Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Suplemento Cultural de La Jornada
Domingo 22 de marzo de 2015 Num: 1046

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

¿Un Carlos Marx
del siglo XXI?

Leopoldo Sánchez Zúber

Los dos mestizajes
de Duverger

Miguel Ángel Adame Cerón

Francesco Rosi:
reflejar la realidad

Román Munguía Huato

Quiroga y la
influencia bien asumida

Ricardo Guzmán Wolffer

Tzvetan Todorov:
un paseo por el
jardín imperfecto

Augusto Isla

En la alcoba de Eros
Ricardo Venegas

Leer

Columnas:
Tomar la Palabra
Agustín Ramos
Jornada Virtual
Naief Yehya
Artes Visuales
Germaine Gómez Haro
Bemol Sostenido
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La Jornada Semanal

 


Antonio Gómez y Cros, Hernán Cortés lucha con dos indios, 1862. Fuente: www.wikiwand.com

Miguel Ángel Adame Cerón

Christian Duverger, etnohistoriador francés,
ha publicado entre otros La flor letal y El primer mestizaje.
Sostiene la idea de que en Mesoamérica hubo dos mestizajes:
uno nahua y otro español.

Las osadas hipótesis de Christian D.

El etnohistoriador francés Christian Duverger (Burdeos, 1948) se dio a conocer exitosamente en México con su libro La flor letal (1983), una investigación etnohistórica sobre la dinámica sacrificial mexica que perfiló una generalización hacia el conjunto de sociedades mesoamericanas. En ese texto, su atrevida hipótesis sobre el interés antropocosmovisionario nahua por mantener el relativo equilibrio cósmico de esta sociedad dominante del período final de la historia prehispánica, mantuvo una cierta congruencia con la vida socioeconómica de necesidad expansiva de recursos de dicha sociedad y, por ende, de continuas confrontaciones guerreras para sostenerse como “imperio”.

Sin embargo, en posteriores libros: Mesoamérica: arte y antropología (2000), El primer mestizaje (2007) (a pesar del cambio de nombre, se trata del mismo texto), y Hernán Cortés (2005), su afán teórico-hipotético “innovador” muestra excesos y evidencia una perspectiva culturalista respecto al entendimiento de la historia prehispánica mesoamericana y una perspectiva continuista respecto a la situación concreta del triunfo conquistador-colonizador de los españoles sobre los indígenas mesoamericanos, específicamente sobre los mexicas.

La obra y la labor etnohistórica e historiográfica de este autor ha causado mucha polémica y muchas críticas de especialistas, por ejemplo respecto a sus aseveraciones entre líneas y sus planteamientos osados y, muchas veces, poco fundados o de plano infundados. Así, sucesos y datos que adecua a sus intenciones, tesis impresionantes, impactantes o inverosímiles; como la de su más reciente texto, Crónicas de la eternidad, donde asegura que el autor de La historia verdadera de la conquista de la Nueva España no fue el soldado Bernal Díaz del Castillo, sino que salió de la pluma del mismísimo Hernán Cortés.

A Duverger pueden criticársele no solamente sus intenciones de querer, por ejemplo, “replantear completamente la problemática del espacio y del tiempo en mesoamérica”, o insistir en que las causas señaladas por otros autores (armamentistas, militaristas, epidemiológicas, etcétera) “no bastan para explicar” la derrota mexica en tan poco tiempo, etcétera, también cabe criticar su osadía hipotética exacerbada, que tiene que ver con su postura culturalista, continuista y autocomplaciente con sus indagaciones (por ejemplo la falta de un verdadero diálogo con sus colegas arqueólogos, antropólogos e historiadores).

Aquí se harán observaciones a algunos planteamientos contenidos principalmente en Mesoamérica-Primer mestizaje que Duverger tiene respecto a: 1) el papel de los nahuas en la historia mesoamericana, a su hipótesis del “primer mestizaje”, y 2) a la derrota de los mexicas (el triunfo de Cortés y sus huestes) y el origen del “segundo mestizaje” (entre españoles y nativos).

