Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Suplemento Cultural de La Jornada
Domingo 8 de febrero de 2015 Num: 1040

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

El acuerdo
Javier Bustillos Zamorano

Leonela Relys: elogio
de la maestra

Rosa Miriam Elizalde

Décimas para recordar
a Xavier Villaurrutia

Hugo Gutiérrez Vega

Szilágyi y la judicatura
Ricardo Guzmán Wolffer

Las mujeres de
Casa Xochiquetzal

Fabrizio Lorusso

Visiones de Caracas
Leandro Arellano

Leer

Columnas:
Galería
Ricardo Guzmán Wolffer
Jornada Virtual
Naief Yehya
Artes Visuales
Germaine Gómez Haro
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Paso a Retirarme
Ana García Bergua
Cabezalcubo
Jorge Moch
Prosaismos
Orlando Ortiz
Cinexcusas
Luis Tovar


Directorio
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La Jornada Semanal

 

Los elementos del proceso

Joaquín Guillén Márquez


Los procesos,
Erik Alonso,
Fondo Editorial Tierra Adentro,
México, 2014.

En la tradición del ensayo breve y personal, Los procesos, de Erik Alonso, es un respiro en la mesa de novedades. Un respiro porque el libro se apropia del género ensayístico para escribir, al mismo tiempo, una autobiografía, precoz y fragmentada, a través de las experiencias personales, las obsesiones televisivas, la genealogía familiar y las lecturas predilectas. Las experiencias del autor, con o sin filtros narrativos, son un puente para reflexionar sobre el amor, la tradición y la lectura.

El libro está compuesto por tres partes: “Una casa”, “Imágenes en la pantalla” y “El espacio interior”, que a su vez contienen ensayos breves (a veces de un solo párrafo), todos ellos sin título, lo que ocasiona en el lector un sentido de unidad (temática, literaria) en medio de tanta fragmentación. En “Imágenes en la pantalla” encontramos a un escritor que se sienta a ver películas o series de televisión. La elección de lo que verá parece azarosa, más cercana al hábito de quien se sienta frente al televisor porque no tiene nada que hacer más que matar el tiempo (uno de los textos empieza “En el autobús para regresar a la ciudad pasaron la película Una separación, de Asghar Farhadi”). Con la premisa aforística de “Vemos escenas de televisión con la memoria del olvido”, Alonso hace un recorrido visual en donde cada párrafo es una visita breve a lo que los otros ven. Transforma el zapping de la televisión y la búsqueda del catálogo de Netflix en un método para escribir sobre televisión. Piglia aquí, The Office allá, Los Simpson y Octavio Paz. “Ver tele, ir de canal en canal, se ha vuelto la única circunstancia en que de verdad siento que desperdicio el tiempo”, nos dice.

La primera sección, “Una casa”, revela el proceso del libro: la escritura como construcción, el lenguaje como un lugar habitable. Al inicio de Los procesos se nos describe la casa de Juan O’Gorman, para después decir que la arquitectura es un acto “que surge entre el papel y la materia física. Entre unas manos que dibujan y la colocación de la primera piedra”. En el siguiente ensayo, Alonso edifica la memoria y después la desconstruye. Pasamos de las memorias de la casa que construyó el abuelo del autor a lecturas de Thomas Bernhard. Este es el estilo que sobresale a lo largo del libro, aunque no siempre con la misma destreza. Los paralelismos y la fragmentación de la prosa hacen que sea el lector quien una los puntos para trazar por completo el diagrama que Alonso presenta.

Dentro de todas las virtudes de Los procesos, hay dos aspectos que me parecieron descuidados. Los ensayos más breves de “Imágenes en la pantalla” y “El espacio interior” son más una recopilación de citas, un cuaderno de notas inacabado, borradores para ensayos breves que se quedaron, apenas, en afirmaciones y descripciones. Además, la manera de presentar las ideas parece más sólo formulación que el producto de una decisión estética.

