Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Suplemento Cultural de La Jornada
Domingo 22 de febrero de 2015 Num: 1042

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Las mujeres, los
poderes, la historia,
la leyenda

Vilma Fuentes

Dos ficciones
Gustavo Ogarrio

Javier Barros Sierra
en su centenario

Cristina Barros

Un educador en
la Universidad

Manuel Pérez Rocha

Un hombre de una pieza
Víctor Flores Olea

Javier Barros Sierra y
la lectura de la historia

Hugo Aboites

El rector Barros Sierra
en el ‘68

Luis Hernández Navarro

Domingo por la tarde
Carmen Villoro

Leer

Columnas:
Tomar la palabra
Agustín Ramos
Jornada Virtual
Naief Yehya
Artes Visuales
Germaine Gómez Haro
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Paso a Retirarme
Ana García Bergua
Cabezalcubo
Jorge Moch
Jornada de Poesía
Juan Domingo Argüelles
Cinexcusas
Luis Tovar


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La Jornada Semanal

 

Germaine Gómez Haro
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Mr. Turner

Recientemente se estrenó en Europa y Estados Unidos –y seguramente está próxima a llegar a México– la película Mr. Turner, dirigida por el británico Mike Leigh, quien reconstruye los últimos veinticinco años del gran pintor decimonónico J. M. W. Turner (1775-1851). Es un sorprendente filme a la vez épico y lírico, de una belleza y profundidad indescriptibles. Como aficionada que soy a las películas sobre pintores, confieso mi frustración ante la gran cantidad de biografías fílmicas que no hacen más que reproducir clichés para exaltar las manías y excentricidades de los artistas que viven al filo de la navaja, sin realmente tocar las fibras sensibles de su espíritu creativo, algo realmente difícil de plasmar en la pantalla. En un brillante ensayo sobre este tema –“Pintores en pantalla”, en su libro Expuesto, Editorial Pértiga– el creador Brian Nissen hace una divertida e irónica crítica de las películas más famosas sobre artistas, resaltando el “popurrí de lugares comunes” que abundan en la mayoría de ellas: “Se pueden extraer grandes dosis de drama de las vertiginosas vidas de algunos artistas, pero en realidad la gran mayoría lleva una existencia apacible, centrada en el trabajo y sin prestar mucha atención a otras cosas. Si hacemos caso a buena parte de las películas biográficas, nos queda la impresión de que los creadores piensan sólo en el sexo y el romance.” Y es muy cierto: la mayoría de las cintas dedicadas a los artistas se limita a explotar las posibilidades dramáticas del personaje y en muchos casos cae inevitablemente en el melodrama y los sentimientos edulcorados, ante la inmensa dificultad que significa interpretar y recrear su verdadero pathos.


Tormenta de nieve, 1842


Temerario, 1838

Mike Leigh consigue filmar un sensible y sereno retrato del pintor inglés, cuya compleja personalidad reunía todas las características que podían haberlo llevado a rodar un melodrama más: detrás de sus controvertidas pinturas, que revolucionaron la técnica y fueron pioneras del género paisajístico en su época, Turner fue un tipo excéntrico, enigmático y obsesivo, un cascarrabias ególatra que se percibe en la pantalla como una suerte de ogro dedicado exclusivamente a su trabajo, haciendo caso omiso –o más aún, desafiando– la opinión de los críticos, colegas y aristócratas, incluyendo a la reina Victoria, cuyo gesto de desprecio ante las pinturas que no logró “entender” se aprecia en una escena salpicada de humor y sarcasmo. Leigh dedicó quince años a la investigación del personaje que lo perseguía desde la década de los sesenta, cuando fue estudiante en la Escuela de Arte de Camberwell. Para representar el difícil papel del artista, el director eligió a Timothy Spall –premio al mejor actor en Cannes– quien hipnotiza al espectador desde la primera escena y consigue seducirlo poco a poco a través de esa personalidad antagónica y pletórica de claroscuros. A través de la portentosa actuación de Spall, se intuye al hombre osco y rudo que gruñe más que hablar y cuyo aspecto físico casi provoca repulsión –Turner confesó que él mismo se veía en el espejo como una gárgola. El actor representa magistralmente la fachada exterior de Turner, pero a la vez nos hace palpar su dimensión espiritual y su fortaleza inquebrantable, lo que determina una vida dedicada a la pintura que él quería hacer, no la que se esperaba de él; un genio altamente reconocido en su época, pero al final de su vida incomprendido. La sublime recreación del personaje va de acuerdo con la impresionante ambientación que el director consigue inspirado en los óleos y acuarelas del pintor. Las anécdotas ficticias que dan lugar a la recreación de algunas de sus obras maestras a manera de tableaux vivants –es el caso de la célebre pintura titulada Temerario, una escena del remolque de un barco– son de una sutileza que provoca una emoción similar a la contemplación del propio lienzo. Sucede lo mismo en la escena en la que el pintor decide atarse al mástil de un barco para experimentar en carne propia la violencia de una tormenta en mar abierto y así recrearla con la misma ferocidad en su pintura Tormenta de nieve.

Mr. Turner es una película hermosa que capta magistralmente el alma del personaje y la esencia de sus paisajes pictóricos. Mike Leigh y William Turner, creadores de diferentes épocas y medios, coinciden en el perfecto dominio de sus oficios y en las expresiones artísticas que resultan del febril idilio de la luz y el color.