La combinación lúdica-mágica-competitiva-tradicionalista que encierra el juego de pelota autóctona fue lo que captó con su lente el fotógrafo y antropólogo Francisco Palma, quien a lo largo de 10 años creó una composición visual que lleva el nombre de Bola Ludens.

Palma trabajó incansablemente, aunque con amplios intervalos para captar con su cámara la esencia de este deporte que por siglos se ha jugado en el país.

Los rejas sobre la avenida Gabriel Mancera del Hospital Regional número 1 del IMSS son el escaparate donde los viandantes pueden admirar todo el día y gratuitamente la exposición de 40 fotografías de gran formato. La calle se vuelve también un sitio cada vez más frecuente para presentar el arte.

La lente de Palma deja testimonio claro del juego de la clásica carrera de la bola de los rarámuris, quienes se imponen largas distancias para correr de un cerro a otro, de una planicie a la cima de una elevación por horas y hasta días, con una pelota dominada con los pies. Al final, otros ganan y pierden en las apuestas previamente acordadas en un cuaderno.

En la noche, el espectador queda asombrado con la pelota de hule industrial encendida en llamas que es aventada de un lugar a otro, con bastón, hasta conseguir la victoria, en una disputa en buena lid entre los competidores, que tienen sus diferencias, sólo que en este terreno se arreglan con gritos, acaso un par de empujones, pero sin llegar a los golpes.

Para el autor, quien es el único patrocinador, los protagonistas del juego son con quienes comparte comida y hospedaje, la alegría que sienten los ganadores, así como la tristeza del perdedor que mantiene viva la ilusión de triunfar en la siguiente. Es la artesanía de crear una pelota de hule, de madera. Es la paciencia del artesano de construir un bastón de madera o un guante de cuero, así como el esfuerzo de los atletas indígenas, lo que lo impulsa a hacer su trabajo.