Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Suplemento Cultural de La Jornada
Domingo 15 de marzo de 2015 Num: 1045

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Los vajilleros
desaparecidos

Agustín Escobar Ledesma

Ritos expiatorios y
consenso social en
la postmodernidad

Michel Maffesoli

Ajedrez en la Plaza
de Santo Domingo

Christopher García Vega

Blanca Varela y
Guillermo Fernández

Marco Antonio Campos

Olvidar para aprender
Manuel Martínez Morales

Charlie Hebdo, la libre
expresión y la ética

Didier Fassin

En contra de la
irresponsabilidad

Annunziata Rossi

El Nuevo año
José María Espinasa

Leer

Columnas:
Bitácora bifronte
Ricardo Venegas
Monólogos compartidos
Francisco Torres Córdova
Mentiras Transparentes
Felipe Garrido
De Paso
Ricardo Yáñez
La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía
Cabezalcubo
Jorge Moch
A Lápiz
Enrique López Aguilar
Cinexcusas
Luis Tovar


Directorio
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La Jornada Semanal

 

Jorge Moch
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Twitter: @JorgeMoch

El devastador discurso de Fernando Del Paso

Gracias, Texcoco.
Resistencia.

En alguna feria de libro tuve oportunidad una vez de comentarle a Fernando del Paso  que al dar vuelta a la última página de su maravilloso Palinuro de México me puse a llorar. Del Paso me miró por unos segundos incómodos, hosco como sabía ser y luego me espetó: “Una vez una colombiana me dijo que se había casado por culpa de uno de mis libros, pero nunca me habían hecho un cumplido tan extraño… porque es un cumplido, ¿no?, o una estupidez; ¿usted es el que me va a entrevistar para la televisión?” No, no era yo. Se dio vuelta para atender a quien sí lo iba a entrevistar y yo me quedé con una sonrisa estúpida como mi cumplido.

Me fui de allí con un regusto extraño. Aprecié mucho la brutal sinceridad de que le pareciera estúpido un gordo con el pelo cortado al rape y barbón hablándole de cómo lo había conmovido el final de la que considero una de las mejores novelas de nuestra literatura. Me sentí un personaje suyo, surrealista, absurdo y al mismo tiempo allí vivo, de carne y hueso. Pero sobre todo me gustó la ausencia de pose. La sinceridad espontánea de un gesto que podría interpretarse como brusco por decir lo menos. Que no hiciera concesiones a un lector agradecido que se le acercaba, como no las tuvo cuando escribió cualquiera de sus enciclopédicas, deliciosamente barrocas grandes novelas. Porque Del Paso es así. Siempre me ha parecido un escritor y personaje él mismo, de los que se avientan el tiro. Escribe lo que le viene en gana y de manera magistral. Pinta y repinta sus obsesiones miles de veces.

Y dice lo que piensa. Sin ambages, sin caminar por la periferia. Aunque a veces sus palabras provoquen animadversiones como cuando apoyó la candidatura de Francisco Labastida y dijo que de no ganar el pri el país se iría a la mierda. Y se fue aunque duela, con la docena trágica panista que muchos seguiremos lamentando, y se fue todavía más con ese apéndice de neoliberalismo demencial y represor, además, que es el régimen de Peña Nieto. Por eso no me sorprendió mucho su demoledora plegaria a José Emilio Pacheco cuando recibió hace una semana el premio que lleva el nombre de su amigo poeta. Sin ambages, Del Paso admitió desconocer México pero no el hedor a cadaverina de la corrupción que del país brota como maldición, y le dijo a José Emilio: “Quiero decirte lo que tú ya sabes: que hoy también me duele hasta el alma que nuestra patria chica, nuestra patria suave, parece desmoronarse y volver a ser la patria mitotera, la patria revoltosa y salvaje de los libros de historia. Quiero decirte que a los casi ochenta años de edad me da pena aprender los nombres de los pueblos mexicanos que nunca aprendí en la escuela, y que hoy me sé sólo cuando en ellos ocurre una tremenda injusticia; sólo cuando en ellos corre la sangre: Chenalhó, Ayotzinapa, Tlatlaya, Petaquillas.... ¡Qué pena, sí, qué vergüenza que sólo aprendamos su nombre cuando pasan a nuestra historia como pueblos bañados por la tragedia!”

Por eso me arrepiento y pido una disculpa pública por situarlo alguna vez en la misma repisa de intelectuales remisos en la que puse a Eraclio Zepeda. Porque a diferencia suya, Del Paso le avienta un maravilloso balde de pública agua helada al régimen imbécil de vendepatrias, privatizadores hasta del agua misma cuando afirma ante cámaras, micrófonos y más de un funcionario atragantado una verdad colectiva que millones de mexicanos compartimos entre el duelo doloroso y la rabia insurgente: “Lo único que no sé es en qué país estoy viviendo. Pero conozco el olor de la corrupción; dime José Emilio: ¿A qué horas, cuándo, permitimos que México se corrompiera hasta los huesos? ¿A qué hora nuestro país se deshizo en nuestras manos para ser víctima del crimen organizado, el narcotráfico y la violencia? ¡Ay, José Emilio! ¿De qué nos sirve recoger aquí y allá premios y reconocimientos mientras nuestro país se desprestigia ante los ojos del mundo.... mientras México se mexicaniza para estar de acuerdo con sus películas y las más negras de sus leyendas?”

Y desde luego la esencia derrocadora de su discurso no fue subrayada en Televisa, ni en TV Azteca. Allí arrecia la idiotez, se multiplican las amables menciones del presidente, su firmeza de utilería y cartón piedra. Y las escenas de su familia posando con la realeza europea, luciendo vestidos y joyas con cuyo costo estratosférico se podrían haber equipado no pocas bibliotecas. Para que más mexicanos leyeran a Del Paso y se sintieran conmovidos con los últimos párrafos de su entrañable Palinuro