El agua, o la vida

Qué es lo peor, ¿saber que mienten? ¿o saber que la mentira es su única voluntad? No nos mareará otra vez el legislador permanente Manlio Fabio Beltrones y los de su calaña (o sea todos los demás) cuando repiten las viejas frases: no es malo, no es privatizar, no es ceder soberanía, nada más se actualiza la ley, etcétera. Ya los oímos y vimos. Lo vienen haciendo desde el día cero los priístas de vuelta. La “Constitución del siglo XXI” y todas sus consecuencias son el descarado instrumento para la final enajenación de lo que considerábamos México hasta hace poco. Y muchos, por andar de tercos, todavía lo consideramos.

El “interés nacional” más alto no somos los mexicanos, o sea la gente. Ni siquiera los recursos de estas tierras. El non plus ultra novedoso (“interés nacional”) se resume a si algo es rentable (léase vendible), de a cómo y cuanto antes porque llevan prisa. ¿Cuál es la prisa? ¿Llegar a la modernidad? Si ya hasta nos pasamos: seremos a nuestro modo Siria, Sudán o Ucrania, modelo de cómo se dilapida un país en estos días. Nosotros, con acento americano, extraña mezcla de Puerto Rico (Estado libre asociado) y Haití (Estado intervenido), aunque arropado en seda y luminarias bajo la fórmula TLC hasta que la muerte nos separe.

Veamos el agua. Sí, antes de que dejemos de verla. Como si los ensayos privatizadores en Coahuila y Nuevo León no fueran ya un fiasco aterrador. Como si “asignar” los recursos hídricos ayudara al futuro del país. ¿Cuál es la lógica? Ahora que es el nuevo oro, el nuevo petróleo, el agua no tiene por qué ser nuestra, qué anacronismo. Tanta que tenemos. Somos millonarios en agua: humedales, ríos de montaña caudalosos y múltiples, lagunas y, sobre todo, casi portentosos mantos subterráneos. Incluso ahora, dañado como está el medio ambiente, somos un país de manantiales. El agua brota por muchas partes. Esa quieren. Ya ven, en el desierto, las grandes empresas “necesitan” mucha agua. Pues a avanzar sobre el río de los yaqui, una cuenca feraz y generosa en el desierto feroz de Sonora. En el extremo sur, Chiapas. Sus selvas no sólo llevan grandes ríos y les abundan los manantiales, sino que además permanecen relativamente limpios, y quizás el único río importante en condiciones vírgenes hasta su desembocadura sea el Tzendales, en Montes Azules, antes de unirse al Lacantún.

Las películas de imaginación hollywoodense lo representan: quien tiene el agua controla el territorio, la nave espacial, el tren, el mundo. Así que los poderosos, además de ensangrentarnos y arrinconarnos, de robarse nuestros ahorros, desmantelar los servicios que nos sirven y dejar la economía en manos ajenas, ahora nos obligan a dar (y a deberles) el agua. Es del clarito “interés nacional” de una casta corrupta, desnaturalizada e insaciable que no es que no entienda que no entiende; ellos entienden muy bien lo que están haciendo y lo hacen porque pueden, como los delincuentes. Podemos estar en contra por millones, pero no somos el interés nacional. Y cuando les estorbemos nos quitarán con todo lo que tengan.

Se llama dictadura. Los matices los ponen la propaganda, el fatalismo social y el espejismo de las burbujas de libertad y bienestar que permite la abundancia. Nada más.