Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Suplemento Cultural de La Jornada
Domingo 7 de junio de 2015 Num: 1057

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Andrés Bello, la
sabiduría y la lengua

Leandro Arellano

La neomexicanidad en
los laberintos urbanos

Miguel Ángel Adame Cerón

Un poema
Jenny Haukio

Sobre los librotes
José María Espinasa

Contra las violencias
Fabrizio Lorusso

Günter Grass: historia,
leyenda y realidad

Lorel Manzano

Carrington y
Poniatowska:
encuentro en Liverpool

Ánxela Romero-Astvaldsson

Leer

Columnas:
Bitácora bifronte
Ricardo Venegas
Monólogos compartidos
Francisco Torres Córdova
Mentiras Transparentes
Felipe Garrido
De Paso
Ricardo Yáñez
La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía
Cabezalcubo
Jorge Moch
Galería
Gustavo Ogarrio
Cinexcusas
Luis Tovar


Directorio
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La Jornada Semanal

 

La forma como fondo

Ricardo Guzmán Wolffer


Los elementos del estilo tipográfico,
Robert Bringhurst,
Fondo de Cultura Económica,
México, 2014.

Apartir de la sencilla premisa de que la tipografía es el arte de dotar al lenguaje de una forma visual duradera, Bringhurst ha presentado un clásico universal, como se demuestra, entre otros datos, con el hecho de haber sido traducido a muchas lenguas y tener más de veinte años en el mercado.

Cuando se hojea un libro para ver la posibilidad de comprarlo, solemos escoger por el diseño de interiores o de la portada. Pocos son los que se detienen a analizar la tipografía usada y su desarrollo visual. La tipografía se relaciona con la escritura, el diseño gráfico y la edición, pero no pertenece a tales campos. No puede pensarse en tipografía sin suponer la caligrafía como punto de partida, personalísimo baile entre la mano y la pluma: la raíz de lo impreso siempre será la inscripción manual de las ideas, no sólo históricamente, sino en cada individuo. Así, las raíces de lo mecánico están en lo humano y mientras la fuente primigenia siga viva, no importará que sean distintas las máquinas que imprimen con distintas letras.

El texto ofrece parte de la historia de la tipografía, describe las principales formas usadas desde los renacentistas siglos XV y XVI, los barrocos del siglo XVII y hasta los contemporáneos. Explica el uso de los signos y lo esperado para un libro de esta naturaleza (cómo usarlos, cómo marcar los inicios de página, de párrafo, etcétera), pero también desarrolla la apreciación del libro como concepto: “haga de la portada un símbolo de la dignidad y la presencia del texto”: “…la elegancia es más importante que el tamaño, y la elegancia es sobre todo vacío”. Entre explicaciones técnicas sobre la tipografía y el armado del texto, el autor nos lleva a entender que el diseño es conceptual, no sólo una opción visual: “la congruencia es una de las formas de la belleza. El contraste es otra”. Mientras obedezca a una composición direccionada, las páginas pueden llevar un único tipo y un solo punto, pero también pueden estar colmadas de diversidad, “como una selva ecuatorial o una ciudad moderna”. Por otra parte, el diseño de la página es abordado de distintos modos; por ejemplo, puede ser concebido como una creación relacionada con la música: se articulan las proporciones de la página con la escala cromática, desde el unisono hasta la octava; puede obedecer al uso de la proporción áurea de muchas maneras, e incluso en una proporción mecánica con las diversas figuras geométricas: pentágono, en su concepto básico o en el truncado, rotado, corto, ancho; igual el hexágono y muchos más.

Este es un libro básico para comprender la complejidad del hecho, ahora tan asumido que ni se le reconoce significado, de elegir cualquier tipografía, con la amplia historia que cada una lleva; de abordar la presentación de los interiores de cualquier libro: de establecer que la dulzura y persistencia de cualquier libro radica en ser un objeto producto de la esencial necesidad humana de perdurar, incluso en el anonimato creativo.


Cuentos a la luz de la sangre: “montezuma’s revenge” y ¿otros deleites?

Sara Poot Herrera


Montezuma’s Revenge y otros deleites,
Carlos Martín Briceño,
Ficticia/Ayuntamiento de Mérida,
México, 2013.

