Opinión
Ver día anteriorDomingo 12 de abril de 2015Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Algo se está quebrando en todas partes
L

os expertos hacen cábalas y los dizque políticos buscan maneras de cambiarle al Coneval la forma de ponderar el ingreso para calcular la pobreza económica actual: todo apunta a la recepción de resultados desalentadores que no son fruto de la maquinación de enemigo alguno, sino la advertencia repetida de que algo no funciona en lo fundamental. Si esta constatación siembra o no el desaliento en la sociedad o, peor aún, entre los jóvenes, es algo por discutir y dirimir, pero no es argumento alguno para desacreditar al o los mensajeros, pues todos llegan al mismo punto de arribo, y después de tanto esfuerzo empeñado en darnos claridad sobre lo que nos ocurre y sustento científico sobre los hallazgos numéricos, no nos queda otra que rendirnos a la evidencia, así sea ésta insuficiente para emitir juicio sumario.

El resultado es unívoco: no se ha podido construir una economía capaz de dar lugar a las demandas elementales de la demografía, ni un sistema político, democrático sin duda, capaz de corregir por la vía fiscal y otras políticas llamadas públicas las enormes fallas geológicas heredadas y las que el mercado abierto y libérrimo de los últimos lustros han hecho surgir hasta apoderarse de la escena social y la imaginación política de México.

Fallas de mercado sobran y fallas del Estado no termina uno de enumerar. Están a la vista de todos como el emperador que andaba desnudo por ahí, antes de entregarse a los peores excesos para caer en el autismo. Lo que no aparece como evidencia prima facie es, sin embargo, lo fundamental, es decir, la gana de la sociedad emergida de las crisis económicas y las desilusiones democráticas de mantenerse como tal, como comunidad nacional y, en todo caso, en busca de un Estado.

En está búsqueda no pueden ayudar los ridículos heligarcas, que confunden los costos con los precios y los valores. Estos curiosos personajes no son sino fauna de acompañamiento de una estructura de poder, en los negocios y en la vida del Estado, que se empeña en su conocida insensibilidad respecto de lo que ocurre en el resto de la sociedad que dominan, hasta llegar a un hermetismo sordo que alarma a observadores y chismosos, aspirantes al derecho de picaporte y otros contingentes del chisme palaciego.

Vivimos en y del escándalo, dice algunos, pero la verdad es que ni el chisme ni el azoro dan pan, ni seguridades, ni palancas para asegurar el porvenir. Por esa vía no hay curso, menos aún estación de llegada, salvo la que algunos afortunados logran gracias a su buena ubicación antes y en medio de la crisis. Eso no tiene chiste ni merecerá reconocimiento alguno; al contrario, es una caricatura grotesca de una clase política que no sabe, o no quiere, distinguir entre mérito y privilegio. Lo que manda es la conducta inaudita de los tripulantes y la reiterada ceguera de los habitantes de la cumbre donde reina ya, sin disfraz, el dinero.

Ante esto no queda sino preguntarse: ¿en qué país creen que viven? Pero es inútil, porque sin más viene una corrección corrosiva: ¿En qué país cree uno que ellos viven? ¿No seremos todos víctimas de una odiosa confusión, de una equivocación topológica que nos ha llevado a perder no sólo sentido de la realidad, sino de la más elemental de las geografías?

No es ésta una época de soluciones inmediatas, menos aún milagrosas. Lo arraigado y extendido de esta cultura del cinismo y la corrupción, que es más bien una anticultura, requiere una ardua voluntad, una labor pedagógica constante que evite que la línea del horizonte se pierda con los heligarcas, que no aciertan sino a ofrecer los pesos y los centavos que costó su traslado. Sin percatarse de que su helicóptero carecía de brújula.

Algo se está quebrando en todas partes, le decía Fernando del Paso a José Emilio Pacheco al acudir a recibir el premio con el nombre del poeta. Algo, sí, mi corazón ante todo lo que sucede a nuestro alrededor, y se quiebran mis palabras, ¡Ay, José Emilio yo no sé para qué me meto en estos bretes, si bastaría acudir aquí y aceptar el premio! Pero no puedo quedarme callado ante tantas cosas que se nos han quebrado. ¿Qué se hizo del México post-68? Qué proyecto de país tenemos ahora... ¿Qué proyecto tienen quienes dicen gobernarlo?

No me deja pasar el guardia.
He traspasado el límite de edad.
Provengo de un país que ya no existe.
Mis papeles no están en orden.
Me falta un sello.
Necesito otra firma.
No hablo el idioma.
No tengo cuenta en el banco.
Reprobé el examen de admisión.
Cancelaron mi puesto en la gran fábrica.
Me desemplearon hoy y para siempre.
Carezco por completo de influencias.
Llevo aquí en este mundo largo tiempo.
Y nuestros amos dicen que ya es hora
de callarme y hundirme en la basura.
José Emilio Pacheco, Indeseable