Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Suplemento Cultural de La Jornada
Domingo 8 de febrero de 2015 Num: 1040

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

El acuerdo
Javier Bustillos Zamorano

Leonela Relys: elogio
de la maestra

Rosa Miriam Elizalde

Décimas para recordar
a Xavier Villaurrutia

Hugo Gutiérrez Vega

Szilágyi y la judicatura
Ricardo Guzmán Wolffer

Las mujeres de
Casa Xochiquetzal

Fabrizio Lorusso

Visiones de Caracas
Leandro Arellano

Leer

Columnas:
Galería
Ricardo Guzmán Wolffer
Jornada Virtual
Naief Yehya
Artes Visuales
Germaine Gómez Haro
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Paso a Retirarme
Ana García Bergua
Cabezalcubo
Jorge Moch
Prosaismos
Orlando Ortiz
Cinexcusas
Luis Tovar


Directorio
Núm. anteriores
[email protected]
@JornadaSemanal
La Jornada Semanal

 

Ricardo Guzmán Wolffer

Fang o la vida como performance

La familia Fang de, Kevin Wilson (EUA, 1978), un éxito para el autor, retoma la clásica discusión sobre el arte y la vida. ¿Hasta dónde se pueden enlazar; en qué momento el artista deja a un lado la concepción o la ejecución de lo artístico para dedicarse a comer, dormir, apretar las tuercas de la silla de la cocina o cualquier otra actividad de “mantenimiento” de la sobrevivencia? Wilson propone lo extremo en su primer novela, donde lo absurdo llama a lo humorístico y hace hipérbole del artista de tiempo completo.

La familia Fang está compuesta por los padres y dos hijos. Desde su primera infancia, los hijos han sido “invitados” a participar en las líneas de acción planeadas por sus padres: los hacen tocar terriblemente en la calle para pedir dinero argumentando la operación del perro y, cuando se junta gente para escucharlos, los abuchean: pronto los padres son agredidos por los compasivos oyentes. O disfrazan de mujer al hijo y cuando va a ganar un concurso de belleza femenino evidencia su masculinidad: de nuevo son agredidos. Y muchas más.

No todo les funciona: intentan estafar a los empleados de una tienda de comida rápida con vales falsos de comida gratis que han repartido, pero los trabajadores de la tienda obsequian la comida sin notar el timo. Los padres buscan conmover a la parte de la sociedad que, sin saberlo, participa en estas escenificaciones. Un día, los hijos se emancipan: el menor trabaja como escritor independiente, hasta que, al hacer un reportaje sobre una bazuka de papas, casi pierde medio rostro por el impacto de una papa; eso lo lleva de vuelta con los padres. La hermana también vuelve cuando se hace famosa como actriz y se deprime. Al estar juntos después de años, los padres se van. Los dan por muertos y, tras una búsqueda complicada, los hijos se enteran de que viven con otra identidad: han tenido vidas paralelas como una forma de arte, han logrado realizar un montaje durante años.

Los padres Fang se plantean hasta dónde llega el arte personificado. Cuando los hijos les reclaman haberlos dejado y que el padre se casara con otra mujer con hijos, uno de ellos les pregunta si los segundos hijos saben que su vida es una representación y el padre, al negarlo, añade: “No son verdaderos artistas, no sabrían cómo manejarlo.” La escritura de Wilson, aparentemente sencilla, cada tanto lleva a la reflexión: el padre insiste en que no podrá dejar nunca sus representaciones: el arte es su vida, “somos lo que hacemos”. Además, cada acción se dirige contra conceptos sociales: la idea de la masculinidad; la necesidad de obtener cosas gratis, de ganarle al “sistema”; las “buenas costumbres” en lugares públicos; la necesidad de los espectadores de apropiarse de los hechos a su alrededor; la idea de que donar unas monedas cambiará la vida de quien pide dinero por una causa “justa”, etcétera.

En estos tiempos de declaraciones oficiales sorprendentes, de una sociedad harta de sufrir a manos de sectores gubernamentales culpables por acción u omisión, la idea de los Fang toma más sentido: esta relación Estado-sociedad parece ser una representación donde uno de los actores sabe más que el otro y sólo espera ver su reacción para reacomodar la trama y seguir en una actuación que, a pesar del sufrimiento, tiene todos los tintes de una comedia fársica, donde los personajes son risibles por absurdos, pero que desemboca en tragedia tanto por la indolencia de unos como por las lágrimas profundas de los otros, no sólo ante las pérdidas y los agravios cotidianos, sino ante la sensación cada vez más demostrada de que muchos involucrados estatales están dispuestos a decir lo que sea y a matizar al extremo su representación, con tal de que el transfondo de esta obra en la que se ha convertido la vida nacional no se modifique y los dueños del negocio lo sigan siendo: un gatopardismo extremo, en donde somos como los espectadores de los performances de los Fang: manipulados y llevados a ciertas conclusiones para lograr, de entrada, el regodeo de los actuantes del caos dirigido.

Las escenificaciones de los Fang son grabadas y, con los años, son considerados artistas importantes. Pronto tienen seguidores que desean presentar al público la historia de estos “visionarios”.

La familia Fang es una novela que convence en su intento de recordarnos que la vida puede dirigirse, incluso bajo la premisa del arte, por dudoso que sea, y que la actuación de unos pocos puede cambiar la vida de muchos. Es una muestra de que el humor puede recurrir a lo sutil y a lo políticamente incorrecto, y lograr su objetivo: abrirnos los ojos.