Es la noche del 15 de abril de 2014. Coincide mi lectura de Montezuma’s Revenge y otros deleites, de Carlos Martín Briceño, con el eclipse de luna. La “luna roja” va iluminando los primeros setenta y ocho minutos de las ciento dos páginas que ocupan los diez cuentos que, deleitosos por vengativos o vengativos por deleitosos, acentúan el “deseo de revancha” del narrador de “Matrimonio y mortaja” (décimo y último de los cuentos) y nos recuerdan a su vez el título “Revancha” de Los mártires del freeway y otras historias de su misma autoría. La misma también de quien –Después del aguacero– en el año 2000 levantó alas, en 2001 rompió con el Silencio de polvo y en 2005 jugó al Póquer de reinas, cinco versiones del deseo. Unas tras otras, y como en Caída libre (título de hace una década,2004), las historias se esparcen y se concentran en pequeñas piezas de quien junto con el oficio de escritor tiene el de lector. De allí, en gran medida, la brillantez de los libros de Carlos Martín Briceño: escritor que nace, escritor que se hace. De allí la inteligencia de quien observa, se esmera y aprende para acicalar el genio, “limar la prosa” con que se vino al mundo.

Además de la coincidencia entre la luna y la lectura, tenemos esta otra: la de leer a un escritor nacido en 1966 a cinco siglos del nacimiento de Moctezuma ii quien, se dice, nació en 1466. Y una coincidencia más: el cuento Montezuma’s Revenge, ahora en cuarto lugar del libro del mismo nombre, obtuvo el vigésimo sexto Premio Internacional de Cuento “Max Aub”, edición 2012, cuarenta años después de la muerte de Max Aub, que fue en 1972. De estos premios, Carlos Martín Briceño es el cuarto cuentista mexicano que lo recibe y el séptimo cuentista latinoamericano al que se le otorga; esto fue de península a península en un verdadero viaje trasatlántico de una ficción taladrada en el caribe mexicano y contada de modo contundente por su propio protagonista, quien no cumple con el “no matarás” pero, en cambio, lo hace con el “sí contarás”, que lleva a cabo de modo rotundo y sin cortapisas. ¿Un nuevo narrador asesino como los de El Llano en llamas pero urbano y en el llamado sureste mexicano?

Este cuento indudablemente sería el título del libro que ahora nos ocupa. Y con la venganza mayor, la de Moctezuma, otras nueve vengancitas en el plato de esta narrativa, bendecidas todas ellas con un epígrafe de Gonzalo Rojas: “La palabra placer, cómo corría larga y libre por tu cuerpo la palabra placer”. Y si en uno de sus versos el poeta chileno clama y así lo dice la voz poética –“¡con lo lascivo/ de mis dedos te vi!”–, el cuentista meridano escribe con los “dedos lascivos” de sus narradores, que se ubican en ángulos de tres voces. La del yo de Moctezuma’s Revenge, “Deleites” y “Matrimonio y mortaja”; una misma voz con resultados distintos: frustración, cinismo, resignación. La del tú de “Caprichos”: voz del deseo, distante éste a la del cónyuge que somete. La de la tercera persona de “Made in China”, “Autoservicio”, “Zona libre” y “Dios los cría”: la voz oscilante (dentro de la tercera voz narrativa, la del yo y la del usted) desnudadora de engranajes underground. Y la del yo que dialoga con un tú como en “Hacer el bien” y “Quizás, quizás”: la voz confesante que le habla al amigo y con él al lector, quien encuentra en los trazos de esta cuentística pensada y escrita al filo del asfalto que corta y hiere, y de la pluma que desprende la retina, a personajes de distintas capacidades e incapacidades, a personajes ya no víctimas ni victimarios. Entrelazadas con esas voces están los tonos distintos de los diálogos, infaltables en cada uno de estos cuentos que giran en contrapunto con la hasta ahora obra completa de Carlos Martín Briceño a partir esta noche de Montezuma’s Revenge y otros deleites.

Fantástica coincidencia la del eclipse lunar y la nueva lectura del autor de Al final de la vigilia (2003), precisamente en esta semana cuando concluye la de 2014. Pero las lecturas nunca hacen vigilia, aunque eso de leer en Semana Santa a este heredero de El Rayo Macoy (entre otras de sus herencias y algunas “perversas”, como las de Juan García Ponce, o llevadas más allá del Carlitos de Las batallas en el desierto) es no para pensarlo dos veces sino para (y en pleno desafío) leerlo dos veces (esto es, releerlo) como dos veces se han publicado hasta ahora dos de sus títulos. Y así es ya que su temática recurrente y novedosa, al desplegarse impenitente en el ring de las páginas, a bofetadas hace caer al lector –¿será justo?– y a cubetazos de agua fría lo levanta de nuevo en el propio via crucis de su lectura. La venganza va y viene entre líneas, entre páginas y entre libros, coronada en Montezuma’s Revenge y otros deleites que, amenizado por la música electrónica de Pat Metheny, nos pone los pelos de punta cuando la guitarra de ser muy groove (chida, pues), propia de la quietud de la noche, se detiene al meterse el texto a la feria de Guangzhou –de groove a Guangzhou para preguntarnos qué hace un koala australiano en tierra de Mao Tse Tung? ¿Leyó Martín Briceño la noticia de un horrorizado turista australiano que vio a un koala enjaulado y a punto de ser vendido para ser devorado por los turistas? ¿Qué hacemos nosotros leyendo esta decena, trágica como es el caso de “Made in China”?