Claro que estas dos objeciones son, como todo en la literatura, ambivalentes. Si parecen notas de cuaderno, si son formulaciones, hay que recordar que el ensayo debe darse esas libertades. Los procesos tiene la ambición de entretener y contar, pero, sobre todo, de activar recuerdos en el lector. Para ejemplo está “El espacio interior”, donde encontramos la clave para entender este volumen de ensayos, en donde la escritura no sólo parece una nota suelta, sino un cuaderno en constante crecimiento: los cuadernos son esbozos que no terminan por definirse, espacios ambiguos que no se consumen a pesar de tener un número limitado de hojas, como si lo escrito en ellos siempre estuviese llegando.

Escribir cuadernos es un proceso. De pocos libros podríamos decir eso.


Peter Pan y el país de siempre jamás

Alejandra Atala


¿Qué es la izquierda mexicana?,
Sol Arguedas,
Orfila,
México, 2014.

Con el libro tricolor entre las manos, me abismo en su blanco fondo en donde no hay sombra que perseguir, al contrario, en esa inocencia que porta todo libro, como dice Marguerite Duras, se abren, a modo de fractales, espacios recreados en el tiempo de un México que parece el mismo en cuanto a lo que le es dado para el aprendizaje de sí mismo.

Arguedas, la Peter Pan de la política en México, hace cincuenta años se abismó en la albura de su conciencia para entregarse a la elaboración nutrida de lecturas, instrucción y conocimiento, de una serie de preguntas torales a los personajes que entonces guiaban las hebras del tejido político social de izquierdas, y que hoy encuentra su explicación en las respuestas dadas a lo largo de 113 páginas sin polvo o paja que conturbe la claridad del entendimiento de sus lectores; de ahí el acierto en el diseño y el caldo de cultivo de este libro de inspiración periodística, ya que, abundando con lúcidos comentarios y algunos vasos comunicantes, la autora deja a la luz las voces de los protagonistas de las izquierdas mexicanas en los años sesenta.

Entre los entrevistados se encuentran Vicente Lombardo Toledano (PPS), Manuel Terrazas (PCM), Carlos Sánchez Cárdenas (POCM), José Revueltas y Eduardo Lizalde (LLE), J. Trinidad Estrada (CNF), Alonso Aguilar (MLN), José Luis Ceceña (economista) y Carlos Fuentes (escritor).

Sol, Rosa Alpina, Carmen María, Dominga, Antonia, Grazia de Jesús Arguedas Urbina, mejor conocida como Sol Arguedas, politóloga, abogada, física, matemática y antropóloga nacida en Heredia, Costa Rica y mexicana por amor, es la bordadora del mencionado libro titulado: ¿Qué es la izquierda mexicana?, publicado por primera vez hace cincuenta años, con una muy venida a cuento portada del comprometido muralista Adolfo Mexiac y ahora vuelto a editar por Orfila, acompañado por un agudo y nutricio prólogo del también doctor en Ciencia Política, Octavio Rodríguez Araujo.

“Lo personal es lo político”, decía la inglesa Virginia Woolf en su libro Una habitación propia, y Sol Arguedas, como aquella Leona de la Independencia, manifiesta con clara contundencia un proceder político que abraza la integridad de ser y no sólo el aspecto de un mero reflejo social; en ambas periodistas entra el sentido humanista y libertario en sus tareas, pues no dejan de lado el acercamiento de los seres humanos para su mejor definición, en la captación de su postura a través de sus pensamientos.

Por un lado, la Vicario levanta su voz por escrito, cuando Lucas Alamán espeta un diserto en contra de las luchas y razonamientos de las mujeres en la revolución aquella, y por el otro, Arguedas en la búsqueda constante de la libertad humana, lucha y batalla con la intelectualidad mexicana y asimismo con la férrea tarea del docto cultivo para abrirle paso a la Peter Pan que la ha revestido, siendo sus  propias convicciones el vuelo compartido en sus libros y sin sombra que cazar, pues bien hilvanada al cuerpo la tiene, como todo sol que siendo sol, no guarda en su naturaleza lugar para la oscuridad.

