Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 26 de octubre de 2014 Num: 1025

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Antonio Cisneros
como cronista

Marco Antonio Campos

Los amores de Elenita
Paula Mónaco Felipe entrevista
con Elena Poniatowska

Retrato de Dylan Thomas
Edgar Aguilar

En mi oficio o ceñudo arte
Dylan Thomas

Presencia y desaparición
del mundo maya

Vilma Fuentes

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Columnas:
Bitácora bifronte
Ricardo Venegas
Monólogos compartidos
Francisco Torres Córdova
Mentiras Transparentes
Felipe Garrido
Al Vuelo
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La Otra Escena
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Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía
Cabezalcubo
Jorge Moch
A Lápiz
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Cinexcusas
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Luis Tovar
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Vaciar el tintero (II DE IV)

Precoz y seguro de su vocación cineasta, el jalisciense Samuel Kishi Leopo dirigió su primer cortometraje –Memoria viva, documental– en 2006, con apenas veintidós años de edad, y aún tenía menos de treinta cuando –con la colaboración de Sofía Gómez Córdova– coescribió y dirigió su primer largometraje de ficción, titulado Somos Mari Pepa (2013), cuyo antecedente directo, el cortometraje cuasi homónimo Mari Pepa, ganó un Ariel en 2012, así como el Ojo del Festival de Morelia hace tres años.

El núcleo narrativo es el mismo para el corto que para el largo: se trata de cuatro chavos, entre los dieciséis y los diecisiete años, que alentados por uno de ellos –Alex, peronaje principal e hilo conductor de la trama–, quieren participar en una “guerra de bandas” próxima a celebrarse en su natal Guadalajara. Kishi Leopo tuvo la habilidad suficiente para que esta muy reducida anécdota creciera, sin mayor cosa que reprochar, de los dieciocho minutos en los que es contada en el corto, a los noventa y cinco en los que es desarrollada en el largo. Con ello, salió indemne de una osadía que varios colegas suyos han intentado, sólo que con resultados deplorables: precisamente la que consiste en alongar una historia originalmente realizada en clave de corto aliento, sin que el ejercicio acabe en hipertrofia.

Por el contrario, y visto en retrospectiva, el cortometraje Mari Pepa no sólo es el germen de la trama de su posterior extensión, sino basamento absoluto: hay escenas de aquél recuperadas en el largo, que sirven lo mismo como punto de partida para ciertos elementos de la narración, que como enlaces secuenciales para darle coherencia al todo. En otras palabras, es evidente que desde un principio Kishi Leopo concibió una historia de largo aliento, de la que previamente hizo una suerte de resumen para después desarrollarla a plenitud.

Aun sin soslayar algunas deficiencias técnicas, en las que afortunadamente ya muy de vez en cuando incurre el cine nacional, son más los aciertos que las insuficiencias de Somos Mari Pepa. Entre las más evidentes debe apuntarse lo positivo que resulta tener, en nuestra cinematografía, un filme cien por ciento emanado de cualquier lugar del país que no sea la capital: guadalajareña hasta el tuétano, la cinta fue ideada, escrita, producida y dirigida en la capital jalisciense; sus personajes son oriundos de Guanatos y, desde luego, la trama tiene lugar en Guadalajara. El dato no es menor, si se considera el obcecado centralismo que no deja de ser uno de los rasgos más acusados del cine hecho en México, así como la consiguiente rareza de producciones como ésta.

Pero el acierto más relevante de la cinta rebasa conveniencias estructurales y consiste en lo que cuenta o, mejor dicho, en aquello que hace largo al largo y que en el corto es apenas entrevisto: las razones por las cuales la fracasada, la casi nonata banda de rock homónima al título de la película no puede participar en la “guerra de bandas”. Dando por descontado que son músicos realmente malos y que no logran poner ni una sola rola, el desmembramiento y la deserción parecieran consecuencia directa de tener dieciséis, diecisiete años de edad, y ser mexicano de clase media baja: de los cuatro, uno prefiere pasar el tiempo con su novia, otro prefiere o tiene que conseguir un empleo remunerado y uno más se involucra con el narco; entretanto, Alex, el único que habría querido seguir, no puede porque tiene que hacerse cada vez más cargo de su abuela, con quien vive solo.

El futuro –que ya es presente– del grueso de la juventud de este país está plenamente representado en el filme, desde una perspectiva lo mismo realista que metafórica: por una o por otra causa las expectativas, los deseos, los planes y los gustos del segmento poblacional más numeroso se ven primero pospuestos y, casi de inmediato, cancelados, a cambio de lo cual se les ofrece una realidad que es como una puerta cerrada con violencia contra el rostro: el tiempo y el lugar en el que viven estos maripepos viene y les dice algo así como a ver, chamaco, ya métase a trabajar, haga algo de provecho o ya de perdida cásese, y si le toca entrarle con el narco, sea por gusto o sea por levantón, pos ya estaría de dios… De banditas de rock ni hablar, pero tampoco de estudios universitarios, de empleos gratos, de ingresos suficientes, y ni se le ocurra retobar, si no quiere acabar antes de tiempo en una tumba –legal o de las otras, de las que cada día aparecen más por todas partes.

(Continuará)