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A la mitad del foro

El reloj de Dick Tracy

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José Luis Alberdi y Gabriel López Ávila (Cadena Tres); Arturo Peñaloza, testigo social; Alejandro Navarrete, titular de la Unidad de Espectro Radioeléctrico del Ifetel, y Guillermo Villarreal, fedatario legal, en la ceremonia de licitación de dos cadenas nacionales de television abiertaFoto Yazmín Ortega
E

n la hora del progreso tecnológico que multiplica capacidad y modos de producción, al tiempo en que a cada paso reduce los empleos necesarios, la posibilidad misma de generar trabajos en pos del anhelado empleo universal, el diseño de Apple se hace primero entre pares en la bolsa de valores y presenta a sus anhelantes usuarios el reloj pulsera que todo hace y todo resuelve. Marca el tiempo de reducir la televisión en pequeña pantalla portada en la muñeca, el reloj de Dick Tracy, a nostalgia antañona, ni siquiera anticipo de ciencia ficción.

Ahí está. Domina la escena y el mercado globales en tanto los mexicanos disputamos los méritos y reprochamos las fallas de la reforma de telecomunicaciones. Estructural, dijeron. Y el anuncio de dos nuevas cadenas de televisión abierta, privada desde luego, asustó a los ingenuos y entusiasmó a los timoratos. Por lo pronto resultaba advertencia antimonopólica. O parecía serlo y conforme al clásico huasteco: en política lo que parece es. Mucho abarca la modernizante reforma: comunicaciones satelitales, redes del infinito parloteo computacional y el intercambio de información, datos, convenios y contratos por las pantallas de las computadoras; conexión directa por WiFi ofrecida en sitios y locales públicos, y subir al espacio exterior, a los satélites que sobrevuelan la Tierra, todo ven, todo oyen, todo controlan.

Obligado recordar aquí y ahora a Emilio Mújica, secretario de Comunicaciones comprometido con México y su tiempo, que es hoy y siempre, en su caso anticiparse al mañana y tratar de evitar que nuestra república perdiera los sitios asignados en el espacio exterior para satélites mexicanos. Lo supo hacer Emilio Mújica y tuvimos lo nuestro con un par de satélites del Estado mexicano. El tiempo ofrece a veces la impresión de ir para atrás, como los astros que parecen recorrer su órbita en retroceso: retrógrada, la llaman los astrónomos. Y así lo ha sido en la breve época de los satélites espaciales mexicanos. Los dejaron en el abandono; el Estado dividió el acceso para dejar lugar al capital privado, y al avanzar firmemente en la reforma de telecomunicaciones, Mexsat permanece en órbita nacional, pero Satmex es comprada por Eutelsat, tan retrógrada como para ser instrumento de AT&T.

Como los de órbita en movimiento retrógrado, parecemos ir para atrás. Y no. Lo que pasa es que la economía de austeridad como dogma inmoviliza, y menos mal que se mueve la reforma de telecomunicaciones, radio, televisión, computación y la difusión en el mercado libre, que solamente existe si el Estado impone reglas, aunque los ricos más ricos decidan y hagan que fluyan los capitales libres de regulación alguna. Por lo pronto, mientras el imaginario colectivo pone voz e imagen a la leyenda del poder de Televisa, donde se oculta un mago de los conjuros que diseña, elabora y crea un presidente de esta república Barataria, el poder constituido hace afectivas las concesiones a dos nuevas cadenas de televisión abierta. Se inscribieron muchos: dos llegaron al final. Y como lo dictaban las reglas, cotizó cada uno su oferta.

Cosas del tiempo. El Grupo Radio Centro ofreció pagar 3 mil 58 millones de pesos, y Cadena Tres ofreció mil 808 millones por concesiones idénticas. O están locos Pancho Aguirre y Olegario Vázquez Raña, o aquí hubo un misterioso complot, un algoritmo que trastocó cifras y trastornó a los postulantes. Pero el de Radio Centro, el que pagó más por lo mismo, se encargó de precisar que ofreció tan alta cantidad para asegurase la concesión y no quedarse al margen; lo que probaría que hubo auténtica competencia, o que se cumplieron las reglas a pesar de que al final no quedaban sino dos en busca de dos cadenas televisivas. Claro como el lodo, decía Norbert Guterman. Y ahí queda la disputa bizantina sobre el acceso del capital extranjero a nuestra cabeza de alfiler de las telecomunicaciones.