Combativa, persistente y audaz, Sol Arguedas es autora también de otros libros, entre ellos: Cuba no es una isla (1962); El Estado benefactor, ¿fenómeno cíclico? (1988) Y El México que vivimos (1997). Lleva el blasón de la “aristocracia de espíritu”, de la que ha hablado Menéndez Pidal y que ella reconoce no como una cuestión de rango o clase y sí como el vestido de una naturaleza que ama lo que es bello y por eso verdadero, y el gozo que esta capacidad de visión le otorga.

El ritmo convulso de nuestro país ha traído a nosotros, con la ventura de su reedición, esta perspicaz encuesta que sigue siendo absolutamente vigente, así como las concretas y visionarias respuestas de los dirigentes de hace diez lustros que nos llevan a verificar, con desazón, cómo la trama de la historia nos juega una reveladora propuesta en forma de complicada telaraña, en donde se ha desdibujado la izquierda y la derecha y en el centro del tejido, una araña atroz, inmensa: el hueco de la carcajada insumisa de la indiferencia de un mundo consumista y desleal.


Disparidad sin par

Manuel Marín


Textos dispares,
Teresa del Conde,
Siglo XXI,
México, 2014.

1. Todo texto único es dispar.

Ironía que aparece en un conjunto apareado sin pareja.

2. Los Textos dispares, de Teresa del Conde, pertenecen a un tejido de veintidós capítulos que se distribuyen en catorce temas sobre tres campos, todo ello dentro de tres ámbitos que se expanden.

a) El primer ámbito es aquel donde dispone los datos duros y sus narrativas.

b) El segundo, permite establecer parámetros y categorías para análisis y relaciones que conforman sistemas para el entendimiento y la apropiación de manifestaciones artísticas concretas.

c) El tercer ámbito pertenece a los juicios. Lugar donde los enunciados asumen una visión del fenómeno y su lenguaje.

De esta manera los capítulos, sus temas, desde campos que procuran ámbitos, tejen la trama de un texto sin par, único, que atiende un panorama sustancial del arte mexicano del siglo XX.

3. El primer campo toca los siguientes artistas: Ruelas, Diego Rivera, Clemente Orozco, Siqueiros, Frida Kahlo, Toledo, Cuevas, Felguérez.

A cada uno de los cuales dedica uno o más capítulos que abordan aproximaciones diferentes.

Ruelas se encuentra con Arcimboldo y Magnasco, con El Bosco, Hogart o Blake. Pero sobre todo con el fetichismo de Klinger, buscando el deseo, la seducción y las luces reprimidas de los íncubos y los vampiros.

Orozco busca a Daumier y Berdsley, a Whisler o Botticelli. A Masaccio y Dostoiesky. Perdidos en la forma encontrando su figura.                       

En Siqueiros se toca la piroxilina y los espacios angulares. La guerra de España y la Bienal de Venecia de 1950. El premio Lenin y el Concilio Vaticano II. Así como la cárcel, La Tallera y el cáncer.

Tamayo, indio puro de raza zapoteca, es afrancesado que también pintó alcatraces pero eludiendo la perspectiva. Aparece María Izquierdo y los pintores metafísicos. Está De Chirico, Carrá o Villaurutia, en un arte exento de ideas y mensaje.

Teresa del Conde asevera: “Tamayo necesitaba enemigos para poder sobrevivir a la Década de la Asfixia (1940).” Tamayo era experto en la Gramática pictórica.

Toledo es un pedazo de río, un contemporáneo arcaico que prevé fetichismos en cada objeto, sobre todo en los animales con zapatos. Animismo, hechizo, brujería y sexualidad extrema. El diablo de la lotería. Encuentra un conejo macho-hembra con lenguas y penes. Es la creación del deseo en la saliva. Alegría siniestra. Invención de una iconografía personal, sensible, no simbólica, en la manera de configurar lo otro. La sexualidad es un arte de lo carnal en los disfraces, dentro de una naturaleza asombrada.

Ánima, no ánimo, si se ve como gato al chango.

Toledo modela, no construye formas huecas, son vientres que justifican vaginas para permanecer vasijas. Así es su manera de configurar: rito de juguetes. Encuentra a Agustín Lazo, Dubuffet, Paul Klee, los aborígenes australianos y los antiguos mexicanos. Nada en él concluye más que en la naturaleza chocarrera al reproducirse.

