Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Suplemento Cultural de La Jornada
Domingo 14 de junio de 2015 Num: 1058

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

La caravana
Eduardo Thomas

La organización de
artistas e intelectuales:
¿tiempos coincidentes?

Sergio Gómez Montero

Ficción y realidad
de los personajes

Vilma Fuentes

Voltaire y el humor
de Zadig

Ricardo Guzmán Wolffer

Ramón López Velarde:
papeles inéditos

Marco Antonio Campos

Inauguración del
Museo del Estado

J.G. Zuno

La Música de la escritura
Ricardo Venegas

Columnas:
Tomar la Palabra
Agustín Ramos Aguilar
Jornada Virtual
Naief Yehya
Artes Visuales
Germaine Gómez Haro
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Paso a Retirarme
Ana García Bergua
Cabezalcubo
Jorge Moch
Jornada de Poesía
Juan Domingo Argüelles
Cinexcusas
Luis Tovar


Directorio
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La Jornada Semanal

 
 

Ricardo Guzmán Wolffer

La espada filosa contra los ridículos
y voraces gobernantes

Se identifica a François Marie Arouet (París, 1694-1778), más conocido como Voltaire, como uno de los representantes de la Ilustración francesa: la razón y la ciencia como formas de encumbrar al ser humano. Entre sus muchos textos, destaca Zadig o el destino, hermanado con los humorísticos Candido y El ingenuo.

Con la táctica de situar a los personajes en otro país y tiempo, el Zadig de Voltaire recorre las ciudades de Babilonia en busca de la felicidad, llevando su buena intención por delante, lo cual no le impide caer en situaciones divertidas ni burlarse de personajes y costumbres de su época. Cuando en Francia la moda decantaba hacia lo oriental, Voltaire presentó unas ciudades gobernadas por déspotas pletóricos de estulticia voluntaria e involuntaria, más preocupados por tener mujeres a su alrededor que por “gobernar”; rodeados de “administradores” incapaces de recabar impuestos sin dejar de robarse la mitad o más; con sacerdotes ladinos y rencorosos, a tal grado, que podrían causar la muerte de quien, simplemente, les cayera mal o supusieran que, por contraposición, los evidenciara como seres rapaces. Todo ello en medio de una corte (no Suprema) oriental llena de cortesanos serviles, aduladores y ciertos de hacer lo que sea con tal de no dejar de vivir a costa de esos gobernantes obsesionados, unos, en tener más dinero y, otros, en hacer la guerra a sus vecinos. Quien leyera tal descripción, puntualmente ubicada en una Babilonia y zonas aledañas, pronto entenderá que se trata del París del siglo XVIII en que Voltaire se movía, pero no por ello pierde actualidad: sin mayor dificultad suena a las clases política y religiosa que vemos desde hace décadas en muchos países, especialmente ésos donde los gobernantes se caracterizan por sus nulas luces y su obsesión por no soltar el poder; o donde los religiosos insisten en vivir con lujos desmesurados o querer participar en la vida política como si fueran laicos activistas, sin el poder derivado de ser líderes espirituales. La intención satírica del autor funciona doblemente, pues las aventuras de Zadig aún divierten, además de que siguen reflejando la calidad moral de los gobernantes. No se trata de un retrato psicológico: simplemente muestra sus acciones y pronto volteamos a ver a varios políticos contemporáneos.

Voltaire presenta, además, una peculiar visión de ese destino en el que imbuye a Zadig. Quizá a largo plazo pueda haber una equidad y justicia en cuanto a recibir lo que los méritos debían obtener, pero el trayecto es muy largo y Zadig apenas recibe la bondad que él ofrece y los gobernantes y sacerdotes tienden a incumplir sus promesas o a señalarlo y castigarlo gratuitamente, las más de las veces por envidia, pero principalmente por evidenciarlos como seres ruines, por el mero hecho de actuar Zadig en forma debida. Las premisas políticas o éticas de Voltaire serán o no convincentes y puede que varias referencias pierdan empuje humorístico al ir dirigidos a personas de aquella época, pero la eficacia de su pluma le sobrevive sobradamente. Viajó tanto el autor, que muchos gobernantes no parisinos sin duda también se sintieron señalados.

Para dar coherencia a Zadig, el narrador Voltaire incluye citas del “libro de Zoroastro” como si lo conociera por completo. Es fácil presumir que la mayoría eran invento del propio autor para sostener sus afirmaciones, como: “el amor propio es un globo inflado de viento, del cual salen tempestades en cuanto se le pincha”, “cuando tú comas, da de comer a los perros aunque te muerdan”, entre muchas. También muestra cómo, para los “gobernantes”, quienes sostuvieran afirmaciones científicas y teológicas que los contrariaran se volvían enemigos del Estado.

Apenas iniciar el primer capítulo de Zadig, advertimos que la espada filosa de Voltaire no sólo va contra los ridículos y voraces gobernantes, sino contra las mujeres interesadas y los ciudadanos de moral endeble: cuando la mujer con la que se casaría Zadig es informada de que éste perderá un ojo por una herida causada al rescatar a la amada, ella decide casarse con su raptor tras declarar públicamente su aversión insuperable por los tuertos. Venturosamente Zadig no queda tuerto, sólo desilusionado. Luego se casa con una burguesa. Tras la luna de miel, advierte cierta liviandad en ella y una admiración por los jóvenes de mejor apariencia; además, muestra una maledicencia fácil hacia las demás mujeres. Fingiendo su muerte, Zadig le comprueba cómo es exactamente igual que las demás mujeres tan criticadas por ella. Para evitar a su insoportable esposa, Zadig se va al campo a estudiar la naturaleza. Al resolver un enigma donde se habían perdido unos animales, es condenado por unos policías y unos jueces que ni siquiera le permiten defenderse; cuando los animales son encontrados, le obligan a pagar una multa por haber mentido, al ser la única explicación que esos jueces pueden dar a las respuestas certeras de Zadig. Después del pago, le dejan defenderse. Al convencer a todos de que había resuelto el misterio por lógica deductiva y gracias a sus observaciones, el rey ordena que le devuelvan lo pagado. Pero la justicia tiene sus detalles y los procuradores tienen el tino de retenerle a Zadig el noventa y nueve por ciento de lo devuelto por “gastos de justicia” y los criados de éstos le reclaman honorarios: mal negocio caer en un tribunal, pues ni demostrando la inocencia escapa de las garras de los abusivos. Lo mismo sucede con los sacerdotes: en manos de la amada de Zadig, Voltaire evidencia cómo de castos no tienen nada y que basta un poco de entrada para lograr convencerlos de recibir cohecho.

Zadig sufre abusos y derrotas a pesar de su insistencia en ser sabio y bondadoso. En la última página del texto, Zadig logra esposa, reino y poder para hacer justos a los ladrones y ponerse en manos del cielo. Pero ello no impide al juicioso pescador no aceptar de regreso a la mujer liviana que había huido: esconde la broma bajo un final “feliz”

Un clásico vigente.