Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Suplemento Cultural de La Jornada
Domingo 1 de febrero de 2015 Num: 1039

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Volcanes grises en el
Museo León Trotsky

Verónica Volkow

Una semblanza
de Silvio Zavala

Enrique Florescano

El brindis del proemio
Orlando Ortiz

Los últimos surrealistas
Lauri García Dueñas entrevista con Ludwing Zeller y Susana Wald

Juan Goytisolo
a la intemperie

Adolfo Castañón

Juan Goytisolo:
literatura nómada
a contracorriente

Xabier F. Coronado

El eterno retorno
del sol

Norma Ávila Jiménez

Un cuaderno de 1944
Takis Sinópoulos

Columnas:
Bitácora bifronte
Jair Cortés
Mentiras Transparentes
Felipe Garrido
Al Vuelo
Rogelio Guedea
La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía
Cabezalcubo
Jorge Moch
La Casa Sosegada
Javier Sicilia
Cinexcusas
Luis Tovar


Directorio
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La Jornada Semanal

 

Javier Sicilia

Vicente Leñero y el Evangelio

La tan reciente muerte de Vicente Leñero a finales de 2014 me ha hecho revisitar su literatura. Pero sobre todo sus vínculos con el Evangelio, la fuente fundamental de nuestra amistad. En medio de nuestras discusiones al respecto –discusiones duras, a veces ásperas, como son y deben ser las discusiones– siempre obtuve una enseñanza. Una de ellas, la que quizá recuerdo con mayor alegría porque se vincula con la literatura, es la que me condujo a mirar al Jesús cuentista. El periodista Vicente Leñero, el escritor para el que la novela era la exposición de hechos, el hombre para el que San Marcos era, en su voluntad de precisión, el Evangelista que se acercaba más a la visión de un reportero, tuvo la clara intuición de que los autores de los Evangelios habían intentado darle una explicación, un contenido unívoco a las parábolas de Jesús. Más acá o más allá, me dijo, de las formas interpretativas que Mateo, Marcos, Lucas y Juan  les dieron al escribir sus Evangelios, más allá o más acá, incluso, de las inmensas interpretaciones y exégesis que a lo largo de dos milenios se han hecho sobre ese puñado de cuentos –que con toda seguridad eran mucho más extensos de lo que los evangelistas recogieron–, las parábolas de Jesús, como una manera de develar, que no de interpretar, una buena nueva de naturaleza espiritual, son, como toda buena literatura, obras abiertas, hechas más para suscitar la sorpresa del encuentro espiritual.

Siguiendo esa intuición, se puso  a extraer de los Evangelios todas las parábolas, a quitarles los sentidos dados por los evangelistas, a limpiarlas, después de compararlas con las traducciones del griego que realizó Ernesto de la Peña, de las deficiencias sintácticas que contienen las otras traducciones que se han hecho al español, a fundir en una sola parábola las dos o tres variantes que a veces los evangelistas proponen y a reescribirlas en el castellano que se habla en México.

Esa titánica labor, que de alguna manera es la continuación, o para decirlo en términos exegéticos, la Fuente q (la hipotética colección de dichos de Jesús que, según cierta tradición, fue la fuente de los Evangelios de Mateo y de Lucas) de su Evangelio de Lucas Gavilán, la plasmó en un libro poco conocido: Parábolas: el arte narrativo de Jesús de Nazaret (Joaquín Mortíz, 2009).

Lo he vuelto a releer. Es más que fascinante. Me confirma lo certero de su intuición. Su manera de poner en boca de Jesús de Nazaret el misterio del Reino que llega y de “la causa de Dios”, su intento de acercar sus palabras a nuestra sensibilidad moderna le devuelven su inasible y atrayente frescura. Las parábolas, descontextualizadas de las interpretaciones del Evangelio y de la moral con la que la Iglesia las ha cargado, están más cerca, en lo que al orden de la vida espiritual se refiere, de la sorpresa de los cuentos hasídicos, de las enseñanzas rabínicas del Talmud, de los dichos de los Padres del Desierto, del hai-ku o del koan de la tradición zen, de los poemas de Kabir, de los sermones del Buda o de la mejor poesía, que del moralismo o la interpretación unívoca a las que por lo general se les reduce.

Leer las parábolas de Jesús de Nazaret no en el cuerpo de la doctrina de los Evangelios, sino como lo que en realidad, en el imaginario del escritor Vicente Leñero, fueron: cuentos casi de sobremesa o, mejor, cuentos que se relatan en el espacio público para suscitar el asombro y abrirnos a un modo distinto de ser y de vivir, no es sólo una de las más hermosas maneras de entrar en el infinito universo espiritual que, como señala Vicente Leñero, habitaba a “ese Jesús charlista, contador de cuentos”, sino también de sentirnos tocados por el mismo asombro y la misma solicitud que experimentaron los hombres y mujeres que alguna vez tuvieron la alegría de escuchar esas narraciones en voz de su creador.

No he encontrado otra manera de recordarlo, de consolarme de su ausencia que releer ese libro que contiene treinta y un breves relatos tan suyos, tan nuestros, en donde el escritor y el creyente convergieron en el inmenso misterio cuya insondable respuesta al fin conoce y habita.

Además opinamos que hay que respetar los Acuerdos de San Andrés, detener la guerra, liberar a José Manuel Mireles, a sus autodefensas, a Nestora Salgado, a Mario Luna y a todos los presos políticos, hacer justicia a las víctimas de la violencia, juzgar a gobernadores y funcionarios criminales, y boicotear las elecciones.