Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Suplemento Cultural de La Jornada
Domingo 19 de abril de 2015 Num: 1050

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

El doble según
Edmundo Valadés

Luis Guillermo Ibarra

Las sagas islandesas: la
segunda piel de Islandia

Ánxela Romero-Astvaldsson

Juan Antonio Masoliver,
un heterodoxo contemporáneo

José María Espinasa

El neoliberalismo
como antihumanismo

Renzo D´Alessandro entrevista
con Raúl Vera

La Venecia de hoy
Iván Bojar

Leer

Columnas:
Tomar la Palabra
Agustín Ramos Aguilar
Jornada Virtual
Naief Yehya
Artes Visuales
Germaine Gómez Haro
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Paso a Retirarme
Ana García Bergua
Cabezalcubo
Jorge Moch
Jornada de Poesía
Juan Domingo Argüelles
Cinexcusas
Luis Tovar


Directorio
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La Jornada Semanal

 

Alonso Arreola
Twitter: @LabAlonso

A cincuenta años de My Generation,
tar… tar.. tartamudeos sobre The Who

Nun… nun… nunca fui fanático de The Who. Mi primer encuentro con ellos se dio gracias a Cecilia García Robles, tía de un amigo, hace unos veinticinco años. Ella tenía su ropero cubierto con fotografías de la banda, además de una batería al centro de la habitación, lo que enaltecía su opinión frente a un par de adolescentes que, a diferencia de ella, no habían visitado Inglaterra. Fue la primera en decirme: “Deberías escuchar a John Entwistle, es un gran bajista.” Pero algo me detuvo. Me faltaba vida. Pasarían años para que tuviera mi propio encuentro con The Ox, como también llamaban a ese genio de las cuatro cuerdas que cambió el sonido del bajo en el rock. Recuerdo que Cecilia también habló sobre Keith Moon, baterista virtuoso del cuarteto, y que se apasionó elogiando a Roger Daltrey, su cantante, y a Pete Townshend, su emblemático guitarrista y compositor principal.

Sucedieron varios giros al sol antes de que viera por primera vez Tommy, película que presentaba la ópera rock que catapultó a The Who como una de las bandas pioneras en la hechura de proyectos conceptuales. No me conmovió (aunque hubo momentos sorprendentes como “Pinball Wizard”). Debió pasar aún más tiempo para que, saliendo de una tienda de discos londinense, me prometiera replantear juicios sobre el conjunto, pues poco a poco me atraía más. Pero había razones que detenían mi acercamiento. Siempre interesados en el negocio y en repetir algunas de sus fórmulas (las “óperas”, por ejemplo), hasta lo de la mítica destrucción de sus instrumentos al final de cada concierto, me parecía una burda grandilocuencia con la que buscaban superar los arrebatos de Hendrix para sorprender a melómanos en ciernes, más que un performance proto-punk.

Incluso cuando ya los admiraba abiertamente, afectó mi entusiasmo que, tal como pasó tras la desaparición de Moon, el grupo decidiera seguir en tour semanas después del deceso de Entwistle en Las Vegas. Tampoco me ayudaron las acusaciones sobre pederastia que apuntaron a Townshend, ni que él y Daltrey se presentaran a dúo en el Superbowl y luego en las Olimpiadas pero como The Who. (Algo muy diferente a lo de Robert Plant y Jimmy Page con Led Zeppelin.)

Así, pues, aunque no me volví un amante irredento de su música, sucedió que un día me puse a escucharlos con detenimiento. Bueno, corrijo, me puse a escuchar atentamente My Generation, su disco debut de 1965 que este año cumple cinco décadas. Fue cuando caí en la cuenta: tenían alrededor de veinte años al momento de grabarlo. Eso es lo que más sorprende, que a esa edad fueran tan visionarios con respecto a su lenguaje y producción. Sí, algunos claman que sus letras son demasiado bobas, pero pese a la simpleza me parece que cuentan con solidez su idea del amor, la historia del desencanto en pareja. Además, la inclusión de “I don’t Mind”, de James Brown, es un acierto enorme. Cosa curiosa, la pieza que da nombre al disco, la mejor de todas y uno de sus mayores himnos, se sale de cauce. Acaso la máxima conquista de ese track, “My Generation”, sea la interpretación tartamuda de Daltrey, quien ostentando un cinismo metatextual se burla de los paranoicos detractores de una juventud nacida en la postguerra, en plena búsqueda de una identidad generacional impulsada por el mod, esa suerte de pre hipsterismo: “Don’t try to dig what we all s-s-s-say. I’m not trying to ‘cause a big s-s-sensation. I’m just talkin’ ‘bout my g-g-g-generation.”

Claro, volví a ver Tommy, no una sino varias veces. Mi gusto por ella fue en crescendo. No pasó lo mismo con el disco Quadrophenia, pero sí con el concierto en Leeds y el Who’s Next (el que abre con “Baba O’Riley”, tema de la serie CSI). Me di cuenta de que había sido un tanto injusto desde aquel día de mi adolescencia platicando con Cecilia. Reconocí la fuerza de la imaginación en The Who, su talento para construirse en el momento adecuado y en el lugar indicado, la potencia de lo que se sabe nuevo en el mundo. ¿Cuántos pueden presumir actuaciones al hilo en el Monterey Pop Festival de 1967, en el Woodstock de 1969 y en la Isla de Wight en 1970? Ellos hicieron que al rock se le cayera a pedazos el roll del otrora rock and roll, transformaron la estancia de un grupo en el escenario, le dieron la razón al Bob Dylan electrificado, le subieron el volumen al legado de los Beach Boys y los Beatles, hicieron que los Rolling Stones dejaran de verse tan malos. De allí que su show del próximo 26 de junio en el Hyde Park de Londres, culminación de su gira por los cincuenta años del –gran– disco My Generation, sea insoslayable en esta columna tan poco ágil y tartamuda. Se lo recomendamos. Bu… bu… buen domingo. Bu… bu… buena semana. Bu… bu… buenos sonidos.