Adiós Norma Jean, el jefe ha muerto. Acrílico sobre tela. George C. Longhfish (Oshweken, Ontario)

Escritos porque la ausencia

Desde espacios y miradas distintas, tres autores mexicanos confrontan este mes en Ojarasca los efectos de la ausencia, la brutal no presencia de los que nos faltan.
Imposible no traer a casa y al caso la voz de Miguel Hernández (1910-1942) en su indeleble
Cancionero y romancero de ausencias:

Ropas con su olor,
paños con su aroma.
Se alejó en su cuerpo,
me dejó en sus ropas.
Luchas sin calor,
sábana de sombra.
Se ausentó en su cuerpo.
Se quedó en sus ropas.

La cobija
del mártir

Chistopher García Vega

Sé que no me queda mucho. Sé que en cualquier instante me cortará una sombra el paso y que alguien morirá asfixiado por su propia saliva, al otro lado del alma.

Una tarde sin aparente gloria realizaré un acto para los libros de historia. Todas las personas que conozco no estarán para saberlo. Y como la historia sabe balancearse sola, algún valiente con suerte mínima vivirá acribillado o traicionado eternamente por los ojos de los estudiantes que pretenden aprender.

Mañana no cambiará el mundo y, quizás, tampoco yo. Porque sabe a gloria una vida con variaciones leves, aunque llegado el día se caiga en un letargo de arrepentimiento.

Bendita juventud y bendita la libertad de tener nada qué perder. De gente sin esperanza de regreso a un hogar bien cimentado está hecha la historia.

Porque el que triunfa siempre cuenta su versión, donde el caído se convierte en el héroe que habrá de vengarse. El vencedor se torna un detalle de utilería, un contexto en el que la perfección es siempre un espacio angosto, por donde apenas pasa a empellones la revolución que vendrá. El victorioso se vuelve un bufón de la historia y escenifica el mismo acto infame una y otra vez.

El vencido se mueve en el reino mágico esperanzador de lo posible. Pero ¿qué grandeza hay en morir en batalla? ¿Qué grandeza en no saber que perdiste todo, aunque nunca tuviste nada?

De gente enterrada y de bustos de bronce está hecha la historia. La de los héroes que recordamos y presentamos a nuestros hijos, con el culpable orgullo de saber que no somos nosotros.

Vivo se lo llevaron...
vivo lo recuerdo

Lamberto Roque Hernández

Ahí en mi pared están colgados los recuerdos. Está tu cara redonda con tus ojos brillantes mirando el infinito, metiéndose en los vacíos de nuestra pobreza. Esculcándola. Midiendo nuestra felicidad. La tuya —tú contentes— es madre de la mía felicidad, decías.

En la mera entrada de este patio que fue tuyo de chico, hay un horcón que sostiene la buganvilia que hace un arco por debajo del cual te miraba llegar. Y no has venido. Ya no has llegado. Ya no has regresado. Ya no te he visto irte.

Anoche soñé que te columpiabas del brazo de tu apá.

Ahí en la pared está el hijo de dios, sangrado, triste y moribundo. Hasta le he dicho de fea manera que por qué se ensañó contigo y con tus compañeros que nada malo han hecho. Y le he pedido que si quiere que me lleve a mí, pero que te traiga a mis brazos antes de eso.

Quiero verte. Quiero olerte como cuando eras chiquito. Quiero oírte. Darte de comer mientras me platicas de tus cosas de la escuela.

Aquí en mi cuello está colgada la virgencita que me trajiste el otro febrero. A un ladito está tu retrato, lo puse sobre mi corazón para que donde quiera que estés escuches sus retumbos y vengas.

Quiero verte pasar por debajo del arco de la vieja buganvilia.

Los sin
nombre

Eduardo Bautista

El silencio y la indiferencia ante las desapariciones forzadas marcan la ruta del olvido; el destino de ese camino es acostumbrarse a la violencia, a la normalidad del crimen, bajo la idea de que no se puede hacer nada.

¿Quiénes son todos aquellos cuyos cuerpos han aparecido tras la tragedia de los estudiantes normalistas de Ayotzinapa?, ¿quiénes son aquellos que han sido encontrados en otros momentos y en otros lugares, a lo largo y ancho de nuestra intrincada geografía?, ¿cuántos son?, ¿de dónde venían?, ¿qué aspiraban?, ¿quiénes los desaparecieron?, ¿quiénes lo permitieron?

No podemos decir que sus vidas no valían la pena, o que no tiene sentido mencionarlos ni recordarlos porque eran menos humanos. Uno de los principios humanitarios es insistir que no hay vidas más importantes que otras, que no hay más humanidad en unos y menos en otros.

Sí hay que hacer la defensa del Estado de derecho y de la legalidad, de acuerdo, pero en dónde estaba ese Estado cuando desaparecieron, en dónde está ahora para darles nombre, para impartir justicia, para aplicar la ley. Y si el Estado de derecho está en algún lado, habría que preguntar en dónde para ir a buscarlo, para tocar sus puertas, para exigir que identifique a los sin nombre.

No podemos cerrar ojos ni oídos al clamor de sus familiares, de sus amigos, de sus comunidades. Muchos clamores se han ido extinguiendo con el pasar de los años; seguramente hay ojos que se han marchitado de llorar, del desconsuelo de esperar en solitario, de no alcanzar siquiera la paz de los cementerios.

Tal vez, para muchos más, la desaparición forzada y la violencia puedan resultar normales. Es amargo el tema y las buenas conciencias prefieren hablar de otras cosas. Los sin nombre ya no están, no existieron, a muchos ya ni siquiera los reclaman, ya no los piensan, ya no los recuerdan, valían lo que traían en los bolsillos y a nadie le importaban.

El juicio sumario puede llevar la tentación de decir que eran criminales, que se lo merecían. Tal vez muchos eran migrantes, sin papeles, otros más  mexicanos, indígenas, muchas mujeres, niñas, niños, que tenían en común ser pobres y no tenían ni tienen derecho a la identidad. ¿Qué legalidad es ésta? ¿Qué ética impera?

La tragedia también debe traer vientos de cambio para insistir con el ¡Ya basta! Tenemos que hacer una nueva pedagogía para rechazar la violencia en todas sus formas, para exigir que merecemos un mundo mejor, que no merecemos ser víctimas de los lobos que se asoman tras las grietas del Estado y la rapacidad del dinero.

El silencio y el olvido también son pesadillas.  No nombrar es olvidar. En memoria de todas y todos los desaparecidos en los distintos lugares de nuestro lastimado país.