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Cuando falló el diálogo, hablaron las armas
L

a Convención de Aguascalientes, que sesionó en esa ciudad del 10 de octubre al 14 de noviembre de 1914, se reunió con un propósito fundamental: evitar la guerra civil entre los revolucionarios vencedores, que acababan de destruir el antiguo régimen. Los promotores de la reunión fue un grupo de revolucionarios que se nombraron pacificadores, entre los que destacaban Álvaro Obregón, Antonio I. Villarreal, Lucio Blanco, Juan Cabral, Rafael Buelna y Eulalio Gutiérrez. La asamblea pacificadora, fruto de sus esfuerzos, fue dominada por ellos, y el gobierno que pretendió darle al país el 1º de noviembre era también criatura suya y, muy en particular, de Obregón.

Pero no había forma de evitar la guerra entre quienes impulsaban una revolución social que estaba trastocando las estructuras económicas (Zapata y Villa) y quienes querían la restauración del orden liberal (Carranza). Y en noviembre de 1914, los pacificadores o terceristas (porque buscaban una tercera opción, intermedia) carecían de un liderazgo claro y de fuerza propia, del mismo modo que el bonapartismo que nos permite entender el posterior gobierno de Obregón era prematuro en 1914, pues distaban de haberse agotado las energías revolucionarias (y la salida bonapartista requiere de su agotamiento, así como el empantanamiento político o militar). Entre noviembre de 1914 y enero de 1915 la opción tercerista se hizo humo, pero sembró las semillas del triunfo obregonista.

En efecto: solemos llamar sonorense al grupo que gobernó a partir de 1920, y si nos atenemos al primer gabinete de Obregón, sonorense parece por el origen del presidente y de los titulares de las carteras aparentemente más importantes: Plutarco Elías Calles, Adolfo de la Huerta y Benjamín Hill, secretarios de Gobernación, Hacienda y Guerra. Pero quienes diseñaron y aplicaron las políticas que dieron sentido a ese gobierno fueron los secretarios de Educación, Agricultura y Comunicaciones, José Vasconcelos, Antonio I. Villarreal y Amado Aguirre, tres hombres con los que Obregón amistó en los días de Aguascalientes. También en Aguascalientes Obregón trató a otros políticos claves de su gobierno, como Miguel Alessio Robles, Antonio Díaz Soto y Gama y Eulalio Gutiérrez. Podemos arriesgar, pues, que el grupo que diseñó el Estado posrevolucionario nació en Aguascalientes, pasó por el crisol de la guerra, levantó la voz en el Congreso Constituyente y tomó el poder en 1920. Durante la guerra contra zapatistas y villistas, muchos oficiales terceristas y carrancistas se sensibilizaron y comprendieron que no podrían vencer sin hacer concesiones a las demandas de las masas (aunque sea en el sentido populista que las somete a la voluntad del Estado y su sumisión al mismo).

Ya en México, después de la fuga de los últimos terceristas (enero de 1915), en la convención se discutió el proyecto de la revolución popular. Tiene razón Arnaldo Córdova cuando señala que en esos meses México conoció el debate de los problemas nacionales más auténticamente representativo, popular y democrático que jamás haya habido a lo largo de su historia, del que resultó el Programa de reformas económicas y sociales de la Revolución, una tardía respuesta a los problemas del país que llegó cuando ya no podía aplicarse, pues la División del Norte había sido vencida en el campo de batalla. El Programa es el canto del cisne de los campesinos armados, el último testimonio de la sapiencia política de las masas populares, de su espíritu democrático.

Difiero, en cambio, de la generalizada idea que explica la derrota villista con el argumento de la carencia de proyecto: en general las revoluciones definen su proyecto sobre la marcha: recordemos que los diputados del tercer estado francés, en 1789, no suponían que proclamarían la república y eliminarían al rey y a la aristocracia; o que por ejemplo, en 1959 Fidel Castro no se había definido por el socialismo.

Termino: si vemos al villismo a través del cristal de sus delegados a la Convención de 1915, nunca lo entenderemos. Después de Aguascalientes, sus principales generales se incorporaron a la campaña militar y en la convención quedaron personajes de escaso relieve, miembros de su sector ideológicamente más conservador. No estuvieron presentes los caudillos populares y agraristas norteños. Es evidente que las prioridades del villismo en 1915 no están en la convención, sino en la guerra.

Pd1: Acaba de publicarse un libro que explica de manera espléndida la historia y el significado de aquella Soberana Convención Revolucionaria: Felipe Ávila, Las corrientes revolucionarias y la Soberana Convención. Lo presentaremos en la Fe­ria del Libro del Zócalo.

Pd2: ¿Cómo puedo hablar de historia ante la sangre y la tragedia cotidianas, ante la brutalidad espeluznante de Iguala y Tlatlaya? Quizá porque es lo que sé hacer, porque es mi única forma de combatirla.

twitter: @salme_villista

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