Opinión
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Belleza entre gemidos
Q

ué quedaré de la belleza de Palmira, sus secretas cadencias misteriosas detenidas en el tiempo que las hechizó. Escrito en medio de los horrores de guerra; aguda conciencia de fluir temporal de la vida. La palabra ahogada por el desengaño, esta semana la ejecución de 400 personas y lo que venga: vida muerte.

Por breve tiempo Palmira –ciudad de los árboles de dátil– podría continuar siendo una de las vistas más encantadoras de Medio Oriente. Al posarse el sol sobre sus ruinas, la cantería del templo de Bel, que data de hace 2 mil años, se pintará de rojo. Las sombras de las columnas de la gran avenida se proyectarán sobre la arena. Allí el silencio del desierto parece volverse más profundo.

“Esta semana, apenas unos días después de alcanzar el borde de la moderna ciudad de Tadmur y comenzar la ritual matanza de habitantes, los yihadistas de Irak y Siria han infestado las ruinas romanas. Poca duda cabe de que destruirían las ruinas monumentales de la gran ciudad que fue uno de los centros culturales más importantes de la antigüedad y cuanto tengan a la vista, sea patrimonio mundial de la humanidad o no. Los militantes arrasarán con todo lo ‘no islámico’ e ‘idólatra’, masacrarán a la gente que para ganar su magro sustento laboran en modestos giros turísticos. La ciudad está hoy bajo control total de hombres armados, el destino es oscuro e incierto.”

Los expertos en herencia cultural –el origen– se encuentran en estado de anticipación y temor por los tesoros arqueológicos de la zona, que constituyen una embriagadora mezcla de influencias romana, griega y persa que con el tiempo se convirtieron en la capital del imperio de la reina Zenobia en el siglo III dC, con toda la majestad que conllevaba tal título.

El vigía melancólico: Apollinaire simboliza poéticamente lo atemorizante de esta destrucción. Sorprende que sus caligramas, tan llenos de belleza, de alegría, de pasión, fueran escritos en medio de los mayores horrores de la guerra. En ellos se abrazan de manera terrible Eros y Tánatos; allí se encuentran la precariedad de la vida y la fraternidad entre los hombres frente al dolor y la muerte.

El vigía melancólico opta por exaltar el amor, ya que en las trincheras también se oye el canto sinfónico del amor.

Y es que en el maravilloso bosque donde vivo/ la ametralladora toca una especie de fuga/ qué hermosos esos cohetes que iluminan la noche/ porque tus senos son los únicos obuses que amo./ Dignifiquemos, corazón mío, la imaginación/ la pobre humanidad muy a menudo apenas la tiene.

El vigía recurre a veces a la mitología: Y me parezco a Ixión tras haber hecho el amor con el fantasma de nubes creado a semejanza de Hera o de Juno la invisible. Él sabe que en la relación amorosa los seres humanos nunca alcanzamos la posesión absoluta de la persona amada: Yo he creído poseer toda la belleza y no he tenido más que muerte.

Los crepúsculos nunca vencerán a las auroras (Rob Hastings: traducido por Jorge Anaya, The Independent, La Jornada, 25 y 26/5/15).