Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Suplemento Cultural de La Jornada
Domingo 22 de marzo de 2015 Num: 1046

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

¿Un Carlos Marx
del siglo XXI?

Leopoldo Sánchez Zúber

Los dos mestizajes
de Duverger

Miguel Ángel Adame Cerón

Francesco Rosi:
reflejar la realidad

Román Munguía Huato

Quiroga y la
influencia bien asumida

Ricardo Guzmán Wolffer

Tzvetan Todorov:
un paseo por el
jardín imperfecto

Augusto Isla

En la alcoba de Eros
Ricardo Venegas

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Columnas:
Tomar la Palabra
Agustín Ramos
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Germaine Gómez Haro
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Paso a Retirarme
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Cabezalcubo
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La Jornada Semanal

 

Vida, música y otras cuestiones

Antonio Soria


El sueño de un hippie. Memorias,
Neil Young,
Malpaso,
España, 2014.

Publicada en marzo de 2014, tres meses bastaron para que se agotara la primera edición en español de esta obra –cuyo original en inglés tiene registro de 2012–, y en junio del año pasado apareció ésta, que es la segunda edición. Hay que lamentar el pésimo título que le han asestado a la traducción, verdadero monumento léxico al lugar común y, en el caso específico del autor de esta autobiografía, tremendo reduccionismo. Empero, y por fortuna, el nombre mismo del autor basta para dejar en el olvido el yerro titular y, de manera conveniente y deliciosa, internarse en las memorias del compositor, músico y cantante Neil Young, de quien puede afirmarse sin exageración alguna que se trata de una verdadera leyenda viva.

Cuestión generacional en buena medida, es necesario contar al menos con unas cuatro décadas en este mundo para que el nombre de Neil Young no sea materia de un desconocimiento prácticamente absoluto. Por el contrario, quienes hayan leído o escuchado hablar acerca de, o mejor aún, oído algún álbum de una banda llamada Crazy Horse, o de un ensamble musical que firmaba como Crosby, Stills, Nash & Young –tengan la edad que tengan–, no necesitarán en absoluto que le sean proporcionados los datos generales de este canadiense de origen, nativo de Toronto, amigo y, de acuerdo con la opinión de muchos, alma gemela de Bob Dylan y, como éste, uno de los principales protagonistas del movimiento folk-rock y, efectivamente, hippie de los años sesenta y setenta del siglo pasado.

Muy al comienzo del libro, es el propio Young quien se encarga de explicar que la presente no es una autobiografía pensada y escrita en orden cronológico; lejos de eso, el capítulo uno está fechado y sitiado en 2011, en el rancho Broken Arrow, propiedad de la familia Young, y es acerca de ésta que versa dicho primer capítulo. Así, las primeras cosas de las que el lector va enterándose es de quiénes son Pegi, Amber y Ben, seguidas de la descripción ya sucinta, ya pormenorizada, de la vida cotidiana de Neil y sus seres más cercanos.

El propio autor pareciera no haberlo hecho de manera deliberada, ni tampoco pareciera ser consciente del resultado, pero este procedimiento inusual para hablar de sí mismo, de su vida entera, su trayectoria profesional y su ámbito más privado, genera un efecto similar al que provocan sus canciones: tras una primera impresión de extrañeza, de estar frente a un conjunto de notas musicales y palabras más o menos inclasificables –por más que la costumbre o el mayor o menor conocimiento insista en rubricar: es folk, es rock, es blues…–, poco a poco pero con firmeza van apareciendo los rasgos de aquello, en efecto inclasificable, pero imbuido de un aire de naturalidad, de cosa obvia, que mueve a pensar lo que Young de seguro sabía muy bien desde el principio: que sólo así podía ser dicho, escrito, compuesto.

