Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 26 de octubre de 2014 Num: 1025

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Antonio Cisneros
como cronista

Marco Antonio Campos

Los amores de Elenita
Paula Mónaco Felipe entrevista
con Elena Poniatowska

Retrato de Dylan Thomas
Edgar Aguilar

En mi oficio o ceñudo arte
Dylan Thomas

Presencia y desaparición
del mundo maya

Vilma Fuentes

Leer

Columnas:
Bitácora bifronte
Ricardo Venegas
Monólogos compartidos
Francisco Torres Córdova
Mentiras Transparentes
Felipe Garrido
Al Vuelo
Rogelio Guedea
La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía
Cabezalcubo
Jorge Moch
A Lápiz
Enrique López Aguilar
Cinexcusas
Luis Tovar


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La Jornada Semanal

 
 

Hugo Gutiérrez Vega

Radio Armenia

En la Unión Soviética había una estación de radio que hacía gala del clásico humor ruso y permitía a la población desahogar un poco sus tensiones y escapar de los rígidos controles del sistema. Funcionaba en Eriván, la vieja capital de Armenia, e ignoro las razones por las que, con frecuencia, lograba burlar la estricta censura y divertir a la población con anécdotas regocijadas y críticas encubiertas.

En la época de Jruschev, el humor de este líder gordito y desenvuelto permitió a Radio Armenia transmitir con mayor libertad. Los siguientes ejemplos demuestran que había una complicidad no pactada entre el ingenioso líder y la radio humorística. Contaban que cuando se declaró el serio problema del Canal de Suez, que obligó a renunciar al primer ministro británico Eden, el dirigente soviético se encontraba en una fiesta en la embajada húngara. Los periodistas lo rodearon y le preguntaron cuál era la razón de la renuncia del canciller británico. Nikita contestó: “Me han informado que el elegante diplomático de su majestad renunció por razones de enfermedad.” “¿Qué enfermedad?”, le preguntaron. “Yo pienso que se le inflamó el canal.” Otro día informó Radio Armenia que había sido detenido un moscovita por gritar a media noche frente a las murallas del Kremlin: “El gordo está loco.” El gritón fue encarcelado por dos delitos: armar escándalo en la vía pública y divulgar secretos de Estado.

Despertaron en la madrugada al Timonel de la Revolución china para informarle que las tropas del Pacto de Varsovia habían invadido Praga. Mao preguntó: “¿Cuántos son?” Más de 60 mil, le contestaron. “No pleocupalse, despeltal familia Chang.” Así informó Radio Armenia sobre la tragedia checa. En un programa que los soviéticos gozaron en grande, reprodujeron una anécdota que el propio primer ministro contó: en el año 2050 un niño soviético pregunta a su madre quién fue Nikita Jruschev. La madre abre la Enciclopedia Soviética y, después de mucho buscar, encuentra el dato: “Mediocre crítico de pintura que vivió en la época del gran Mao Zedong.”

En un programa especial dedicado a los partidos hermanos del mundo, la radio de Eriván informó que una célula del clandestino Partido Comunista de España que funcionaba en un pueblo al sur de Andalucía, organizó una rifa para allegarse fondos: el primer premio era un viaje a Moscú con todo pagado, por una semana. El segundo premio eran dos semanas.

Radio Armenia fue por muchos años un ejemplo de ironía sutil y de crítica habilidosa al sistema autoritario. Su desaparición causó una gran pena a los soviéticos, que tenían pocas oportunidades de reír y de burlarse de sus líderes, de sus limitaciones y sus tristezas. Pero es necesario decir que esta Radio, de alguna sutil manera, coincidía con el programa que Dubcek llamaba “socialismo con rostro humano”.

En Leningrado circulaban clandestinamente periódicos satíricos con caricaturas muy ingeniosas, y en algún teatro se lograba burlar la censura con ingenio y astucia. El caso más notable fue El dragón, de Eugenio Schwartz. Esta obra, aparentemente para niños, describía una ciudad pequeña gobernada por un terrible dragón. El aventurero idealista Sir Lancelote llega y escucha las quejas de sus habitantes. Reta, pelea y derrota al dragón, pero queda malherido y tiene que ir a curarse a las montañas negras. El alcalde y su hijo, rateros y pícaros como cualquier alcalde mexicano, se aprovechan de la situación y se nombran vencedores. Lancelote regresa, los castiga y, en la fiesta del triunfo, contesta la pregunta de un niño: “¿Nos hemos librado del dragón?” “Del dragón físico sí, pero ahora hay que matar al dragón vive en sus almas enfermas.” La obra fue prohibida, aunque el autor explicó que el dragón era el nazismo, el alcalde y su hijo eran la democracia burguesa y Lancelote el pueblo socialista, pero los espectadores tenían su propia lectura: el dragón era Stalin, el alcalde y su hijo la nomenklatura, y Lancelote seguía siendo el pueblo socialista.

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