Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 21 de septiembre de 2014 Num: 1020

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Cartas de Juan
de la Cabada a
José Mancisidor

Las Crónicas
parisienses
de
Alfonso Reyes

Vilma Fuentes

Martín Chambi, un
fotógrafo fundamental

Hugo José Suárez

Homenaje póstumo

Nicanor Parra,
un siglo de humor

José Ángel Leyva

¿Quién le teme a
Sigmund Freud?

Antonio Valle

Con ustedes,
los Rolling Stones...

Juan Puga

Leer

Columnas:
Galería
Ricardo Guzmán Wolffer
Jornada Virtual
Naief Yehya
Artes Visuales
Germaine Gómez Haro
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Paso a Retirarme
Ana García Bergua
Cabezalcubo
Jorge Moch
Prosaismos
Orlando Ortiz
Cinexcusas
Luis Tovar


Directorio
Núm. anteriores
[email protected]
@JornadaSemanal
La Jornada Semanal

 

Jorge Moch
[email protected]
Twitter: @JorgeMoch

Vana ilusión del televidente

Que México tenga más de dos televisoras abiertas ha sido un reclamo popular por mucho tiempo. Pero el anquilosado sistema político privilegió, desde la aparición del medio en México, allá por finales de 1949, un maridaje nauseabundo, primero con el imperio de la familia Azcárraga en Televisa y luego de una turbia privatización de la red gubernamental Imevisión, cuando nació TV Azteca curiosamente adquirida por un pariente del entonces presidente Salinas y, además, prestidigitando en garantía de adquisición un misterioso préstamo de millones de dólares sin recibos ni consecuencias fiduciarias, otorgado, otra vez de inexplicable manera, por el hermano del presidente (y así la cosa turbia esa quedó en familia). Quienes creímos entonces que TV Azteca rediseñaría los modos de hacer televisión en México nos quedamos con un palmo de pantalla por narices. La programación de Imevisión, que desde luego adolecía de cierta grisura, de un oficialismo sin matices, no mejoró. El oficialismo sin matices ahí siguió, sazonado con malas copias de los ya de por sí malos productos de Televisa, en no pocas ocasiones a su vez refritos de otras producciones televisivas del mundo y, para acabar de torcer el asunto, con una marea publicitaria que asfixia a la audiencia. Y así el carnaval de tanta porquería que hoy conocemos hasta el hartazgo.

Una de las pocas cosas plausibles en una reforma en materia de telecomunicaciones en México sería entonces la competencia verdadera, la incentivación de nuevas firmas que aportaran variedad y frescura de contenidos, pero sobre todo llevaran implícita la obligatoriedad de un reto para las televisoras preponderantes: dejar de tratarnos a los mexicanos como imbéciles, dejar de tratar de manipularnos en pos de la agenda de un estamento político profundamente hipócrita y corrupto, y simplemente informarnos con veracidad a la par que se nos ofreciera entretenimiento verdaderamente de calidad, en cobertura masiva. Que las barras programáticas fueran un poco más como las de Canal Once, Canal 22 o TV UNAM y menos como lo que hacen Televisa y TV Azteca o sus símiles como Univisión; ah, la belleza de las utopías...

Pero las experiencias de diversificación de mercado, salvo pequeñas, muy pequeñas pero honrosas excepciones, demuestran que el camino a seguir no necesariamente será el del enriquecimiento de los contenidos o el apego a las más elementales directrices éticas del periodismo, sino a los usos y costumbres de la podredumbre a la que malamente el público mexicano se ha acostumbrado al grado de aplaudir y pedir más mierda. Y el quid está en los candidatos y posibles tiradores a llevarse las concesiones de al menos dos canales de televisión abierta por venir. Algunos nombres permiten esperar una televisión más o menos seria, como sería el caso de Manuel Arroyo, de El Financiero, o Joaquín Vargas, de MVS, pero otros, como Olegario Vázquez, del Grupo Imagen o su tío, el sempiterno padrino de la cosa nostra olímpica en México, Mario Vázquez Raña, quien maneja la Organización Editorial Mexicana y a prensa eminentemente gobiernista –y de manera particular y dogmática inclinada al pri al grado de ser siempre su Pípila mediático– no harían sino rendir pleitesía al partido en el poder y cuidarle las espaldas y maquillarle las escaras a Peña Nieto por lo que le quede de mandato. Difícilmente –el escepticismo me viene de más de cuarenta años de atestiguar cómo las televisoras privadas parecen concentradas en la tugurización del gusto y la cultura de los mexicanos, empeñadas en hacer del amarillismo noticia y de lo banal espectáculo, mientras con trucos de cámara o francas mentiras esconden (o pretenden hacerlo) la inepcia y la estupidez de los hombrecitos que dicen gobernar este país desde hace demasiado tiempo dándonos la espalda y el esquinazo– unas televisoras operadas por actuales palafreneros gobiernistas –allí está claramente el ejemplo de Cadena Tres, del mismo Olegario Vázquez Raña, y los contenidos de sus informativos– serían capaces de enfrentar al sistema político corrupto que por algo les permitiría acceso al espectro radioeléctrico. Difícilmente surgiría, como alguna vez dijera Mony de Swaan, una “BBC mexicana”. Difícilmente lograríamos deshacernos de basura televisiva como Laura Bozzo o Rocío Sánchez. Y creo, empero, que las veríamos multiplicarse. Qué horror.

Porque está claro que el objetivo del sistema político mexicano no es la renovación, sino la perpetuidad. Y para ello necesita, desde luego, a la televisión.