jornada


letraese

Número 219
Jueves 2 de Octubre
de 2014



Director fundador
CARLOS PAYAN VELVER

Directora general
CARMEN LIRA SAADE

Director:
Alejandro Brito Lemus

pruebate



editorial

Joaquín Hurtado

María Eugenia Llamas (1944-2014)

La Tucita fue una infatigable promotora cultural en Monterrey, su ciudad adoptiva. La actriz, famosísima por haber actuado en algunas legendarias producciones del cine mexicano, fue una valiente defensora de los derechos gays y de los enfermos de sida. Sus posiciones feministas y de lucha social a favor de las banderas más progresistas la comprometieron al grado de arriesgar su imagen y su estabilidad laboral. Aquí van dos anécdotas, de entre muchas, que tuve el privilegio de vivir con mi entrañable amiga.

Desvelados en la radio
Un empresario amigo de María Eugenia, dueño de una estación de radio, la invitó a organizar unas veladas radiofónicas. A ella se le ocurrió invitarme como cronista en el primer programa, me dijo que tenía absoluta libertad para hablar de cualquier cosa. El programa era en vivo y además “muy temprano”, ¡a las dos de la mañana! Llevé unos discos de jazz y ella me hacía preguntas. Como no queriendo la cosa, me fue orillando a hablar de temas de su interés como el fallido intento de los  grupos conservadores para erradicar las causales de aborto de nuestra legislación local. A los diez minutos de nuestra fiesta radial llegó una llamada telefónica. Nos emocionamos, ¡teníamos radioescuchas! Pero la llamada era una orden terminante para que nos cerraran el micrófono. El guardia del edificio Latino, en el corazón de Monterrey, nos invitó de mal modo a desalojar la cabina. Estuvimos en plena banqueta, sentados en el cordón hasta el amanecer, en un delicioso cotorreo, divertidísimos con lo sucedido. Supongo que el amigo dueño de la radio nunca la volvió a invitar.

Una plática en el Topo
María Eugenia había sido nombrada titular del área de difusión y promoción cultural en el sistema de readaptación social del estado. Debía desarrollar estrategias para sensibilizar con las artes y la lectura a los internos e internas, quienes en años recientes ya habían sufrido motines con víctimas fatales. Ella no tenía miedo. Apenas llevaba unos cuantos días de estrenar su cargo y me invitó a impartir una charla en el auditorio del penal del Topo Chico, un sobrepoblado centro de reclusión. Mi tema era el vih/sida. El director del penal nos quiso ver antes de la actividad. Muy amablemente me leyó la cartilla, me advirtió del grave peligro que el centro penitenciario corría si no respetaba el protocolo de seguridad, el cual consistía, sobre todo, en “no hablar nada de sexo y mucho menos del condón”. Cuando salimos de la oficina del director, María Eugenia me guiñó un ojo, me dio un codazo y con una sonrisa pícara me dijo: “Querido Joaquín, ¿por supuesto que no vamos a obedecer todo lo que nos pidió el licenciado, verdad?”
Y así fue. Me demoré eternidades en hablarle a los bravos de las bellezas del sexo protegido y de lo horrible que sería una doble condena como internos si por ignorancia o descuido contraían una infección como el VIH/sida. Más de cien asistentes hicieron una cantidad increíble de preguntas y opinaron tranquilamente acerca del temible sexo. Saqué un paquetito de mi chistera y les mostré didácticamente el uso lúdico del condón. Todo un éxito. Los monstruos besaron las manos y echaban piropos a la diva. Al día siguiente la llamé para saber acerca de las reacciones ante nuestra travesura en las altas esferas y ella, muerta de risa, me respondió: “Ya me corrieron, pero no importa, jamás voy a condescender con los imbéciles de este mundo.”


S U B I R