Nahuatlidad mesoamericana

Para Christian Duverger los nahuas están presentes en toda Mesoamérica, a veces como mayoría demográfica, a veces como minoría dominante y a veces como minoría influyente: “Gracias a ellos, el México prehispánico se convertiría en ese crisol cultural que hoy se llama Mesoamérica: los particularismos culturales no fueron aniquilados, sino engastados en el molde del pensamiento nahua sobrepuesto a las tradiciones ancestrales.”

Además, “los nahuas son los únicos [mesoamericanos] que participan de los dos sistemas culturales que se yuxtaponen allí”. Por ello habla de una dialéctica del nomadismo y el sedentarismo, dice que están incorporados a ambos medios, tienen una cultura y una actitud mental de nómadas, pero también dominan por entero las reglas del sedentarismo. Oscilan entre los dos polos pero, según Duverger, padecen una propensión duradera (porque se retroalimentaron de las constantes absorciones de grupos yutoaztecas seminómadas migrantes del norte) a la diseminación, a la fisiparidad, a la separación de la estructura del grupo madre para “proseguir su camino” y/o “fundar otra ciudad”. Esto debido a que experimentan –según el etnohistoriador galo– “una secreta nostalgia de los tiempos de migración o una indecible pulsión, producto de un atavismo lejano”.

Dicha perspectiva de Duverger magnifica el papel de los nahuas, presentándolos como “superprotagonistas” de la historia mesoamericana. De acuerdo con Federico Navarrete, se trata de un enfoque que imita y alimenta los nacionalismos etnocentristas, en este caso el mexicano. Así, pues, para Duverger el primer mestizaje significa esencialmente nahua con no nahua; lo cual indica un continuismo cuasi unilateral del factor nahua. Siguiendo esta lógica, para Duverger el segundo mestizaje significará esencialmente español con no español, y el líder fundante de este definitivo mestizaje será ni más ni menos que Hernán Cortés.

Derrota mexica y el tatarabuelo Cortés

Duverger aborda el ya clásico tema de las causas de la derrota mexica a manos de un puñado de soldados españoles, nos recuerda su reducido número en relación con los habitantes nativos mexicas (quinientos o seiscientos soldados ibéricos contra ejércitos de 40 o 50 mil militares indígenas y más de 300 mil habitantes de Tenochtitlán) y de los diferentes pueblos: “Curiosamente, este puñado venció a los mexicanos que, aun diezmados por las epidemias, siempre fueron más numerosos que los españoles.” Además, el derrumbe azteca fue de una brutal rapidez, en menos de dos años. Duverger no está de acuerdo con las explicaciones de la supuesta decadencia de la sociedad nahua debida a sus excesos autoritarios; tampoco cree que las rivalidades entre mexicas y otros grupos hayan sido tan importantes para explicar la rapidez de la estrepitosa caída. Pero quedan muchas más causas por sopesar, que han sido mencionadas por numerosos autores, y él hace repaso a cada una de ellas. Sin embargo, ninguna es la piedra clave para descifrar dicha derrota, y ni siquiera una combinación de dichos factores parece convencerle: a) desventajas o inferioridades materiales, técnicas y militares; b) actitudes militaristas inadaptadas a la situación inédita presentada, c) causas (micro)biológicas y epidémicas; d) resignación, derrotismo y fatalismo mexica por los presagios producto de sus creencias: e) preocupaciones y abatimientos de sus dirigentes (concretamente Moctezuma) porque sabían, con antelación e indirectamente, por avisos (reales y simbólicos), de la llegada de los españoles (y por lo tanto de su poderío) en las Antillas, la Península de Yucatán y zonas aledañas.