Merodeando por la tangente, pensando que casi todos los cuentos superan su propio título y que algunos finales como que no corresponden a su cuento (y no es que no correspondan sino que como cuentista ha aprendido a suprimir las causas de sus efectos), me doy cuenta de que no estoy sola esta noche de luna rojiza y de Ficticia, cuya Biblioteca de Cuento Contemporáneo ha atesorado a este autor reconocido nacional e internacionalmente. “En el país de ficticia todos somos realistas” (Arreola dixit). Me acompañan en mi lectura la imaginadora Ana García Bergua, a quien el autor dedica “Caprichos”, la primera venganza de las diez que aquí se prometen. “Caprichos” nos sitúa a los lectores martinbriceñistas en varios puntos recurrentes de su cuentística: la de la eterna mirada materna, la revisitación de la infancia, lo que podemos ver con este ejemplo, y cito: “Observas tus bostonianos; el mismo modelo de siempre. Sólidos, chatos, las agujetas bien amarradas. ¿Empolvados? ‘A un hombre con clase se le reconoce por el calzado’, de nuevo la voz de tu madre” (“Caprichos”). Frase que, como sentencia, nos devuelve a esta otra: “paseó la mirada […] hasta detener la vista en una mota de polvo que opacaba la superficie de uno de sus nuevos Florsheim. Molesto, frotó la mancha con el pulgar buscando recuperar el brillo de su zapato, pensando en lo fácil que se estropean las cosas buenas en estos tiempos” (“Una larga estación de felicidades”, en Los mártires del freeway y otras historias). Como en espejo se miran las dos frases en las que, con pies de plomo, su autor (alter ego de sus narradores) da indicios una y otra vez de un pestañear de infancia. Y una vez más la persistencia de un narrador (ya crecidito) que, más que desear a la mujer de su prójimo, desea también (y además) a la mujer que no tiene tan próxima. Pareciera que, años después de casado (diez, veinte…) quiere con todas, incluso con su esposa. “Caprichos” como éste están en esta narrativa. Como también lo está la relación digamos dispareja de “Quizás, quizás” de este libro y de Entre Chien et Loup y “Los fines de semana” de su Freeway? ¿Homenaje multifacético al irlandés John Banville conocido también como Benjamin Black?

Esta y otras preguntas me hago mientras sigo con mi lectura donde aparece el multidisciplinario cubano (y yucateco también) Raúl Ferrera-Balanquet, a quien Martín Briceño le ofrece “Made in China”, que denuncia no sólo la contaminación “made in China”, sino descubre un escalofriante tráfico de animales al que, y junto con el personaje, el narrador nos avienta a un “desbarradero”. Aquí el narrador parece salido del cuerpo del autor que en su viaje a China lee una novela del sueco Henning Mankell, creador del detective Kurt Wallander, modelo en alguna medida de Desiderio Grajales, protagonista de “Los mártires del freeway”, leído a su vez por un personaje de “Deleites”, el quinto cuento del nuevo libro de Martín Briceño.

“Deleites” es para Mónica Lavín –regalo pues, Uno no sabe–, quien antes le aceptó al autor de “estas venganzas deleitosas” un viaje al infierno con la promesa de una nueva visita, promesa que se ha cumplido al atentar el nuevo cuento contra el honor de la sagrada familia, ironizada por Raymond Carver en el epígrafe que enmarca la dedicatoria a la amiga cuentista. “A bocajarro” me encuentro con Adrián Curiel Rivera, de la misma generación de Martín Briceño y a quien se le regala “Hacer el bien”, deformado al replicar uno de los versículos de la Biblia. Y no podía faltar Beatriz Espejo, maestra cómplice, en la que el también autor de Los mártires del freeway y otras historias se mira como en espejo. Para ella es el último cuento que, como el primero (y “Autoservicio” y “Dios los cría” también) son los únicos que no tienen epígrafe.

