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Ver día anteriorMartes 3 de marzo de 2015Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Sal chilena

G

rande debió ser el asombro de los invasores españoles, cuando observaron en Chile unas pequeñas plantas resistentes a los suelos salinos, que a través de sus hojas exudaban sal muy blanca y pura. Crecían en el valle de Lampa a tres leguas de Santiago. Así las describe el jesuita Alonso de Ovalle en su Histórica relación del Reyno de Chile: “se crían en él cierta hierba de manera de albahaca, aunque su verde tira a ceniciento, y no es tan alegre ni se levanta del suelo arriba de un palmo. Esta hierba se cubre el verano de unos granitos de sal como perlas de aljófar…”

Esboza el historiador algunas hipótesis sobre este fenómeno: que la sal cuajara sobre sus hojas, que el rocío de la noche las depositara ahí, que se tratara de algún tipo de humedad y de vapores que el sol levantara de la tierra, “o bien que la misma hierba sea de tal naturaleza que sude y arroje… aquel humor que, secándose después al calor del sol, se convierte en sal; en fin, séase de esa o de otra causa este efecto se ve solo en aquel valle y sobre aquel género de hierba que estiman mucho los indios, porque la sal es muy sabrosa y regalada”.

No era esta, desde luego, la única fuente de sal que los indios tenían. Pedro de Valdivia, quien con la autorización de Francisco Pizarro había iniciado la invasión de Chile, necesitado de sal y en vista de que la región de Aconcagua en la que abundaba era inaccesible, pues estaba en guerra, buscó otras opciones.

Así lo llevaron a una laguna en un lugar cercano llamado Topocalma, donde él y cuatro indios que lo guiaban, se introdujeron desnudos –escribe Jerónimo Vivar–. Entrados dentro sacaron del asiento de abajo tanta sal, que cargaron las piezas que llevaban, de lo cual no fueron poco admirados ellos y todos los españoles. Esto le dio fama, pues tuvieron sal suficiente para más de un año.

Los indios contaban con varias maneras de obtener sal, tal como ocurría en México en la antigüedad, aunque no la comían en la proporción que lo hacían los españoles, pues con gran sabiduría consideraban que consumirla en abundancia era dañino y les restaba fuerza. Los peninsulares la utilizaban para el uso diario, pero también para salar la carne y poderla conservar. Juan Ignacio Molina se refiere a tres variedades de sal común o de cocina que empleaban los indios: “la sal marina, la sal de fuente y la sal mineral o sal gema…”

Estos y otros datos de interés se encuentran en el ensayo de Carolina Sciolla titulado “Tanto vieron tanto narraron… Textos y fragmentos de la cocina colonial chilena”, que forma parte del libro Historia y cultura de la alimentación en Chile, del que ella misma es compiladora.

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