Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Suplemento Cultural de La Jornada
Domingo 25 de enero de 2015 Num: 1038

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Ayotzinapa
y el drogadicto
que vende armas

Víctor Manuel Mendiola

Cinco vistas
del Monte Fuji

Alberto Blanco

Décimas
Ricardo Yáñez

Emmanuel Carballo
y la autobiografía

Vilma Fuentes

Albert Camus,
el exilio en casa

Juan Manuel Roca

La tercera independencia
de América Latina

Gustavo Ogarrio

Tomás Montero Torres:
el presente es
pasado aún

Sergio Gómez Montero

Leer

Columnas:
Galería
Ricardo Guzmán Wolffer
Jornada Virtual
Naief Yehya
Artes Visuales
Germaine Gómez Haro
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Paso a Retirarme
Ana García Bergua
Cabezalcubo
Jorge Moch
Jornada de Poesía
Juan Domingo Argüelles
Cinexcusas
Luis Tovar


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Germaine Gómez Haro
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Los códices mexicanos (II Y ÚLTIMA)

Con motivo de la conmemoración de los setenta y cinco años del inah y los cincuenta del Museo Nacional de Antropología e Historia, se presenta hasta el primero de febrero la magna exhibición Códices de México: memorias y saberes, en la que se exhiben cuarenta y cuatro piezas pertenecientes a la colección del Museo, un proyecto histórico y muy probablemente irrepetible que ha propiciado en esta columna la revisión de esta fascinante tradición pictórica del México antiguo (núm. 1036, 11/I/ 2015).

Los documentos pictográficos realizados por las grandes civilizaciones mesoamericanas y su tradición perpetuada en el período colonial se conocen como códices (del latín codex=libro). Sin embargo, este término no es del todo correcto, pues códice designa un manuscrito cosido por un lado, a la manera de los libros europeos. Los del México antiguo no están encuadernados ni cosidos y muestran formatos y materiales variados, como la piel curtida de venado, el papel amate, la fibra de maguey y el lienzo de tela tejida en telar de cintura. Asimismo, los formatos originales nada tienen que ver con los libros tradicionales, ya que las pinturas fueron elaboradas en tiras de piel o papel en composición horizontal o vertical, las cuales se guardaban en rollo o en dobleces en forma de biombo, o bien en superficies planas, como los lienzos de tela o las hojas de papel, en cuyos casos a veces se unían varios elementos del mismo material para obtener piezas de mayor tamaño. Los autores de estos documentos eran pintores altamente calificados llamados tlacuilos (del verbo náhuatl tlacuiloa) y su papel era fundamental en las sociedades indígenas, pues eran los encargados de registrar el conocimiento y transmitirlo. El respeto y la admiración que se les profesaba queda consignado en un hermoso texto del Libro de los Coloquios:  “El buen pintor: entendido,/ Dios en su corazón,/ diviniza con su corazón las cosas,/ dialoga con su propio corazón.” Al dialogar con su corazón, el pintor escribano se convertía en un yoltéotl o “corazón endiosado”, lo que equivale, a decir de don Miguel León Portilla, a “movilidad y dinamismo humano orientados por una especie de inspiración divina”.


Códice Huamantla, Detalle

Son sólo dieciséis los códices prehispánicos que sobrevivieron a la destrucción sistemática de los frailes evangelizadores que los consideraban “obras del demonio”, y sólo uno se conserva en México en la Biblioteca Nacional de Antropología e Historia, y actualmente forma parte medular de la magna exposición: se trata del Códice Colombino que narra una parte de la vida del gobernante mixteco Ocho Venado Garra de Jaguar y la fundación del señorío de Tututepec. La supervivencia de estos escasos códices se debe a que fueron enviados a Europa como curiosidades en épocas inmediatas a la Conquista y otros tuvieron la fortuna de ser celosamente escondidos por los propios indígenas hasta llegar, por azares del destino, a manos de coleccionistas que los depositaron en diferentes bibliotecas del mundo. Paradójicamente, poco después de la destrucción de los documentos indígenas originales, los frailes-cronistas que se abocaron a recopilar la historia y las tradiciones antiguas para poder combatirlas, supieron aquilatar el valor de estos manuscritos pictóricos y encargaron la producción de nuevos documentos basados en los conocimientos de los sabios regionales. Esta tradición de códices llamados “coloniales” se perpetúa hasta el siglo XVIII, conformando un legado invaluable de conocimiento tanto del mundo prehispánico recién abolido, como de los asuntos civiles, económicos y tributarios, mapas y documentos catastrales del Virreinato. El resultado es un enorme corpus de manuscritos pictográficos coloniales, de los que la bnah conserva un buen número que se puede admirar en la muestra: el Códice de la Cruz-Badiano, la Matrícula de Tributos, la Tira de la Peregrinación, los Códices Azoyú, el Códice Porfirio Díaz, los Lienzos de Coixtlahuaca, de Tlaxcala y de Huamantla, entre muchos otros.


Códice Colombino

Por su belleza plástica y por la invaluable información que encierra su contenido –en muchos casos, aún por descifrar– los códices prehispánicos y coloniales constituyen un tesoro dentro de nuestro patrimonio cultural. Seguramente esta soberbia exposición habrá despertado la admiración de muchos visitantes que por primera vez tuvieron contacto con esta tradición pictórica, única en su género en el mundo.