Van y vienen como en el tiovivo de los ingenios azucareros, primera y gran agroindustria, que desató la revolución zapatista, la del morelense calpulelque de Anenecuilco; la misma que alentó la combinación social del campo y los obreros, para ser después nacionalizada al fugarse los ricos dueños de ingenios y dejar el campo libre al caos. Intervino el Estado rector, los privatizaron los herederos de la Revolución en el reparto retrógrada de Zedillo, y los nacionalizó el reaccionario Vicente Fox. En la hora de la revolución tecnológica, las redes telefónicas y las computacionales se funden, se confunden. Por ahí entró vía satélite Eutelsat, AT&T, así como Virgin, compradores de Satmex, de Iusacel y anexas.

Y en el ágora electrónica la suspicacia sembrada por los del desigual duopolio, por quienes atribuyen a la dura imposición tecnológica a Pancho Aguirre y Olegario Vázquez Raña, cuyas cadenas solamente pueden transmitir señales digitales. A eso atribuyen la resurrección del ogro filantrópico que obsequia millones de televisores a los que no tienen para cambiar su aparato analógico por uno digital. Pero la izquierda giró 180 grados y su queja por el reparto que aprobó junto a los partidos Acción Nacional (PAN), Revolucionario Institucional (PRI) y satélites en el Congreso es caja de resonancia del proceso electoral: está comprando votos el gobierno, acusan. Cambio de lámparas nuevas por viejas, como en el cuento de Aladino. Y habrá veda de recambio de televisiones, como la hay en los viejos y despreciados medios de comunicación. Particularmente la prensa escrita, de la que alguna vez dijera Thomas Jefferson que preferiría una nación sin democracia a una sin prensa libre.

Por lo pronto, hay medidas antimonopolios, aunque el peso específico del capital y el poder de las comunicaciones confirmen el predominio de las empresas de Carlos Slim y sostengan el poder detrás del espejo de Televisa. Donde quedó el desconcierto por la suspensión abrupta del proyecto del tren bala México-Querétaro pueden divulgar ahora el ahorro de miles de millones en pagos de larga distancia nacional, así como el acceso gratuito a Internet en más de 50 mil sitios públicos, las tres cuartas partes en escuelas y un gran número en zonas de pobreza extrema. De hambre. No basta la magia del reloj de Apple para dar la hora final de la desigualdad.

Ahí están las escuelas sin energía eléctrica, sin agua potable. Y las de tiempo completo, con más horas de clases y una comida caliente para poder asimilar y concluir la jornada. Carencia de profesores, pero sobre todo de autoridad capaz de imponer la razón y convencer a quienes no aceptaron el censo sin el cual toda reforma se haría en el vacío. En la SEP no hay facultades para hacer efectiva la ley que les permita no pagar a los que no trabajen. Los gobernadores las tienen y no se atreven a certificar los incumplimientos. Más allá de esquivar el mandato, en Oaxaca, en Guerrero, en Michoacán, los trabajadores de la coordinadora mandan: ahí no se acata lo que dicta la reforma constitucional. Y en Bucareli, el subsecretario Miranda estira la cuerda y reconoce miles de plazas a los manifestantes en rebeldía.

En plena veda de propaganda electoral: gritos y sombrerazos en disputa por los millones de pesos del gasto público, o por el fantasma de la imposición que ya no asusta ni a los viejecitos que recuerdan sonrientes el reloj que Emiliano Zapata, empuñando el 30-30, le pidió a Francisco I. Madero en Palacio Nacional, para demostrarle por qué no aceptaban el desarme con el que amenazaban en el sur las tropas de Victoriano Huerta.