Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Suplemento Cultural de La Jornada
Domingo 11 de enero de 2015 Num: 1036

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Quién si no las moscas pueden mostrarnos
el camino

Carmen Nozal

En capilla
Agustín Ramos

Vicente Leñero la exploración fecundante
Miguel Ángel Quemain

El acto de fe de
Vicente Leñero

Estela Leñero Franco

Vicente Leñero: lecciones
de periodismo narrativo

Gustavo Ogarrio

Columnas:
Galería
Alessandra Galimberti
Jornada Virtual
Naief Yehya
Artes Visuales
Germaine Gómez Haro
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Paso a Retirarme
Ana García Bergua
Cabezalcubo
Jorge Moch
Prosaismos
Orlando Ortiz
Cinexcusas
Luis Tovar


Directorio
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La Jornada Semanal

 

Ana García Bergua

Puertas afuera

La puerta es el principio de los misterios, un resguardo y un estorbo simultáneos, según de qué lado se está. La puerta siempre será un enigma; su quicio es el lugar de las preguntas y las despedidas.

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Las cuevas tendrían puertas de ramas, piedras y hojas. La fiera las rasgaría con sus zarpas, como si fueran la envoltura de un regalo apetitoso; por eso la puerta convirtió su protección en un obstáculo que quiebra uñas.

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Entre las dunas del desierto, chozas sin puertas donde vive el aire.

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La puerta es un instrumento musical: de percusión, si es de madera. En los lugares de calor, las puertas son cortinas de flores por las que sopla la flauta de viento. Y una cortina de cuentas en el lugar de la puerta, es una maraca.

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Toc toc. ¿Quién es? Soy la puerta, encerrada en el umbral; sáquenme de aquí.

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La puerta prohibida a la mitad de un pasillo pespunteado de puertas, como el pescado malo o el único dulce envenenado.

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Una serie de puertas, a elegir por cuál entrar, es similar a las cartas del Tarot. Tras una de ellas anida la Muerte, la puerta prohibida de Barba Azul.

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¿Qué hay detrás de la puerta? Un lobo agazapado en la oscuridad de su departamento de tres recámaras, baño y cocina integral.

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Otra puerta prohibida, la de Las mil y una noches, conduce a las garras de un pájaro gigante que expulsa al curioso del paraíso de las cien huríes y lo deja tuerto. Aun así, resulta más compasivo el libro de la puerta prohibida que el de la manzana tentadora.

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La puerta del señalamiento que se cree ventana y se niega a dejarnos a solas con el amado, la de Cernuda.

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Y con ustedes la puerta de la que salen todas las desgracias, vestidas de calle y con portafolios, decididas a fastidiar.

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Hay puertas que se abren hacia ningún lugar y son como un precipicio con presentador o como un espectáculo de nubes.

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Las piernas de las mujeres son los batientes del deseo que lee su destino en el interior.

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En una ciudad vacía sólo habitan puertas pintarrajeadas y tristes, puertas expulsadas de sus casas y de sus propias puertas.

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El ojo de la cerradura se inventó para el consuelo de los desesperados por el mutismo de las puertas.

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Los libros son como puertas, ya lo dijeron muchos: tapas como batientes, lomos como bisagras. Y en su interior vive el libro con su sala y su comedor, bebiendo, sentado a la mesita, sus propias palabras.

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Por la gatera desliza el gato la sombra de su misterio, mientras maúlla a gritos que le abramos la puerta principal para entrar como un señor (humilde homenaje a Ramón Gómez de la Serna).

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Puertas ligeras de vidrio citadino y pesados portones provincianos; la moral se pilla los dedos en medio de las puertas.

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Puertas de vidrio engañosas de tan transparentes, con las que uno puede chocar y romperse la nariz, dotadas de alarmas estridentes y filosas. Son peores, más infranqueables que el pesado portón de la alhóndiga (ése que, se dice, rompió un hombre que cargaba en la espalda una piedra), aunque su fragilidad aparente engaña a los incautos y a los ladrones de aparadores.

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Detrás de la puerta pequeña viven los gigantes; los enanos se esconden en la cerradura de un portón enorme.

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En la puerta del infierno no hay portero; es innecesario pues, a excepción de los masoquistas (que van al Cielo en castigo a su perversión) nadie quiere entrar. En cambio, el purgatorio está hecho de puertas que miran con terror los indecisos.

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Puertas de los días que se van cerrando; desaparecen y no sabemos dónde quedaron, si las podremos volver a abrir de nuevo alguna vez. Puertas de los días que vamos abriendo; la puerta de piedra, ésa que da a la tierra, será la última, la que ya no podremos ver.

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Portales de internet: la clave se extravía siempre, igual que las llaves metálicas, en el bolso de la memoria, entre los clínex, el monedero y el bilet de nuestros pensamientos.

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En la mano tengo un león de metal con el que llamo a su puerta para que escuche mis apagados rugidos.

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Las puertas de los labios y su habitante húmeda y casi siempre mentirosa, relamiéndose como quien barre la acera.

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Por debajo de su puerta se asoma el agua de las pasadas inundaciones, en cuya memoria se regodea y llora.

La sombra serpentea por debajo de la puerta que, al abrirse, forma una puerta de sombra para que las demás sombras entren y salgan a placer.

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Con el portazo gritan los iracundos.

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En los pasillos del edificio se van cerrando las puertas al anochecer, como si le aplaudieran al día que pasó.