Los destinatarios de las dedicatorias son, han sido y serán lectores de este cuentista antes niño bueno y ahora l’enfant terrible de la cuentística yucateca. Lo de bueno lo saben sus padres, a quien se les dedica el libro en su conjunto, dedicado también a Rafael Ramírez Heredia, quien de taller en taller (y en cada mostrador) contribuyó a las cualidades de este escritor que cada vez es menos niño (¿sí?) y cada vez mejor escritor (¡sí!). A colegas escritores también se agradece y la familia más cercana siempre está. En estos cuentos, nada o todo es coincidencia. Como la de ahora, cuando a la luna le llegó también su noche.

Montezuma’s Revenge y otros deleites es un decálogo de un imperfecto cuentista. Imperfecto en el sentido de que su obra no está conclusa, aunque sí bien acabada, de buen acabado: a mano. Y en el proceso de su hechura está “el mismo modelo de siempre” (frase aquí citada), lo mismo que nuevas experimentaciones (Max Aub se distinguió por sus experimentaciones) que la hacen inconclusa, en movimiento rotativo y de traslación, en búsqueda constante.

El título del libro anunció su recurrencia, ratificada en el epígrafe del cuento del mismo nombre, pedido prestado a la creadora de Tom Ripley. “La venganza le supo a gloria y casi se sonrió” (Patricia Highsmith). Ésta se ha cumplido y multiplicado: personajes que se vengan, narrador que se venga, lector que se venga, páginas que se vengan por el peso a que las han sometido. Y la crítica digamos que se venga o recibe la venganza, al hablar de Moctezuma’s revenge y no de Montezuma’s revenge. Aquí la venganza de Moctezuma. Por si fuera poco, quien crea el título –su propio autor– anuncia lo de “otros deleites”; luego, la venganza de Moctezuma es deleite lo mismo que los otros nueve textos que pagan tributo al emperador azteca y al emperador del género breve: el cuento.

Montezuma’s Revenge y otros deleites no es el deleite campechano “de observar el atardecer desde los balcones del legendario Hotel Baluartes” (reseña de Carlos Martín Briceño al libro Tus ojos serán silencio, de Carlos Vadillo Buenfil, también premiado) sino un túnel por donde los personajes se asoman al mar (negro) de su infancia, una mirilla de vidrio estrellado, un acto de contrición, una penitencia y sobre todo una narrativa que sorprende como esta noche ha sorprendido la luz verde que se coló cuando la tierra echó sombra sobre la luna. El deleite de la venganza está en la savia de este libro, relámpago que centellea en la cuentística de Carlos Martín Briceño.



Luis Mario Schneider y la literatura mexicana,
Alejandro García, Difusión Cultural
UNAM/Literatura ,
México, 2014.

Los editores dan una nota muy pertinente acerca del autor de este ensayo donde se dice, a la letra, que entre otros temas Alejandro García “se ha dedicado al estudio del cuento corto, las novelistas mexicanas, índices de revistas y periódicos literarios del siglo XIX”, además de haberse dedicado a la elaboración de “ediciones y antologías de diversos escritores, entre ellos, Efraín Huerta”.

Pertinente, se decía, porque la breve noticia curricular da cuenta de un investigador y ensayista como los que siempre hacen falta en la mexicana república de las letras: abocado al estudio y la difusión de géneros, vertientes y autores que no necesariamente –o de ningún modo– forman parte de ese canon tácito y más bien limitado en el que suelen desplegarse la mayoría de las exégesis analíticas, según el cual pareciera que la literatura mexicana se compone solamente de cuatro, cinco autores cuando mucho. A mayor abundamiento de credenciales, anótese también que a sus cuarenta y pico años el autor es un ensayista literario más que consumado, como queda de manifiesto en la tríada de reconocimientos que nuevamente los editores mencionan ha obtenido Alejandro García con su trabajo: el Premio Bellas Artes de Ensayo Literario José Revueltas 2014; el Nacional de Ensayo Alfonso Reyes 2013, así como el de Ensayo Literario Bellas Artes Malcolm Lowry, precisamente por este libro en el que recupera la figura y la obra del argentino de nacimiento y largamente avecindado en México Luis Mario Schneider (1931-1999), quien a su vez podría muy bien ser visto como un claro antecesor del propio García: autor de obra propia, en su caso preponderantemente poesía pero también narrativa, a Schneider sin embargo se le conoció siempre mucho más por su labor de promoción cultural, editora, historiográfica literaria y académica, trabajos todos ellos con los que dejó una impronta todavía visible a poco más de tres lustros de su muerte. De esa clara empatía surge este muy bien escrito y prolijo ensayo, que la Dirección de Literatura de la UNAM no podía menos que publicar, y hacerlo tal y como lo ha hecho: con una edición cuidadosa y gratamente diseñada.