Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Suplemento Cultural de La Jornada
Domingo 7 de diciembre de 2014 Num: 1031

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Ningún país es mi país
Gustavo Ogarrio

Tu nombre en una
lata de refresco

Rodrigo Megchún Rivera

La polifonía pictórica
de Kandinsky

Germaine Gómez Haro

Educación
Takis Varvitsiotis

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Columnas:
Bitácora bifronte
Jair Cortés
Mentiras Transparentes
Felipe Garrido
Al Vuelo
Rogelio Guedea
La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía
Cabezalcubo
Jorge Moch
La Casa Sosegada
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Luis Tovar


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Jorge Moch
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Verdad que peca e incomoda

En un país que masivamente rinde tributo a la estupidez, la verdad sin tapujos adquiere matiz de insulto; la crítica se vuelve agresión al régimen. Cuestionamiento y protesta se convierten en intransigencia, en ganitas de chingar. Eso es lo que sin duda para más de uno hará mañana lunes ocho de diciembre HBO a las 22:00 horas al estrenar en televisión en México una pieza documental de 120 minutos que causó escozores en el 29 Festival de Cine de Guadalajara allá por principios de año, en marzo. Se trata de Antes de que nos olviden, del director argentino Matías Gueilburt, con guión –estupendo por la estructura narrativa del documental, donde el entrevistador desaparece para que la trama se desarrolle sola a base de testimonios desgarradores, cuestionamientos de algunos líderes de opinión y planos abiertos de la realidad cotidiana en muchos rincones de este país que de calles y plazas y negocios y vida diaria terminaron convertidos en trinchera– de Tamara Florin, Pablo Galfre y el mismo Gueilburt.

El documental da seguimiento sin concesiones a los sucesos violentos que se multiplicaron en nuestro país desde que Felipe Calderón Hinojosa, posiblemente el último presidente panista en mucho tiempo en este país, desesperado por la falta de legitimidad y credibilidad de una presidencia obtenida con trampas y fraude electoral, quiso darle vuelta a la tortilla al menos en la apariencia –siempre atento más a la generación de una opinión pública internacional favorable, es decir, a que Estados Unidos le diera aprobación y apoyo, que a lo que al respecto tuviéramos que decir los mismos mexicanos– al lanzar a las fuerzas armadas, sin la preparación suficiente para lidiar con la población civil, a hacer labor de policías en el combate al crimen organizado, principalmente el narcotráfico y sus inmediatas ramificaciones de secuestro, extorsión y trata. Los resultados de patear el avispero sin siquiera haber hecho un mapeo consistente y comprobable de los grupos criminales en México, o de sus inevitables vínculos con ese otro crimen organizado que es una clase política históricamente habitada por gente corrupta y sin escrúpulos, y construida a fuerza más de complicidades que de compromiso social, no fueron los que esperaba Calderón y su gabinete de incompetencias y sí el que vaticinamos muchos que fuimos tachados de agoreros: un desastre de violencia bestial y desatada, y la atomización de los grandes carteles visibles del narcotráfico en multiplicadas células violentas que se adueñaron, literalmente, de buena parte del territorio nacional, dentro y fuera del sistema, para convertir su área de influencia en auténticos reinados de terror.


Antes de que nos olviden

Regiones enteras de México pasaron así a manos de violentos macacos, para denominarlos con alguna elegancia, muchas veces portando uniforme de policía, particularmente municipal. Guerrero, como sabemos ahora hasta el hartazgo que se ha vuelto colectivo reclamo de que renuncie Enrique Peña Nieto, es un siniestro botón de muestra, pero eso mismo sucede en rincones de Veracruz, el Estado de México, Tamaulipas, Coahuila, Chihuahua, Tabasco, Chiapas, Quintana Roo, Morelos, Michoacán, Guanajuato… posiblemente sería más fácil encontrar estados de la República donde no opere a sus anchas un grupo criminal que enunciar todos en los que sí lo hace. México se convirtió entonces en un infierno, en un hoyo de muerte, en paredón y cuerda de esclavitud sexual y laboral para cientos de miles de seres humanos que alguna vez quisieron algo mejor. Allí miles de migrantes centroamericanos cosificados en negocios obscenamente inhumanos. Y Antes de que nos olviden les otorga a unos y recupera para otros algo tan simple y poderoso como la voz. En escenas duras y que desgarran, aparecen las víctimas y algunos de sus victimarios, y allí la estupidez supina de Calderón cuando fue interpelado por la madre de una víctima de esa guerra imbécil a que, por cierto, todavía nos obliga Peña: la de abatir sicarios, narcos o secuestradores, pero no tocar a sus padrinos políticos, no seguir el rastro inocultable de sus dineros y ostentosas riquezas, la de la innegable colusión entre gobierno y delincuencia.

Y por si pocas fueran cuitas y vergüenzas, no viene ni la producción ni la distribución de un documental tan valioso de ninguna de las televisoras nacionales. Esas andan ocupadas en lo suyo que es, en sentido contrario, omitir, callar, desvirtuar, desviar y dividir la atención y la indignación colectivos.

Cuidar el negocio, pues.