Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Suplemento Cultural de La Jornada
Domingo 7 de junio de 2015 Num: 1057

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Andrés Bello, la
sabiduría y la lengua

Leandro Arellano

La neomexicanidad en
los laberintos urbanos

Miguel Ángel Adame Cerón

Un poema
Jenny Haukio

Sobre los librotes
José María Espinasa

Contra las violencias
Fabrizio Lorusso

Günter Grass: historia,
leyenda y realidad

Lorel Manzano

Carrington y
Poniatowska:
encuentro en Liverpool

Ánxela Romero-Astvaldsson

Leer

Columnas:
Bitácora bifronte
Ricardo Venegas
Monólogos compartidos
Francisco Torres Córdova
Mentiras Transparentes
Felipe Garrido
De Paso
Ricardo Yáñez
La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía
Cabezalcubo
Jorge Moch
Galería
Gustavo Ogarrio
Cinexcusas
Luis Tovar


Directorio
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La Jornada Semanal

 

Luis Tovar
Twitter: @luistovars

Los Arieles y otras cuitas

El pasado martes 27 de mayo tuvo lugar, en el Palacio de Bellas Artes, la quincuagésima séptima entrega del Premio Ariel que otorga la Academia Mexicana de Artes y Ciencias Cinematográficas. La principal ganadora fue Güeros, ópera prima largometrajista de ficción de Alonso Ruiz Palacios, que de doce nominaciones obtuvo cinco, a saber: mejor ópera prima, mejor película, director, fotografía y sonido. Por número de reconocimientos le siguieron Obediencia perfecta, de Luis Urquiza, que ganó los Arieles a mejor actor para Juan Manuel Bernal, a revelación masculina para Sebastián Aguirre, y el de guión adaptado, así como Cantinflas, segundo largo de ficción –y segunda biopic– de Sebastián del Amo, con los Arieles para diseño de arte, vestuario y maquillaje. A Las oscuras primaveras, segundo largo de ficción de Ernesto Contreras (Párpados azules, 2007), le tocó quedarse con los premios a música original, edición y, ex aequo con Güeros, el de sonido. La tirisia, segundo largoficción de Jorge Pérez Solano (Espiral, 2009), ganó dos Arieles: por mejor actriz para Adriana Paz y por coactuación masculina para Noé Hernández, mismos que obtuvo Visitantes (Acán Coen), por efectos especiales y efectos visuales. Con un premio cada una, siguieron Carmín tropical (Rigoberto Perezcano) por guión adaptado; Las horas contigo (Catalina Aguilar Mastretta) por coactuación femenina para Isela Vega; Seguir viviendo (Alejandra Sánchez) por revelación femenina para Isabel Huerta. Igualmente con un Ariel –sólo se entrega uno en estos casos– están el largometraje documental H2OMX, de José Cohen; el cortometraje de ficción Ramona, de Giovanna Zacarías, el corto documental El penacho de Moctezuma. Plumaria del México antiguo, de Jaime Kuri; el corto de animación El modelo de Pickman, de Pablo Ángeles Zuman, así como el largometraje iberoamericano de ficción Relatos salvajes (Damián Szifron, Argentina). Restan los Arieles de Oro, en esta ocasión otorgados a la productora Bertha Navarro y al técnico de efectos especiales Miguel Vázquez.


Güeros

Clandestino sempiterno

Tan o más escueta que la relación suprascrita es la reacción pública a la entrega de los galardones más importantes que el cine mexicano concede a su propia hechura: pocos se enteran de que ha sucedido, más pocos estaban al tanto de las nominaciones, y todavía menos tenían conocimiento previo de la materia que suscitó nominaciones y premios. Nada nuevo, para infortunio de la máxima ceremonia de una industria que, si por méritos de calidad cinematográfica fuera, merecería mejor suerte mediática: esa relativa pero evidentísima semiclandestinidad se corresponde punto por punto con la invisibilidad virtual del cine mexicano, año tras año arrumbado en el diez o diecitantos por ciento de presencia en pantalla a nivel nacional, de modo que no importaría, en el fondo, si la entrega fuera televisada en directo –se transmite, pero diferida, y luego de una promoción prácticamente nula–, o que los medios de comunicación, especializados y de los otros, “calentaran” el ambiente para generar expectativa, pues ¿a quién ha de interesar la premiación de algo de lo cual se ignora casi todo, o sin el casi? De todo lo cual el pobre Ariel ninguna culpa tiene, por supuesto; antes resulta ser una sempiterna víctima –mejor dicho, una más– de la igualmente sempiterna distorsión exhibidora fílmica que se padece por estos rumbos.

Lamento cuequero

Como exalumno universitario y como miembro del comité editorial del Centro Universitario de Estudios Cinematográficos –y aun si no contara con ese par de privilegios–, este juntapalabras no puede sino lamentar que al CUEC le esté tocando ser el foco de una tormenta en la que nada se ve claro: numerosas y variopintas acusaciones, algunas contradicciones y no pocas truculencias, una renuncia y un nombramiento después, resulta difícil incluso entender cuál es a fin de cuentas el fondo del conflicto, si ya se ha solucionado o hasta cuándo. Ojalá que a Maricarmen de Lara, conocidamente serena y amiga de la claridad y el orden, le corresponda reencaminar muy pronto a la longeva escuela cinematográfica a sus tareas sustantivas, para que no haga falta gastar líneas en estos temas sino en otros mil veces más gratos, como la celebración de la vigésima edición de la Muestra Fílmica del CUEC, que comenzó el pasado miércoles, o el reconocimiento que el propio CUEC le hará al maestro de maestros Jorge Ayala Blanco por sus primeros cincuenta años de trayectoria docente.