Opinión
Ver día anteriorLunes 17 de noviembre de 2014Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Qué es eso
E

s tan imposible sustraerse en conversación, lectura o pensamiento del desdichado asunto Ayotzinapa. Hasta los distraídos, los frívolos, los apartados, los ignorantes, los tibios, los cínicos. Hasta los niños; hay madres sensatas que discuten en Facebook si se debe hablar a los menores de estas cosas; enfrente de ellos de por sí lo hacen los adultos y la televisión. Además, ¿cómo sacas de las escuelas, kínder incluido, la difundidísima tragedia de una escuela? Chicos, aprendices de hombre, ciudadanos nuevos, hijos de padres y madres jóvenes, fueron asesinados y/o desaparecidos forzadamente y a la fuerza, y al parecer pulverizados por alguien. Se sabe urbi et orbi que se los llevó la policía cumpliendo órdenes superiores. Los azules que dirigen el tráfico, cuidan las calles, atrapan ladrones (se supone). Atrasito estaban los soldados, que vieron pasar de noche estudiantes y policías sin preguntar ni nada, pensando que salían a un día de campo en la igualable campiña de Iguala.

Más atrás, en los basureros, los turnaron a los malos (conste que hasta aquí iban nomás los buenos, los del gobierno) y aquellos quién sabe qué hicieron con los estudiantes. Resulta todo tan inimaginable. Preguntas. Preguntas. Cómo entender la extracción forzada de los ojos de Julio César Mondragón Fontes, a quien vivo y delante de sus compañeros, manos expertas le arrancaron el rostro y le desnudaron la calavera. Acababa de ser papá.

La vergüenza nacional da la vuelta al mundo, ahora que es posible varias veces al día. Pronto serán dos meses y no podemos sacar a Ayotzinapa de nuestros huesos. No nos cansamos de llenar las calles para marchar gritando. Los políticos y sus analistas dan muestras de pánico, y el espectáculo de un Estado atónito, impotente, enfermo pero inmensamente peligroso, nos mantiene sacados de onda en cadena nacional.

Los hay que identifican aquí el momento adecuado para que renuncie el gobierno y refundemos el país. Quienes ven sólo negro, o rojo, que es peor. Quienes se entregan a la ira, a la venganza o la desesperación. Quien confía en que México ya despertó. Quien percibe el chance de colar su candidatura para las elecciones que se pudieran ofrecer. Quien teme que México ya se fue a la mierda y tomará una generación recuperarlo (y eso si no nos alcanza antes el cambio climático que nos tienen preparado los mismos que lo siguen provocando). Hay quien cree que entiende. Quien supone que no entiende. Quien no sabe pero entiende. Quien no cree nada, y menos en lo que el gobierno quiere explicarnos. Quien reconoce en el narco al nuevo amo. Nadie sale ileso. Nadie permanece indiferente.

Una colega que es buen termómetro para el clima de los tiempos a nivel de pueblo lo resume en una palabra: zozobra. Son los vientos encontrados que nos ponen a punto de naufragio. El ánimo sin sosiego de quien no encuentra salida. La clave del descontento, atragantada.

Por mera consonancia, en busca de respuestas o alivio, uno viene entonces a tocar a las puertas siempre entreabiertas y sin candado de Ramón López Velarde. En 1919 publicó en Zozobra sus poemas de cuando la tormenta revolucionaria. El retorno maléfico, uno de los más conocidos y atesorados, cuyos versos que pasaron al refranero popular y los diccionarios de citas (Y una íntima tristeza reaccionaria), nos dice sin misericordia ni respuestas:

“Mejor será no regresar al pueblo,/al edén subvertido que se calla/en la mutilación de la metralla.//Hasta los fresnos mancos,/los dignatarios de cúpula oronda,/han de rodar las quejas de la torre/acribillada en los vientos de la fronda.//Y la fusilería grabó en la cal/de todas las paredes/de la aldea espectral,/negros y aciagos mapas,/porque en ellos leyese el hijo pródigo/al volver a su umbral/en un anochecer de maleficio,/a la luz de petróleo en una mecha/su esperanza desecha.//Cuando la tosca llave enmohecida/tuerza la chirriante cerradura,/en la añeja clausura/del zaguán, los dos púdicos/medallones de yeso,/entornando los párpados narcóticos,/se mirarán y se dirán: ‘¿Qué es eso?’”

Así las cosas (como dice la muletilla de los gacetilleros), ¿cómo les explicamos a los niños? ¿Cómo animamos a los jóvenes? ¿Cómo satisfacemos nuestras preguntas? ¿Cómo perdonamos a un poder que dice yo no fui con justificaciones indecentes que ofenden la inteligencia? Su economía no sirve. Su entreguismo se devalúa centavo a centavo. Su proyección telemática cayó más bajo que una mala telenovela. Sus promesas y programas valen lo mismo que sus policías y funcionarios y partidos y retahílas de mala propaganda. Su prestigio internacional apesta a cloaca. Al actor se le corre el maquillaje y mueve a lástima. Como en el relato de Zbigniew Herbert, el emperador sueña con una grieta, no durante grandes batallas, sino creyéndose una chinche que busca un hueco en la pared para esconderse. (Sí. Nada es más ordinario que los sueños de los emperadores.) Pero como toda bestia herida, el poder enseña las garras.