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Elecciones 2015

El proceso exhibe las fricciones entre normalistas de Ayotzinapa y sus opositores

Divisiones de maestros y comunitarios hunden el boicot electoral en Tixtla
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Personas con el rostro cubierto lograron llevarse el material de varias casillas en Tixtla, Guerrero, para después incendiarlo en la plaza principalFoto Víctor Camacho
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Periódico La Jornada
Lunes 8 de junio de 2015, p. 14

Tixtla y Acapulco.

La elección en dos episodios comienza después de las pedradas y los garrotazos. Nicolás Bello, dueño de un taller de embobinados, ha encabezado, con otros indignados ciudadanos de militancias tricolor y amarilla, la corretiza contra los normalistas de Ayotzinapa y sus apoyadores venidos, en su mayoría, del Distrito Federal: Queremos que se retiren estos vandalitos.

El grupo logra su objetivo: la casilla ubicada a un costado de la carretera Chilpancingo-Tlapa seguirá funcionando hasta su hora de cierre normal, aunque una errónea declaración de Marisela Reyes, presidenta del instituto electoral local, dará por nula la votación en el municipio de Tixtla. Pasarán horas para que el Instituto Nacional Electoral declare que falta aún seguir una ruta legal y que las casillas que no fueron instaladas suman 17.

En eso queda el boicot electoral que se desinfló de la mano de la división de la versión local de la Coordinadora Estatal de Trabajadores de la Educación de Guerrero (Ceteg), y de los intereses de los comunitarios que jugaron a apoyar a algunos candidatos o bien a serlo ellos mismos. Pero la decepción no es sólo de los normalistas.

Ya no tiene caso, anularon la elección, dice un hombre al micrófono, pero los funcionarios de la casilla se empecinan y se quedan ahí.

Poco antes, varios hombres armados con palos recién comprados habían arribado al lugar. Reporteros locales y habitantes del municipio identifican entre ellos a dirigentes de los partidos Revolucionario Institucional (PRI) y de la Revolución Democrática (PRD).

En la hora anterior han visto a los muchachos con los rostros cubiertos llevarse la papelería electoral de varios centros de votación, para luego quemarla en la plaza principal.

Pero cuando se acercan a la casilla de la carretera la correlación de fuerzas ha cambiado. El grupo armado de garrotes y piedras se lanza contra los jóvenes que se acercan. Tunden a la avanzada que viaja en la góndola de una camioneta. Al primer petardo echan atrás.

Una camioneta de la Policía Comunitaria La Patria es primero se interpone entre ambos grupos, por lo que el choque dura apenas unos minutos.

Los padres y los normalistas se repliegan a la normal. Una hora antes, el vocero de los padres ha dicho a los jóvenes: Que las palabras no nos afecten, no queremos que haya otros lastimados.

Envalentonados con su primer triunfo contra los ayotzinapos, los organizadores de la revuelta arman una barricada con llantas a las que prenden fuego y deciden marchar al ayuntamiento, tomado desde el 8 de octubre del año pasado por el movimiento de respaldo a la normal rural.

Luego, al grito de ¡Tixtla para los tixtlecos! y ¡Fuera extranjeros!, se van al palacio municipal, instalado en la que fuera casa del héroe de la Independencia Vicente Guerrero, y su primera acción es arrancar la manta con los rostros de los 43 desaparecidos y toda la propaganda que hallan a su paso. Le prenden fuego en la misma hoguera donde aún no termina de consumirse la papelería electoral.

Enseguida se enfrentan a gritos y empujones con una veintena de integrantes de la Policía Comunitaria, a los que obligan a retirarse del lugar: ¡Lárguense! ¡Den la cara!, reclaman.

Una joven rescata una manta a la que ya han rociado gasolina.

De a poco, maestros, comerciantes y normalistas se acercan al lugar, pero cada grupo se mantiene en su sitio. Los enemigos de Ayotzinapa, pegados al ayuntamiento, y sus partidarios en el mercado, la plaza de por medio. Se inicia un duelo de gritos que ganan con facilidad los partidarios de los normalistas, porque del otro lado no pasan de fuera y el pueblo unido.

Más bien gritan para sí mismos: ¡No importan los colores, estamos aquí para demostrar que gente de fuera no puede venir a mandar!

