Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Suplemento Cultural de La Jornada
Domingo 10 de mayo de 2015 Num: 1053

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Kilómetros
Miguel Santos

De la carta enviada por
Funes el Memorioso a
don Lorenzo de Miranda

Juan Manuel Roca

Desierto amor
Diana Bracho

Viaje a Indochina:
un periplo por el
sudeste asiático

Xabier F. Coronado

Vietnam, el nuevo
tigre de Asia

Kyra Núñez

Fuga de cerebros
Fabrizio Lorusso

Leer

Columnas:
Bitácora bifronte
Ricardo Venegas
Monólogos compartidos
Francisco Torres Córdova
Mentiras Transparentes
Felipe Garrido
De Paso
Ricardo Yáñez
La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía
Cabezalcubo
Jorge Moch
Galería
Jaime Muñoz Vargas
Cinexcusas
Luis Tovar


Directorio
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La Jornada Semanal

 

Hartwig HKD, Time Goes Bye Bye. Fuente: Flickr/ CC BY-ND 2.0

Miguel Santos

Para mi padre

Un hombre dormitaba en la habitación de un hospital.

Otro hombre realizaba los ejercicios de calentamiento previos a iniciar los 60 minutos de carrera con los que daba inicio a la semana.

El primer hombre tenía conciencia de que no le quedaba mucho tiempo, pero no podía hacer nada, la vida había pasado. Dormitar era como hacer los ejercicios de calentamiento para una carrera de la que desconocía el tiempo y la meta.

El segundo hombre pulsó el cronómetro e inició el trote. Al principio siempre le era difícil acostumbrarse, los músculos y los pulmones le reclamaban la fatiga del fin de semana.

En el hospital le habían tratado lo suficientemente bien, aunque me pregunto si lo suficientemente bien es suficiente para un hombre que llegó con los días contados. A su esposa, que ha estado junto a él todo el tiempo, parece que el suficientemente bien le ha resultado insuficiente.

A los 20 minutos el cuerpo ya se había acostumbrado. Aumentó la velocidad y comenzó a disfrutar el ejercicio. Era la primera vez que recorría aquella ruta y sentía que ese detalle le traería nuevas perspectivas e ilusiones a la semana.

Entre sueños veía la sombra de su mujer, decaída y difuminada, esto lo llevaba a pensar en el insuficiente buen trato que le brindaban enfermeras y doctores, así que pidió a todos los dioses que le concedieran iniciar la carrera desconocida lo más pronto posible. Con esfuerzo, alzó el brazo y le indicó a su esposa que encendiera la radio, esa era una de las ventajas que conlleva el irse a morir a un hospital que ofrece buen trato, su cuarto disponía de un reproductor de música y podía echarlo a andar cuando quisiera.

El lugar por el que ahora pasaba era un halago para los sentidos y lo motivó a subir la velocidad. La situación le trajo a la mente una película que vio hace muchos años, no recordaba el nombre. Mientras corría, el viento lo acariciaba con suavidad y sin importunarlo, los árboles a su paso se desprendían de las hojas que el otoño había extenuado, la canción que el reproductor tocaba parecía ir en sincronía con el instante, las hojas en el suelo se levantaban aparentando participar de la carrera. Aquella canción le recordó su infancia en la casa paterna, el momento era perfecto.

Al escuchar la canción, que comenzó a sonar en la radio, la mujer se echó a llorar. Era su canción, aquella que habían bailado incontables veces y que le traía recuerdos de las mejores épocas de su vida, cuando él estaba completamente sano y la dicha parecía no tener fin. ¿Por qué, por qué, por qué, justo ahora comenzó a sonar? Se preguntó, mientras llevaba la mano hacia el rostro, y trataba de esforzarse para que su marido no la escuchara sollozar. ¿Por qué justo ahora, cuando todo está por terminar?

El momento era perfecto, la carrera, los árboles, la canción, el viento, su corazón acelerado que parecía estar diciendo: quiero más, más, más, un poco más, sé que tú puedes, haz un esfuerzo.

Cuando reconoció la canción, se olvidó de su mujer, es decir de esa mujer que estaba sentada a su lado y hacía todo lo posible porque él no se diera cuenta de que estaba sollozando. Prefirió acordarse de la otra, la joven, ésa con la que bailó aquella canción infinidad veces y era el mejor recuerdo de su existencia. Se abandonó a la música, se vio con ella, su joven esposa, bailando en la sala; también vio a su hijo, mirándolos como a dos locos. Sintió cómo de pronto su corazón se aceleraba y parecía estar diciendo: quiero más, más, más, un poco más, sé que tú puedes, haz un esfuerzo.

El cronómetro marcó los 60 minutos y poco a poco fue disminuyendo la marcha. El esfuerzo había sido considerable, sintió que la semana y su cuerpo se lo agradecerían. Ahora sí estaba en condiciones de comenzar a planear el resto del día, se sentía poseedor de una energía suprema. Realizó unos estiramientos y se dirigió al auto.

Justo al terminar la canción el corazón del hombre se detuvo, el momento parecía como sacado de una película. Enfermeras y doctores llegaron, miraron a la mujer, una de las muchachas se acercó y la abrazó, pidiéndole de una forma muy amable que saliera unos instantes del cuarto, había que seguir el protocolo.

Ya en el coche, miró el reloj, vio la fecha y cayó en la cuenta de que en unos días sería el cumpleaños de su padre; tal vez no fuera una mala idea llamarle, hacía mucho tiempo que habían roto la comunicación. La ocasión se prestaba como un buen pretexto para tratar de restablecer los lazos, ya había pasado mucho tiempo del altercado, no valía la pena continuar extendiendo rencores que por su parte ya se habían evaporado. El tiempo y la distancia habían hecho un buen trabajo.

En el pasillo del hospital, la mujer pensó que debía llamarle; aunque su esposo había sido muy terminante en que no se le dijera nada, ya estaba muerto. Ella, ahora más que nunca, necesitaba restablecer la comunicación con su único hijo. Tal vez la noticia lo haría dejar a un lado los viejos rencores y lo motivaría a cruzar la distancia que los había separado por tantos años. Con suerte podría tomar un avión y estar aquí mañana, pensó. Tomó el celular, buscó el número y marcó.

Mientras manejaba de regreso a casa recibió la llamada, miró el número y no lo reconoció, así que prefirió no contestar. Buscó en la lista de la música y puso aquella canción que había escuchado cuando estaba corriendo y que tanto le recordaba a sus padres. Volvió a pensar en el momento perfecto por el que había pasado hace unos minutos: la carrera, los árboles, la canción, el viento; también recordó aquella película vista hace muchos años, todavía no se acordaba del nombre, lo que sí recordaba era que el protagonista al final se moría en uno de esos hospitales que ofrecen un muy buen trato.