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Romero, el obispo que apoyó la revolución
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Imagen del arzobispo Óscar Arnulfo Romero durante la ceremonia de beatificación que se llevó a cabo el pasado día 23 en San Salvador. El religioso fue asesinado en 1980Foto Reuters
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scar Romero, un obispo entre guerra fría y revolución, es el título de un libro colectivo sobre el obispo salvadoreño recién declarado beato por la Iglesia católica. El texto lo editó un italiano del grupo que asumió la causa de Romero para limar asperezas con los opositores del Vaticano, pero que acabó limando el filo del arzobispo masacrado por la derecha criolla e imperial. En realidad el título del libro es acertado al destacar las coordinadas apropiadas para entender el drama del obispo y de su pueblo. El problema del texto no logra romper las camisas de fuerza ideológicas impuestas por esa guerra fría, y acaba viendo a Romero a través de esas categorías en lugar de rebasarlas como el mismo Romero lo hizo.

Para tratar adecuadamente el tema habría que empezar por entender qué fue (o es) la guerra fría y para ello habría que entender primero qué fue la guerra mundial de mediados del siglo pasado. Según una cercana colaboradora de Martin Luther King si no entendemos la guerra fría no podremos entender la segunda mitad del siglo XX, y yo añadiría: tampoco el principio del siglo XXI.

La Segunda Guerra Mundial podría compararse con dos hermanos que estando enfrascados en un pleito mortal entre ellos se topan con un enemigo peor que lo que es cada uno para el otro y que además no es de la familia (lo que, por cierto, no evitaba que los hermanos se odiaran a muerte); los hermanos incómodos momentáneamente dejan de lado su pleito para enfrentar al tercero que los amenaza. Una vez derrotado ese tercero, vuelven a reasumir su pleito como si nada hubiera pasado. Una de las muchas muestras de ese comportamiento la acabamos de ver de manera patente en la celebración en Moscú del 70 aniversario de la rendición de la Alemania nazi (que por cierto coincidió con el fin del seminario convocado por el EZLN): el hermano occidental se negó tajantemente a asistir a la celebración de la victoria común e incluso chantajeó a algunos de los representantes de la Europa oriental para que no asisitieran (como el presidente de la República Checa). O sea que, a pesar de la versión oficial que dice que la guerra fría terminó en 1989 con la caída del muro de Berlín, ésta no ha terminado, aunque el hermano oriental ya ni siquiera es comunista.

La metáfora de los dos hermanos no es inapropiada ni meramente artificial. A final de cuentas, tanto el liberalismo que conformaba las llamadas democracias aliadas como el socialismo que se consolidó (y se esclerotizó) como el comunismo de la URSS son hijos de la revolución francesa. Si el primero hizo una interpretación empobrecedora de la libertad que excluyó a la igualdad, los segundos recogieron la bandera de la igualdad aun a costa de la libertad a la que entendían –y combatían– como mera libertad burguesa. Y siguiendo esa lógica la fraternidad fue sacrificada en ese pleito, pues los hermanos se odiaban a muerte. Ahora bien, si el liberalismo y el socialismo son hijos de la revolución francesa, el fascismo y el nazismo son la expresión última de la reacción. Lo cual significa que acaban negando de manera absoluta tanto la libertad como la igualdad y la fraternidad. Eso puede darnos cierta indicación sobre la tormenta que viene cuando el capitalismo está liquidando los últimos débiles hilos que todavía lo vinculaban con los auténticos valores del liberalismo.

Hubo por lo menos un testigo notable de la guerra que vio las cosas como las estamos describiendo. Jacques Maritain, filósofo correligionario de monseñor Romero, no se cansó de repetir cuando aquélla estaba llegando a su fin: después de esta catástrofe inaudita que ha costado millones de vidas, la humanidad quiere la paz, pero no habrá paz si los dos hermanos (las democracias capitalistas y el mundo comunista) no se reconcilian y si no emprenden un difícil pero necesario compromiso de trabajar juntos para lograr no sólo la paz, sino la verdadera democracia, democracia que no es posible sin justicia social (lo cual implicaba que los autodenominados campeones de la libertad dieran cabida a la igualdad en sus sociedades, mientras que los otros, los comunistas, corrigieran su camino dando el debido espacio a la libertad; haciendo así ganaba también la fraternidad, o sea, todos). Ya sabemos que los hermanos no hicieron caso a este sabio consejo. Pero Maritain hizo algo más que dar este consejo. Dijo a las democracias occidentales: si no te reconcilias con tu hermano ruso, que te ayudó a vencer a los nazis, acabarás pareciéndote cada vez más a éstos. Esa advertencia se ha convertido en una profecía que puede decirnos bastante sobre la tormenta que viene.

Por otro lado, Maritain, como francés católico, era dolorosamente conciente de otro cisma histórico: el que se dio entre la revolucion francesa y la Iglesia católica. Según él, aunque había razones históricas de todos conocidas que explicaban este conflicto, filosóficamente no tenía razón de ser, ya que la libertad, igualdad y fraternidad proclamadas por la revolución en el fondo no eran otra cosa que el mismo mensaje del Evangelio. Pero accidentes históricos que a través de las vicisitudes de la historia se hicieron inevitables habían hecho que la democracia y la Iglesia se combatieran una a otra durante más de un siglo, con el único resultado de que se debilitaron mutuamente (eso lo veía él como una de las causas de la guerra). Así, mientras los defensores de la democracia y de las clases explotadas sólo veían en la religión a la aliada natural del orden establecido, los sostenedores sociales de la religión no sabían ya reconocer a Jesús en los pobres y en el clamor confuso de sus reivindicaciones, y confundían todo llamado a la justicia social con el motín y la revolución sin Dios.

Óscar Romero y ahora el papa Francisco que lo beatifica han roto esa especie de maldición histórica al reconocer al Jesús de su religión en los pobres que luchan por su reivindicación. Un testigo de esa revolución y reconciliación de las profundides es Raúl Castro declarando que si el Papa sigue así, él volverá a la Iglesia. Otros testigos más cercanos a nosotros son los indígenas de Chiapas, quienes alimentados espiritualmente por una Iglesia renovada tomaron la bandera de la revolución social y cultural. La otra reconciliación de la que hablaba Maritain, la de las democracias liberales con las demandas sociales, parece más lejos que nunca, al grado de que esas sociedades cada vez son menos democráticas y menos liberales. Esas son las nuevas coordenadas entre las que se ubica la tormenta, que más que venir ya está sobre nosotros.

* Asesor de proyectos alternativos de educación en Chenalhó, Chiapas