Es del mismo modo, fluidamente natural, que Young mezcla sus recuerdos de hace veinte, treinta, cuarenta o cincuenta y tantos años con su momento presente, y lo mismo hace una evocación emocionada de sus inicios como músico –en la fugaz y germinal banda Buffalo Springfield–, narrando sus primeras giras en territorio canadiense, que detalla sus esfuerzos actuales por perfeccionar un automóvil eléctrico diseñado por él mismo, o bien su lucha, igualmente actual, por lanzar al mercado algo que él ha bautizado como Pure Tone, un dispositivo digital que recupere la fidelidad sonora perdida en el tránsito del disco de acetato al compacto y, posteriormente, más perdida todavía con el paso de este último al MP3 y demás formatos virtuales.

La palabra “conmovedor” ha sufrido un deterioro que muchos consideran insalvable a causa del abuso y la banalización que de ella lleva haciéndose ya tanto tiempo, pero convendría recuperarla y restituirle la dignidad perdida, por ejemplo para describir mejor la sensación que emana de los pasajes en los que Neil, el padre, habla de Ben, el hijo, así como aquellos en los que hace la evocación elegíaca de quienes lo acompañaron a lo largo de su vida y hoy están muertos.

Este año, Neil Young cumplirá siete décadas de vida. En el libro cuenta que las musas, a las que solía convocar hallándose en estados alterados de la percepción a los que renunció hace años por motivos de salud, no lo han visitado desde hace tiempo, pero se confiesa sereno al respecto y dice confiar en que lo harán en el momento adecuado. Cuenta, además, que bien podría venir una segunda parte de estas Memorias, a la que muchos habremos de acudir tan pronto cobre realidad. Entretanto eso sucede, o bien este espíritu piel roja toma de nueva cuenta la guitarra para componer, lo seguro es que no dejará de hacerle honor a su apellido. Vayan, como prenda, un puñado de citas de este libro fascinante:

“No nos interesaba triunfar ni teníamos que estar a la altura de nada; fue una época feliz en la que lo importante era el amor y la música y la vida y la juventud. Eso era Crazy Horse.”

“La vida es una gran prueba y si te esfuerzas mucho, fracasas. Si no te esfuerzas demasiado y fracasas un poco pero te la pasas bien, tal vez entonces hayas triunfado.”

“La música es una tormenta de los sentidos, es el clima del alma, insondable e inabarcable. Es más de lo que se ve o escucha. Es lo que se siente. Es lo que le falta a la tecnología actual, aunque se han creado muchas cosas para sustituir las sensaciones y hacernos olvidar su ausencia.”

“Me gusta tocar para un público entregado. No me gusta la gente que se sienta en las primeras filas y se pone a hablar por el celular. Son los asientos más caros, los que ofrecen los revendedores y otros servicios que monopolizan las entradas. Llegados a este punto, el capitalismo y la música chocan frontalmente. Las cosas no eran así cuando comencé a tocar. Los que estaban en las primeras filas eran los verdaderos amantes de la música, los que se sabían todas las canciones, las letras y la trayectoria del grupo. Les emocionaba estar delante del escenario y se entregaban a la música. Los tipos ricos con celulares que se pueden permitir los asientos más caros me distraen y hacen que me sienta como un objeto de museo. Eso es algo nefasto para la música, que la mayoría de las veces se alimenta de la energía del público.”

“Resulta increíble lo mucho que se aprende cuando uno abandona el mundo de la gente que quiere venderte cosas y entra en el mundo de las personas que tratan el cuerpo y no el síntoma.”

“Me gusta vivir. No quiero morir hasta dentro de mucho porque todavía no estoy preparado. Supongo que si pensara que voy a morir me prepararía, si tuviera tiempo para ello, pero no estoy seguro. Hay quienes creen que no es bueno pensar en ello. Envidio la capacidad de control que tienen sobre sus pensamientos.

”Salta a la vista que es algo que escapa a mi control […] supongo que no existe un corrector ortográfico para la vida. Hoy el viento sopla con fuerza y soy parte del mismo. Quiero aportar algo al mundo y, sobre todo, a partir de ahora quiero ser buena persona. No puedo cambiar el pasado. No miremos atrás.”