Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Suplemento Cultural de La Jornada
Domingo 1 de marzo de 2015 Num: 1043

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

José Emilio Pacheco
hablaba del
Murciélago Velásquez

Leonel Alvarado

Cuando tenga 64 años
Leandro Arellano

El itinerario de
Hernán Cortés

Alessandra Galimberti

La investigación científica
en su laberinto

Manuel Martínez Morales

En torno al
libre albedrío

José Luis González

El mal de la modernidad
y la reinvención
de la política

Marcos Daniel Aguilar entrevista
con Ricardo Forster

Janne Teller, Pierre
Anthon y la nada

Yolanda Rinaldi

Un raro regalo
Kikí Dimoulá

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Columnas:
Bitácora bifronte
Jair Cortés
Mentiras Transparentes
Felipe Garrido
Al Vuelo
Rogelio Guedea
La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía
Cabezalcubo
Jorge Moch
La Casa Sosegada
Javier Sicilia
Cinexcusas
Luis Tovar


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Jair Cortés
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Tlaxcala: la fiesta silenciosa y el grito de sangre

El centro que une todo lo tlaxcalteca es la religiosidad. El tlaxcalteca tiene conciencia de su tradición, sus modelos de organización son ancestrales y la celebración religiosa es la parte medular de su vida social y cotidiana. Las comunidades se rigen bajo el principio de “usos y costumbres”, de ahí que el ser tlaxcalteca se sepa resguardado por la historia. Ya desde tiempos previos a la llegada de los españoles, la sociedad tlaxcalteca tenía una organización bien definida. El catolicismo, como en otras partes de México, sólo se fusionó (por medio de la fuerza en muchos casos) con antiguas creencias religiosas mesoamericanas.

En “La noche que nadie duerme”, celebración de la Virgen de la Caridad cada 14 de agosto en Huamantla, la población se da a la tarea de tapizar con alfombras de flores y aserrín de colores la mayor parte de las calles de la ciudad, por donde caminan devotos y turistas que dan testimonio de una de las expresiones de arte religioso (y efímero) más asombrosas; estas alfombras servirán, unas horas más tarde, ya de madrugada, para que la Virgen y sus adoradores transiten sobre ellas.

En esas mismas calles, unos días después se lleva a cabo “la Huamantlada” (una festividad taurina que copia fielmente “La pamplonada” de España) en que los lugares que antes se vistieron de silencio, color y devoción, ahora se ven animados por la algarabía, la adrenalina de ser perseguidos por los toros que se dejan libres mientras la ebriedad y una animalidad desenfrenada se apodera de la gente que grita y celebra la cercanía con la muerte.

Otra de las fiestas de mayor trascendencia del tlaxcalteca es el Carnaval, que se distingue de otros carnavales de México al no ser una ceremonia “tropicalizada”, sino un ritual en donde diferentes camadas (conjuntos de danzantes que se disfrazan de “huehues”, cuyos atuendos varían, y bailan al son de una monótona melodía durante horas) entretienen al público que no participa directamente sino como un espectador, un testigo casi silencioso de “la fiesta de la carne”. En el Carnaval, el tlaxcalteca se transfigura en un español gracias a la máscara que representa los rasgos de un rostro europeo (tez blanca y ojos claros) y oculta la cara del indígena (moreno, ojos oscuros de mirada desconfiada). El “huehue” grita y hace sonar sus castañuelas, se apropia de otra identidad, la española; no se burla (como muchos historiadores creen) de sus antiguos aliados los españoles, por el contrario, parece caer en un trance que durante siglos lo ha seducido: ser otro, aunque su espíritu contenido (a veces reprimido) sólo se lo permita por unos instantes. El tlaxcalteca sabe del estigma que pesa sobre él, pero no le importa, ha vivido durante siglos casi aislado, tratando de ser otro aunque nunca se atreve a consagrar la transformación.