Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 12 de octubre de 2014 Num: 1023

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

De las guerras
que somos

Omar González

Luis Nishizawa:
los dones cultivados

Augusto Isla

Requiem por
Alain Resnais

Miguel Ángel Flores

Mi voz raza
de alto horno

Héctor Kaknavatos

Leer

Columnas:
Bitácora bifronte
Jair Cortés
Mentiras Transparentes
Felipe Garrido
De Paso
Ricardo Yañez
La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía
Cabezalcubo
Jorge Moch
La Casa Sosegada
Javier Sicilia
Cinexcusas
Luis Tovar


Directorio
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La Jornada Semanal

 

Alonso Arreola
Twitter: @LabAlonso

¿Supiste que se murió Ayelén?

Así nos dijeron por teléfono algunos amigos con quienes hablamos asuntos variopintos aquel día de septiembre: “¿Supiste que se murió Ayelén?” La noticia nos sorprendió en alguien tan joven (cuarenta y tres años), pero sobre todo nos entristeció en alguien tan diáfano con quien suponíamos encuentros futuros. Esa fue siempre nuestra impresión: Ayelén Hernández era una persona transparente. Una impresión que hoy da gusto ver repetida en innumerables músicos y colegas que comparten despedidas adoloridas en la página de Facebook de quien fuera mánager de Pathé de Fuá y coordinadora en México de Music Broker, entre muchas otras cosas. (Este mismo diario publicó la noticia de su muerte el 27 de septiembre vía la pluma de Javier Hernández Chelico.)

Aunque en últimos tiempos no teníamos una relación cercana, los años de conocimiento profesional fueron muchos. Quince por lo menos. Desde entonces (cuando editábamos la revista Latin Pulse! para la cadena Tower Records) supimos que Ayelén era de las pocas personas del medio que sabían separar el trabajo de los afectos, y éstos de los negocios. Dicho de otra forma: creía en –y se preocupaba por– la esencia del concierto, el disco, la conferencia, el grupo con el que estuviera involucrada, mas no en vulgarizar sus relaciones al son de regalos, piquetes de ombligo o invitaciones a beber, como dictan –o dictaban, dependiendo el caso– los peores usos y costumbres de la industria musical. Era a partir del valor que le otorgaba a sus proyectos y de cómo los estudiaba que se comunicaba con los demás. O sea: era simple y llanamente profesional, lo que siempre le agradecimos pues no intentaba comprometerte con los laberintos superficiales de las grandes compañías a quienes poco importan las personas con nombre y apellido.


Ilustación: Brenda Moncada

Sirva por ello esta columna para recordarla con respeto, pero también para mostrarla como un ejemplo positivo en un oficio que tantas veces olvida su esencia en pos del nepotismo, el amiguismo y el compadrazgo, y no de la calidad. A propósito de ello, la periodista Mónica Maristáin publicó algo preciso sobre la manera de ser de Ayelén Hernández: “Fue una de las pocas jefas de prensa que se relacionaba directamente con los periodistas y no con los medios en los que estos periodistas trabajaban. Eso hace una diferencia tremenda en nuestro oficio.”

“Me destroza saber que ya no podré escucharte porque encontrarte era reunirse siempre con un alma noble”, apuntó con acierto el periodista Xavier Quirarte. “Quien te conoció fue blanco de tu generosidad y amabilidad”, dijo su colega Jesús Quintero. Sin embargo, uno de los textos más sentidos fue el que publicó su amiga la cantante Lila Downs, con quien Ayelén Hernández trabajó algún tiempo: “Querida Ayelén, querida shini kua; hermanita de este camino de la vida, te queremos y nos duele que te nos hayas ido, pero yo sé que nos viniste a visitar en forma de colibrí, que tuviste que dejar esta forma humana por ahora, y así te recuerdo siempre con tus tatuajes que decían cosas buenas, con tus colores alegres y tu paciencia inmensa. Eras ejemplo por vencer el lado oscuro, aunque nunca me lo dijiste, sé que luchabas con fuerza para convertir lo difícil en luz, te agradezco esa sonrisa e interminable delicadeza. Nunca me hubiera imaginado tu muerte pero esto también es la vida, no saber qué vendrá, no saber en qué momento todo cambiará, sí estaremos tristes, pero sonríe mi corazón porque yo sé que sigues volando, y que nos visitarás en forma de Icnocuicatl de hermosa colibrí.”

Y es que es así, lectora, lector: los intermediarios entre un artista y un escenario, entre un artista y un promotor, entre un artista y un medio de comunicación, entre un artista y sus seguidores, son demasiados y pocas veces bienhechores. Lobos vestidos de abuelita, la mayoría reproduce cánones de empoderamiento burocrático. Empero, son gente necesaria para la operación cotidiana del negocio de la música, fundamental para el desarrollo de una carrera de largo aliento. Son personas hechas a golpes de experiencia que, bien o mal, mantienen el pulso de las cosas. De entre ellas algunas veces surge alguien como Ayelén Hernández, sobre quien parece haber un juicio unánime por su simpatía y buen trato, por su empeño y dedicación.

Desde aquí nos despedimos de ella y de su cabello rojo, recordando la época cuando el periodismo sonoroso requería de trabajo duro a pie y sobre papel, y no sólo ocurrencias anodinas en la vacuidad de la red. Buen domingo. Buena semana. Buen tránsito, Ayelén.