Cuevas no cuenta historias sino que trabaja series. Dibuja anotaciones en clave, mutaciones de mutantes, pictogramas que acumulan signos de apariencia que develan contenidos manifiestos (o tal vez apariencia develada de una manifestación contenida). La rapidez es intención significante. El automatismo es significado. Las asociaciones no tienen una libertad más que en el inconsciente.

Mociones preconscientes. Se encuentra a Cuevas en prostíbulos, manicomios y hospitales o en morgues, reclusorios y castillos. En él reproducimos a Van Eyck a Doré, a Sade o a Rafael Sancio.

Mas todo ello es teatro, actores y lunáticos.

¿Pero Cuevas participa del Arte Correo o sólo de las cartas? ¿De la comunicación cruzada o de la incomunicación? Cuevas es el parangón de fealdades como categoría de la belleza. Prestigia el lugar del ombligo y la similitud del dedo índice con el pene o la oreja vaginal hecha aguacate. ¿Es paleológico o antilógico? Es decir ¿arcaico o absurdo? Es quien accede a los deseos.

Felguérez es Espacio Múltiple, sin acudir a la mimesis de una mente ordenada. Zadkine, Henrry Moore, Barlach, tienen, con él, un placer biológico de envolver los cuerpos taxidérmicos.

Felguérez tiene una obsesión por revelarse en la Máquina Estética. Sin embargo, se reúne con Ashile Gorki, Lilia Carrillo, Enrique Echeverría y Cézamme. Es Premio de la xiii Bienal de Sao Paulo. Octavio Paz encuentra en Felguérez el espejo reproductor de los espacios. Y a un emisor de imágenes.

Teresa del Conde asevera que Felguérez encuentra clasicismo surrealista no ortodoxo de arranque barroco en la modernidad de la belleza contenida.

Clásico, surreal, barroco, moderno. Curiosamente en el capítulo sobre Felguérez es en el único donde se refiere al manierismo.

En Felguérez se encuentra un abstraccionismo lírico pre-consciente de romanticismo agresivo llegando a “diferentes similitudes”.

Un cuadro dentro del cuadro procura sombras ficticias y colores brillantes como en Memling y Frank Stella. Felguérez es experiencia que nunca se sacia.

4. El texto así va cubriendo el primer campo. El segundo toca a la Ruptura y hace un mapa amplio de referencias primero; después se detiene en el mundo de los años ochenta. Se trata de narraciones que recrean dos etapas cuya lectura nos transporta. La Ruptura nos completa, los ochenta nos incompletan.

El tercer campo nos asila en Freud, en los surrealismos y en la crítica de arte. Nunca antes había estado en la posibilidad de encontrarme ante el despliegue de los tres Ámbitos Estéticos cuyos límites se borran:

a) La historia del arte: la existencia del hecho.

b) La teoría del arte: el ordenamiento de un sentido.

c) La crítica de arte: el juicio como fundamento.

Estas tres disciplinas corren transversalmente en los textos, tejiendo la urdimbre de la figura que aparece en un término que se repite casi inconscientemente a lo largo de cada uno, apuntando a una esquina del poliedro que se resuelve en el libro; concepto que Del Conde construye y al que le aporta configuración.

Aparecen en forma sistemática: iconografía- forma- figura-signo- imagen. Se despliegan pero no se definen, ya que en cada caso el vector específico del artista o del momento ofrecen su configuración.

La configuración consolida cinco soluciones:

– La fantasía (subjetividad) frente a lo fantástico (irrealidad).

– La creatividad (principio) frente a la compulsión de repetición (programa).

– La ilustración (pretexto) ante la serialización obsesiva (contexto).

– La sexualidad sobre la alienación del disfraz y el reflejo (reproducción-representación).

– El caos (permutación) es un ordenamiento infinito (el todo).

5. Teresa del Conde propone la disparidad del texto no apareado como lo singular de la repetición de lo variante.