Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Suplemento Cultural de La Jornada
Domingo 15 de marzo de 2015 Num: 1045

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Los vajilleros
desaparecidos

Agustín Escobar Ledesma

Ritos expiatorios y
consenso social en
la postmodernidad

Michel Maffesoli

Ajedrez en la Plaza
de Santo Domingo

Christopher García Vega

Blanca Varela y
Guillermo Fernández

Marco Antonio Campos

Olvidar para aprender
Manuel Martínez Morales

Charlie Hebdo, la libre
expresión y la ética

Didier Fassin

En contra de la
irresponsabilidad

Annunziata Rossi

El Nuevo año
José María Espinasa

Leer

Columnas:
Bitácora bifronte
Ricardo Venegas
Monólogos compartidos
Francisco Torres Córdova
Mentiras Transparentes
Felipe Garrido
De Paso
Ricardo Yáñez
La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía
Cabezalcubo
Jorge Moch
A Lápiz
Enrique López Aguilar
Cinexcusas
Luis Tovar


Directorio
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La Jornada Semanal

 

Verónica Murguía

La chamarra marciana

Se dice mucho que la internet –como si fuera un ente con cerebro– sabe todo de los usuarios. Esa idea a mí me daba igual hasta que comprobé que tal vez no sabe todo, pero que los programas sí registran en qué rumbos anda uno perdiendo el tiempo.

Primero, descubrí el Pinterest. Me convertí en seguidora de coleccionistas de imágenes de la Edad Media: me paso horas mirando gárgolas, escultores, espadas y armaduras, catedrales, marginalia, joyería, libros de horas, hallazgos arqueológicos, etcétera. He reunido mis propios tableros y entre los santos, las reliquias y los emplomados, hay uno dedicado al tipo de ropa que me gusta: la extraña.

Negra (fui la única niña de negro en la graduación de la primaria), un poco andrógina, sin estampados. Así, desde chica. Me gustan las sotanas, las túnicas budistas, las capas largas, los sacos como del Sargento Pimienta y el traje de Batman (he pensado mucho en por qué los superhéroes traen el calzón por fuera y he concluido que van así para no resaltar los genitales).

Sé que en la elección de la ropa intervienen códigos, imposiciones culturales, las ideas sobre uno mismo, la edad, la clase social y los intereses. La ropa que elegimos nos identifica como parte de un grupo. Sobre este asunto, a primera vista tan frívolo, han escrito Pierre Bordieu, Roland Barthes, Diana Crane y Gilles Lipovetski. Los he leído y las conclusiones me han resultado fascinantes. Hay un libro escrito por la sicóloga Jennifer Baumgarten titulado Eres lo que te pones. En este libro, que supongo necesitaría una adaptación según el país, Baumgarten afirma que puede psicoanalizar a cualquier mujer a través del contenido de su clóset. Es una perogrullada. No se necesita ser psicólogo para darse cuenta de que una señora cincuentona con minifalda, medias de red, tacones y escote tiene 1) problemas con la edad o 2) busca pareja. No comunica lo mismo una mujer que trae falda rosa, mocasines, medias y suetercito blanco, que quien usa jeans, camisa blanca, botas y cola de caballo.

Un ejemplo a bote pronto: Josefina Vázquez Mota no se arregla como se vestía Elba Esther Gordillo, aunque, ojo, las bolsas que traían sí eran de las mismas marcas y los mismos estratosféricos precios. Las dos se teñían el pelo: Vázquez Mota de castaño con luces rubias en el frente, mientras Gordillo se teñía todo el pelo de güero.

Vázquez Mota eligió hacerse pasar por una señora discreta, moderna y rica; Gordillo por un señora rica, rica y… rica. Más millonaria que Rico Mac Pato. Lo sexual en ambas era secundario, al menos en estos últimos años en los que sus imágenes fueron tan ubicuas.

Y de vuelta a mi asunto de internet: en mi tablero de ropa casi todo es de los diseñadores japoneses Rei Kawakubo y Yohji Yamamoto. Dramática, extraña, casi toda negra, de proporciones inusuales y, ay, muy cara. Los admiro desde la década de los ochenta cuando eran los únicos que no proponían ropa roja, botones dorados, hombreras de pachuco y jeans con forma de chile relleno. Son rarísimos. No sé dónde leí que Kawakubo, quien dirige la casa Comme des Garçons, mostró la ropa haciéndola flotar río abajo por el Sena mientras los espectadores se asomaban por el Puente de las Artes. Me pareció muy poético. El examen para formar parte de ese atelier consiste en hablar horas con la directora y luego coser una camisa blanca. Y bueno, un día de éstos estaba yo contestando un mail cuando en el cintillo de la izquierda de mi correo apareció un anuncio que me ofrecía una chamarra usada de Comme des Garçons por un precio a mi alcance y de mi talla. ¿Cómo? ¿Quién les dijo? Google sabe todo. Qué barbaridad.

La compré. Trémula, la saqué de la caja. La desabotoné, asomé la cabeza por arriba, metí los brazos en las mangas y sentí que me ahogaba. Picaba y parecía el paracaídas de una araña. Mi marido se moría de risa (yo antes lo había convencido de que era ropa rara, pero de una forma ajena, bella).

Tenía ojales a los costados y la parte de abajo era un pantalón de hombre al revés. Eso no se veía en la foto del anuncio. La puse en el suelo y me acosté encima. Mi marido me auxilió: “Mete la mano por ahí, pérame y te paso esto por acá.” Me esforcé y me dolió el hombro. La devolví y los vendedores ni chistaron.

Si la ropa que nos gusta revela algo verdadero de nosotros, yo no sé qué dice de mí la chamarra. ¿Que no sé ni dónde meter la cabeza? Esa es la pura verdad.