Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 21 de septiembre de 2014 Num: 1020

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Cartas de Juan
de la Cabada a
José Mancisidor

Las Crónicas
parisienses
de
Alfonso Reyes

Vilma Fuentes

Martín Chambi, un
fotógrafo fundamental

Hugo José Suárez

Homenaje póstumo

Nicanor Parra,
un siglo de humor

José Ángel Leyva

¿Quién le teme a
Sigmund Freud?

Antonio Valle

Con ustedes,
los Rolling Stones...

Juan Puga

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Columnas:
Galería
Ricardo Guzmán Wolffer
Jornada Virtual
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Germaine Gómez Haro
Bemol Sostenido
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Ana García Bergua
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Ana García Bergua

De la vida de los escritores

Una escritora escribe sobre un escritor más que maduro, el cual escribe sobre un arquitecto más joven. El escritor, además, entabla una relación con una mujer guapa bastante menor que él, aunque no propiamente joven, y a pesar de estos talismanes que de alguna manera suenan familiares en esos casos, lo acechan las sombras de la edad y sus afecciones irremediables. Empecé diciendo “una escritora escribe”, pero no estoy segura de que Aline Pettersson, la autora de esta novela que se llama A la intemperie, sea la voz que narra, a manera de diario, las vicisitudes y vacilaciones a que se enfrenta un escritor (o escritora) en el momento de sumergirse en la creación de un personaje:

“Pedro de la Serna está tomado de aquí y de allá. De la memoria de una vida –mi vida–. De gente a la que le he robado un rasgo o dos. No, no es nadie y, al mismo tiempo, es muchos o varios. Es quizá la observación de ciertas maneras de situarse en la escritura, los amores, el tiempo y, claro, la edad. Pero no, no debe ser nunca un portavoz de mi ansiedad. No, Pedro de la Serna precisa cobrar vida propia que lo lleve a sumergirse en sus obsesiones, placeres o disgustos, en fin, en su camino. Debe ser el propietario de su neurosis particular.”

Quien dice esto podría no ser Aline Pettersson, la autora del libro, sino otro personaje a su vez de nombre “yo” (ese “yo” engañoso que nunca terminamos de ser cuando escribimos “yo”), de manera que A la intemperie se convierte en una caja china, una exploración sobre los desdoblamientos de la identidad en la escritura, pero también sobre el pensamiento en el laberinto de las palabras y un intento de atrapar el tiempo, el tiempo de la vida y el tiempo del libro. Ya Aline Petterson, en novelas anteriores como Tiempo robado, Círculos o Las muertes de Natalia Bauer había indagado en el tema del tiempo, las edades y la enfermedad. De alguna manera lo hizo también en La noche de las hormigas, en la que un médico acuchillado agoniza en un parque rememorando su vida. En esa novela, la autora aborda el tiempo entreverado con muchas otras cosas, entre ellas la permanencia del fondo de los mismos conflictos humanos a través de las épocas.

A la intemperie es una novela corta y fragmentaria, no propiamente un diario si bien tiene el aire y un poco la forma del cuaderno de notas de un escritor en el que se van alternando la vida y la escritura siguiendo sus propias respiraciones. La escritura es, en este caso, una tabla de salvación y a la vez un espejo: a lo largo de la novela, Pedro de la Serna va sintiendo que las fuerzas lo abandonan, y sin embargo se esfuerza por mantenerse de este lado de la orilla. Lo angustia esta mujer misteriosa y callada pero pletórica de energía y ansias de ser llenada, a la que no sabe si podrá satisfacer con la consabida pastilla. Lo angustia que las palabras y los recuerdos se le escapen de vez en cuando, o la posibilidad de que esa otra mujer, la página, se quede a medias. De alguna manera, el estar encarnando con palabras a un personaje más joven, lleno de energía, lo reanima:

“Pedro entrecierra los ojos y se deja invadir por el sentimiento de excitación que le produce el ponerse a escribir. Es como salir del cuerpo y volar al éter. Ensanchar el tiempo, el gran lapso que le corresponde a él sumado a los cuarenta y dos años de su personaje. Es como percibir que los sentidos se le afinan y la agitación lo invade. Percibir un cosquilleo de ideas que va brotando desde sus honduras más remotas. Es dejarse habitar por otras palabras que se ocultan quizá el resto del día.”

La escritura es para Pedro de la Serna el sentido de su vida, rodeada de todas las pequeñas cosas que nutren el ego y el prestigio de un autor ya establecido: los congresos, los viajes, las mesas redondas, la vida cultural acompañada de amigos. Tiene una hija y nietos con los que lleva una buena relación. Y sin embargo, conforme avanzan su vida y sus intentos de ser el mismo, Pedro de la Serna descubre que a pesar de todo algo en él se está apartando, una parte de su vida se desdibuja, hasta que ese blanco, ese lapso de la memoria lo desdibuja a él, lo detiene.

Recapitulación, conjuro, exorcismo y a la vez una gran clase de economía narrativa, a la más reciente novela de Aline Petterson no le sobra ni le falta una palabra para expresar todo lo que la escritura guarda y arriesga en una vida, siempre al filo de la terrible nada.