Una de las lideresas del grupo es identificada como candidata a regidora por el PRI. Un joven se le acerca y quiere cobijarla:

–Señora, me mandan a cuidarla.

–¿Quién? ¿Por qué?

–Es que soy del partido, del PRD

–Pero yo soy del PRI

–Pues no sé, me mandaron.

Un enviado del gobierno de Guerrero logra que los enemigos de Ayotzinapa accedan a entregarle la sede del ayuntamiento. La mayoría de los manifestantes contrarios a los normalistas ya se ha ido del lugar, pero el duelo de gritos continúa.

–¡No estamos todos, faltan 43!

–¡Yo estoy completo! –responden del otro lado.

–¡Quieren puesto, quieren puesto!

–Yo sí, aunque sea de gelatinas.

El grito de guerra en el municipio donde se encuentra la normal de Ayotzinapa es: Los auténticos tixtlecos queremos orden y paz, una coincidencia con el lema de campaña del priísta Héctor Astudillo que, con su adversaria perredista Beatriz Mojica, espera los resultados de los comicios en el puerto de Acapulco.

La primera en comparecer ante la prensa es la candidata que más ha presumido (joven, inteligente, mujer) la corriente de los chuchos del PRD. La acompaña, en su mensaje de minuto y medio y sin preguntas, la pedacería que fue levantando en la campaña: los candidatos a gobernador de los prematuramente extintos partidos Encuentro Social y Humanista; el líder del Partido de los Pobres (local), y hasta un candidato que abandonó el barco de Morena sin haber llegado a las urnas.

La tendencia nos es favorable, dice la candidata, que no se refiere al municipio de Tlapehuala, donde su cuñada venció al PRI.

Va a ser una noche larga, suspira un sonriente Guadalupe Acosta Naranjo, delegado nacional del PRD para esta elección. Vamos a revisar nuestras actas. Las encuestas de salida no son de fiar, porque 17 por ciento no contesta.

En otro hotel, a poca distancia, el candidato del PRI, Héctor Astudillo, hace lo propio: Anunciamos con absoluta responsabilidad que la información con la que contamos nos da el triunfo con una ventaja de entre 10 y 12 puntos, y eso es contundente para nosotros.

Acto seguido, el candidato camina por la banqueta de la Costera Miguel Alemán para dirigirse a la glorieta de La Diana, donde ya lo espera la fiesta.

A un costado de la plana mayor del priísmo guerrerense –con la notable ausencia del clan Figueroa–, un grupo de animadores baila al ritmo de éxitos musicales adaptados a la campaña.

Personajes como Manuel Añorve y el ex gobernador René Juárez esperan al candidato sudando la gota gorda, mientras los responsables de traer los tamales no saben a qué hora comenzarán a servir.

Dueño de una larga carrera en la administración pública, siempre en Guerrero, con excepción de su paso por el Senado, Astudillo esperó 10 años esta oportunidad. En 2005 fue derrotado por el fenómeno Z, que encarnó el empresario abarrotero Zeferino Torreblanca, en esta oportunidad candidato del PAN a la alcaldía de Acapulco (va a perder porque siempre ha sido codo y no le metió un peso a la campaña, dice un dirigente panista).

Ahora lo esperan como el gran triunfador: ¡Por fin, la tranquilidad regresará a Guerrero, tendremos un estado con orden y paz!, dice el animador, aunque durante el anterior cargo de Astudillo –alcalde de Chilpancingo– los índices delincuenciales se hayan disparado en la ciudad capital del estado.

En su pasada campaña por la gubernatura, Astudillo contó con el invaluable respaldo de Ángel Aguirre, quien repartió electrodomésticos a granel en su feudo de la Costa Chica. En esta su segunda vuelta, dice un dirigente perredista, Astudillo no fue mal visto por el gobernador de las licencias: Jugó con los dos, para no errarle.

Astudillo se definía hace 10 años como un híbrido del priísmo, ni del antiguo ni tampoco kamikaze, soy un priísta equilibrado. Y recordaba la influencia fundamental de su vida: haber sido secretario particular del gobernador José Francisco Ruiz Massieu.

–Fue la mayor influencia en mi vida –decía.

–Era duro, tenía fama de autoritario con sus empleados.

–Era ordenado. Le dio orden a mi vida.

El mismo orden, quizá, que ahora querrá imponer en Guerrero, si nos guiamos por su eslogan de campaña.