Finalmente, maneja la hipótesis de la diferencia “civilizatoria” entre españoles y mesoamericanos, pues “con los conquistadores, es todo el Viejo Mundo el que llega a las fronteras del poder mexicano. Y entonces, la máquina se agarrota y revela su impotencia. La fuerza del poder azteca es una fuerza de atracción, no de repulsión”. Afirma que para poder salir realmente vencedores, los mexicas y en general los mesoamericanos; dice que “habrían tenido que adueñarse del trono de Carlos v, de sus tierras y de su dios”, y remata con una analogía histórica que para él va a ser nodal: “De repente, se invierte el movimiento que hace siglos llevó a los aztecas al poder: lo exterior cerca a lo interior. Arrastrado en una dinámica inexorable, el mundo azteca se satelizará alrededor de la corona española.” O sea, en estas tierras se vuelven a imponer las lógicas de que lo que viene del exterior o de “otra parte” subordina a lo interior, y de que las capacidades culturales (o civilizatorias) mayores finalmente imperan, aunque ahora se irrumpe con una rapidez inédita. Aquí aparece con nitidez la ruptura o la transformación, pero su postura continuista hace olvidar rápidamente la violencia y la destrucción implícita y explícita en el proceso militar, invasivo y conquistador.

Antes de señalar cómo resuelve esta contradicción, conviene recordar que ha sido Tzvetan Todorov (en La Conquista de América, la cuestión del otro) quien, desde nuestra perspectiva, mejor ha manejado la hipótesis de la diferencia civilizatoria de los dos mundos, al desarrollar un análisis basado en planteamientos complejos, donde entrelaza elementos históricos y semiótico-culturales. Sin embargo, a diferencia de Todorov, la postura de Duverger se inclina por lo simbólico-cultural pero con un manejo simplista. La situación de la derrota mexica y del mundo mesoamericano, que evidentemente implicó transformaciones violentas y no violentas profundas, queda atenuada con el recurso de las bondades de lo que él llama “el mestizaje”, en este caso el segundo mestizaje, el de los españoles sobre los “indios”, que al igual que el primer mestizaje, el de los nahuas hacia los no nahuas, fue benéfico, continuador y preservador y, por ello, no destructivo, de ruptura o impositivo. Llega a llamar a este segundo mestizaje “neo-mesoamericano” (¡sic!).

Su carta bajo la manga la expone aquí en la figura del mismísimo Hernán Cortés, ya que según esto, el conquistador encarna la idea y la práctica del mestizaje preservador, sobre todo, de los simbolismos indígenas. Encarna incluso el espíritu misionero, mendicante y evangelizador tolerante de ciertas idiosincrasias nativas. Se trata –afirma– de un “mestizaje cultural fulgurante”; por eso es que a partir de aquí su empresa intelectual investigativa será resituar y recomponer la figura de Cortés hasta convertirla en el paradigma del mestizaje civilizatorio continuista y hasta ¡pacifista! (cosa que lleva a cabo en su biografía, que quiere ir “más allá de la leyenda”). Quedan de lado y menguados los actos y decisiones atroces, terribles y guerreras de Cortés y, en buena medida, también de otros conquistadores.

En suma, en la figura de Cortés reemplaza y extrapola el papel que tuvieron los nahuas en la historia mesoamericana. No se trata de una sustitución violenta o trastocadora, sino una continuadora con el primer mestizaje; pero ahora dicho proceso mestizador se amplía, se ensancha a todos los niveles: a nivel teórico y práctico, a nivel biológico y sociocultural, y a nivel geográfico y territorial. Así que los mesoamericanos prehispánicos a fin de cuentas no perdieron culturalmente nada, tampoco fueron actores claves en el drama de la historia colonial; por el contrario, ellos deberían haber dicho: “¡gracias, Cortés! habéis construido un proyecto mayor al mesoamericano acotado, uno interhemisférico”, aunque dependiente (y luego nacional). Con ello, Duverger convierte a Hernán Cortés en el tatarabuelo de la patria mexicana, su fundador.


Jorge González Camarena, Fusión de dos culturas, 1960