Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Suplemento Cultural de La Jornada
Domingo 2 de noviembre de 2014 Num: 1026

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Robert Howard,
Lovecraft y
Solomon Kane

Ricardo Guzmán Wolffer

La precursora
Doña Sebastiana

Fabrizio Lorusso

Buganvilia
Leandro Arellano

Margo también recuerda
Adriana Cortés Koloffon
entrevista con Margo Glantz

Henri Matisse: el ritmo
del movimiento detenido

Germaine Gómez Haro

Terry Bozzio, baterista
Saúl Toledo Ramos

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Columnas:
Perfiles
Gaspar Aguilera Díaz
Jornada Virtual
Naief Yehya
Artes Visuales
Germaine Gómez Haro
Bemol Sostenido
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Paso a Retirarme
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La Jornada Semanal

 

El germen de las balas

Ollin Velasco


El disimulo. Así nació el narco,
Rubén Rocha Moya,
Granises Servicios Editoriales y de Comunicación,
México, 2013.

Esta es una simulación del nacimiento del narcotráfico en México; una radiografía no autorizada de cómo el fenómeno, que actualmente llena con miles de cuerpos la fosa común en que se ha convertido nuestro suelo, empezó a cocinarse hace tiempo en el occidente de la república. Esta es una ficción, que de rigurosa ficción tiene sólo el título.

Chepederas, Sinaloa. La vida transcurre sin sobresaltos en este pueblo escondido entre montañas fecundas. No hay miseria, pero sí campea una pobreza monetaria y existencial que mina notoriamente la cotidianidad de sus pobladores. La agricultura, que fuera antes la principal actividad productiva, ya no es rentable. Mucha gente ha migrado a Estados Unidos. El dinero ya no alcanza. Los tiempos se ponen peores, pero al menos son apacibles.

Hasta que un día llega la mariguana. Y todo cambia.

Con el talento de mentes visionarias y el pleno consentimiento y conveniencia de los campesinos oriundos, sus retoños reptan hasta los campos de sembradío y se confunden entre jitomates, sandías y alfalfa que ya nadie compra a buen precio. Se camuflan.

Es así como Rubén Rocha Moya, académico familiarizado con el tema y político oriundo de Badiraguato, Sinaloa, reconstruye la cronología del emporio más importante de las drogas, en el México de algún tiempo. Lo cual no es cien por ciento verdad, pero tampoco mentira.

Con el respaldo de su experiencia en cargos públicos, el autor  (quien fuera  jefe de asesores durante el gobierno de Jesús Aguilar Padilla, en el mismo estado) hace encarnar figuras de evidente actualidad, en personajes de bordes limados a ritmo de balaceras.

Esta obra es una guía que se abriga en la licencia inventiva de la novela, para aventurar posibles orígenes y causas del enquistamiento del narco mexicano. No juzga. Solo escarba hasta las raíces, desentierra las crónicas que cualquier habitante de la región podría contar (o comprobar) y conecta evidencias.

Maclovio Medina es punto de ida y retorno de la construcción.  Simboliza al campesino de bolsillos deslucidos, que es seducido por el guiño de la siembra de mariguana entre su cosecha y termina mucho más rico de lo que alguna vez hubiera imaginado. Nada más y nada menos, porque se vuelve el capo mayor de las drogas en el país, y en uno de los nombres más perseguidos en otros territorios.

Conforme avanzan las páginas, el lector puede darse cuenta de que cada apartado es un consomé de lecciones que sólo puede dictar alguien que ya ha vivido en tierras de nadie. La prosa de Rocha Moya está barnizada con tonos del habla usual en los lugares que evocan sus escenografías; se percibe un malestar inyectado en las frases desoladas de sus personajes; permea la cultura de la condescendencia hacia la muerte, de la normalización del horror. Se leen miedo, inconformidad, arreglos obscuros, o a plena luz del día.

Maclovio lleva su éxito colgado al cuello, bañando sus rifles, surcando el cielo con los mejores aviones de carga, ofreciendo las mejores fiestas, comprando las más estratégicas influencias, iniciando a otros miembros de su dinastía en el negocio familiar. Pero todo trae aparejado una factura, y las de él son cuantiosas y no tardan en llegar. Pronto, su nutrido padrón de enemigos se encarga de sacudirle las entrañas, hiriéndole el flanco más vulnerable: la gente que ama.

A punta de golpes fatídicos, Maclovio comprueba que una vez probadas las mieles de las ganancias peligrosas, es casi imposible renunciar a ellas y salir ileso del intento.

Rocha Moya no le teme a lo traslúcido de sus imágenes. En esta novela deambulan por igual hermosas sicarias, que mandamases, niños y ancianos adictos, desaparecidos, matones sin entrañas, espías, médicos acosados por metralletas, cuerpos sin cabeza, carteras sin fondo o elementos de la policía, ejército o gobierno, vinculados en primer orden al jale ilegal. Pero una idea se mantiene intacta a lo largo de la lectura: el narco ha nacido, crecido y reproducido sus caras, a la sombra del amparo y encubrimiento oficial.

La inmersión en esta trama revela cómo una región y una forma de vida tradicional cambian al son de narcocorridos, fajos de billetes verdes, pactos y tiros de gracia. El disimulo (que también implica un doble sentido, pues además de la acepción conocida de la palabra, en Sinaloa igualmente hace referencia a una especie de soborno) hace reflexionar sobre las obligaciones del gobierno para con la sociedad, el valor de la honestidad ciudadana y el papel que puede jugar la educación para salvar los cimientos de una identidad y la salud del porvenir.

La leyenda de Chepederas se torna la de numerosos puntos en el mapa. Los párrafos ideados por Rocha (quien entre1993 y 1997 fuera rector de la Universidad Autónoma de Sinaloa) enseñan que hay batallas que no se ganan (o que ni siquiera se libran) por conveniencia; que un problema de dimensiones tan grandes es el resultado de un sinfín de circunstancias que lo facilitan y que, para tratar de entenderlo y solucionarlo hay que cavar hondo y atreverse a mirar cada vez más profundo.

Estos capítulos, henchidos de luces sobre senderos oscuros, exponen la anatomía de una cultura del aguante, de la toxicidad de los eufemismos fabricados para justificar. Fue disimulo lo que engendró y alimentó al narco desde que apenas gateaba en el occidente mexicano. Es justo reconocer que siempre hemos sido parte del problema. Las acciones pesan tanto como las omisiones; los rifles, tanto como el silencio.



El antiguo imperio de la colonia Condesa,
Ignacio Otero Muñoz,
Infame Turba, 2014.

Ahora conocida, y no sin desafortunada razón, como “la fondesa” o, peor aún, el paraíso hipster, el célebre barrio ubicado hacia el centro-sur de Ciudad de México ha sido también, desde que fuera fundado, escenario, testigo y lugar de residencia. Lo primero, de la manera en que, arquitectónicamente, la urbe adquiría trazos y rasgos cada vez más propios y singulares; lo segundo, de los hechos y circunstancias tanto cotidianos como extraordinarios, que han venido conformando su historia peculiar; lo tercero, de gente de a pie –la que verdaderamente le da tono y ritmo a los días– que ha sabido cohabitar con personalidades de todo tipo, especialmente artísticas y literarias, que hallaron aquí el lugar propicio para la vida. Este libro de Otero Muñoz contribuye a lo mucho que se ha escrito y dicho sobre la Condesa, desde su personal perspectiva, es decir, la de quien siempre ha formado parte de ella.