los Servicios Funerarios Bellas Artes.

Pero en México ya se están acabando los vivos notables que serán muertos notables. ¿Qué va a pasar cuando ya no quede nadie cuyo cadáver deba llevarse allí para recibir el incienso discursivo? Es obvio que no bajarán el nivel en prestigios y en palancas, ¿o sí? En realidad, los artistas y los escritores no son tan importantes ni tan imponentes (aun en los casos de excepción) cuando están vivos. Lo son cuando están muertos, pues es entonces cuando aparecen sus virtudes y resplandecen sus cualidades. Por ello, gente que no había leído al escritor Mengano (que, según dicen las esquelas oficiales, era extraordinario), va corriendo a la librería a preguntar si tienen ahí los libros del muerto porque ahora sí quiere leerlos... y todo porque no tiene otra cosa mejor que hacer.