Opinión
Ver día anteriorLunes 23 de marzo de 2015Ver día siguienteEdiciones anteriores
Servicio Sindicado RSS
Dixio
 
Diálogos
E

l ruido en el que vive la sociedad contemporánea impide que los hombres y mujeres que la conformamos nos escuchemos. Parecería que la inmensidad de los mensajes que se expresan por todos los tradicionales y los nuevos medios corren en mil y un caminos paralelos que en realidad nunca se encuentran. Las vías de la comunicación universal corren aceleradas pero casi nunca se descubren entre si, casi nunca se tejen. En esos pensamientos estaba, cuando hace unos días cayó en mis manos un libro esperado por años: ¿En qué creen los que no creen?, que es el resultado del diálogo epistolar que durante 1995 y 1996 mantuvieron Umberto Eco y Carlo María Martini en la revista Liberal. Lo abro celebrando el hallazgo feliz y la primera frase que me encuentro es ¡el otro está en nosotros! en la carta de enero de 1996 que el arzobispo de Milán le envía al filósofo piamontés. Ella representa el núcleo de la idea de la solidaridad y el diálogo como fundamento de nuestra vida social.

Umberto Eco es de todos conocido por su inmensa labor de divulgación del pensamiento. El nombre de la rosa, su obra más celebrada, cumple en estos días 35 años de haber visto la luz. Han pasado casi 60 años y más de una cincuentena de libros desde que publicó por primera vez. Nada le es ajeno si se trata de semiótica, literatura y moral. A casi todos su sólo nombre le remueve algún cuestionamiento vital.

Menos conocida en nuestra geografía intelectual es la grandeza de Carlo María Martini. Nació en Orbassano, suburbio de Turín, el 15 de febrero de 1927 en el seno de una familia de la clase media italiana en la que su padre era ingeniero. Martini fue ordenado sacerdote en 1952 y comenzó una carrera fulgurante, tanto en el ámbito académico como en el eclesiástico. Ingresó en la Compañía de Jesús en 1944 y desde sus primeros ensayos fue considerado el pensador más importante del cristianismo en el siglo XX. Después de ser profesor y director del Instituto Pontificio Bíblico, en Jerusalén, dirigió la Universidad Pontifica Gregoriana, fundada por Ignacio de Loyola y considerada uno de los centros intelectuales de mayor prestigio dentro de la Iglesia católica. En 1979 fue nombrado por Juan Pablo II titular de la archidiócesis de Milán, la más grande de Europa y en 1980 fue elevado a cardenal. Murió a los 85 años, el 31 de agosto de 2012.

Su discurso de aceptación del Premio Príncipe de Asturias en Ciencias Sociales del año 2000 es, quizás, uno de los textos en el que expresa en toda su excelsitud su magisterio. Allí, Carlo María Martini manifiesta que un diálogo sobre las cosas más importantes de la vida es hoy necesario para la supervivencia y el desarrollo de las culturas. Para el diálogo, nos dice con sabiduría, es necesario tener sincera simpatía hacia el otro, acercarse a él con confianza, estar dispuesto a aprender de cualquiera que hable con sinceridad y honestidad.

Y lo más importante para dialogar es, sobre todo, cultivar una espiritualidad basada en el silencio del que escucha. De esta manera, continúa diciendo, “la escucha implica el silencio. Hoy es necesario que cualquiera que tenga una responsabilidad pública tenga en su jornada momentos de silencio prolongado, tanto más largos cuanto más grandes son sus responsabilidades… el silencio abre el corazón y la mente a la escucha de lo que es esencial y verdadero”. Así es, la voz de la sabiduría no se manifiesta ni en el ruido, ni en el viento impetuoso, ni en el terremoto, ni en el fuego, sino en un débil murmullo de silencio.

Ya en ¿En qué creen los que no creen? queda expresado que unos años antes le decía Umberto Eco a Martini en una especie de rima de una poesía del pensamiento sobre la comunidad: “es el otro, su mirada, el que nos define y nos forma. Nosotros… no logramos entender quiénes somos sin la mirada y la respuesta del otro.” Por ello, concluye Eco, en todos los ámbitos del diálogo debe prevalecer la Caridad y la Prudencia.

Nuestro país está urgido de ese silencio en el que prevalece el diálogo. Desde los tiempos mesoamericanos la diversidad es uno de los rasgos esenciales de nuestro pueblo. Esa es la delgada línea de pensamiento que le da carácter y sentido a nuestra nación mexicana. Es en la aceptación de la diversidad donde se fincan las bases para disminuir el ruido contemporáneo y sentar la raíz del diálogo.

El diálogo es así una forma suprema de construcción de ideas y en él se revela con generosidad e inteligencia la diversidad. Y es que, como lo dijo ese gran mexicano que fue Octavio Paz, todas las grandes cosas de los hombres han sido hijas del diálogo. Es el momento de cultivar el diálogo en todos los ámbitos de nuestra vida para honrar esa idea capital de los mexicanos. Celebraremos así la diversidad. La diversidad de maneras de acercarse a nuestra realidad para hacerla más justa. Sobre todas las cosas, para celebrar la diversidad de pensamiento como invitación al diálogo para reconocernos en la grandeza de nuestra de cultura.

Cultivemos el diálogo como esencia de nuestra identidad. Esa es la base de la ética como forma de vida.

Twitter: @cesar_moheno