20 de septiembre de 2014     Número 84

Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER

Suplemento Informativo de La Jornada

FOTO: Leticia Ánimas Vargas

Éramos un chingo. “Un zontli”, hubiera dicho Aldegundo, joven y sabio nahuatlaco de Cuetzalan que el sábado 30 de agosto conducía la camioneta que nos llevó a Olintla, comunidad otomí de la sierra nororiental de Puebla donde las redes en lucha contra las presas y en defensa de los ríos realizaban el décimo primer Encuentro Nacional del Movimiento Mexicano de Afectados y Afectadas por las Presas y en Defensa de los Ríos, al que asistieron unas 400 personas. En la numeración vigesimal de los nahuas, veinte veintes, cifra significativa cuyo signo es zontli: el dibujo de una cabellera ciertamente tan poblada como la nutrida convergencia que se citó en Olintla.

De camino, además de contarme que en la escuela de la Cooperativa Tosepan Titataniske a los niños de primaria y secundaria no sólo se les enseña el náhuatl junto con el castellano, sino también el sistema vigesimal de por acá junto con el decimal que impuso Occidente, Aldegundo me explica que en su cultura los lugares no se ubican geográficamente en relación con los cuatro puntos cardinales. “Para nosotros, dice, valen el este y el oeste, es decir los rumbos por los que sale y se mete el sol, pero en lugar del norte y el sur la otra referencia es arriba y abajo, pues el mundo se divide en niveles”. Y recorriendo los escarpados caminos de la sierra uno tiene que convenir en que a los nahuas les asiste la razón.

Pero los de Olintla no son nahuas, sino orgullosamente totonacos. Y el municipio cobró notoriedad porque fue ahí donde por primera vez en la región la gente detuvo la maquinaria que iba a iniciar los trabajos de una gran presa hidroeléctrica que, además de inundar tierras de labor, descompondría la cuenca y sería punta de lanza de las empresas mineras que ya pusieron el ojo en el Totonacapan. La amenaza era de por sí grave pero, como es habitual, a ella su sumó el agravio: el pueblo llevaba años solicitando inútilmente un camino a las autoridades, y ese es el camino que iban a hacer las máquinas y que las mismas autoridades aprobaron de inmediato cuando lo requirió la hidroeléctrica.

El precursor movimiento de los de Olintla fue decisivo, me dice Leonardo, quien, como parte de la Tosepan, ha estado cerca del proceso. Y es que los comuneros de la localidad le pusieron el cascabel al gato, y después de su acción exitosa, los totonacos, nahuas y mestizos de la sierra concluyeron que si la población de un municipio pequeño y aislado pudo parar a las constructoras, ni modo que los demás no fueran a poder. En cambio si las maquinas hubieran pasado en Olintla, éste podría haber sido el hilo por el que se iría toda la madeja y quizá hoy los megaproyectos se habrían adueñado de la región.

El hecho es que la resistencia cundió en la sierra poblana, como lo testimonia la numerosa presencia de gente local en un encuentro internacional donde también hay representantes de toda la República y de otros países latinoamericanos como Guatemala, Argentina y Brasil.

Olintla es pueblo chico, la gente es pobre y los congregados somos muchos, pero la generosidad de las comunidades es proverbial y en el deportivo donde comemos hay tamales, mixiotes y café para todos. Además seguramente el Señor del Gran Trueno, el Dueño del Monte o algún otro dios totonaco intercedió por nosotros y el clima es benévolo: pese a que en la sierra de por sí diluvia y estamos en agosto, este fin de semana no llovió, de modo que la enorme lona amarilla tendida a un costado de la plaza sólo protege de los rayos del sol al zontli de participantes que ahí nos arracimamos.

La gran lona cobija a los defensores de los ríos pero también –me dicen los que son de ahí– a unos cuantos personeros de los caciquillos locales que merodean atentos a lo que se habla y posiblemente abrumados por lo nutrido de la concurrencia. Y es que los que se sentían dueños de las tierras y de la gente se están quedando solos.

Aquí, como en muchos otros municipios donde los lugareños no se enteraron de las reformas políticas de las décadas recientes, sólo hay dos partidos: PRI y PAN. Y el alcalde que dio luz verde a la presa era del PAN, de modo que el de ahora –que es del PRI– se tuvo que alinear con los opositores y aunque no está presente en la inauguración del evento nos manda saludar con un propio. Hasta los adherentes a una organización priista tan poco recomendable como Antorcha Campesina, que tiene presencia en la comunidad, en lo tocante a este tema se han mantenido neutrales. Y es que por estos rumbos los vientos de la resistencia soplan con fuerza y no tiene caso oponérseles.

Como siempre en los encuentros convocados por redes temáticas, los colectivos y la banda oenegenera se dejaron caer por Olintla con su vendimia de folletos, CDs y artesanías de la que sacan para completar lo del viaje. Sin embargo, en las intervenciones –que un prendidísimo serrano bilingüe traduce al totonaco o al castellano, según sea la lengua que emplea el orador– domina con mucho el discurso de los locales y en particular de las mujeres: una, en totonaco, dice que hay que resistir a los megaproyectos, pero también a los programas gubernamentales clientelares como Oportunidades, ahora Prospera; otra, en castellano, nos cuenta que hace unos años su esposo se enfrentó a los caciques y la familia tuvo que salir del pueblo, pero ahora ella está de regreso y dispuesta a continuar la lucha. Y es que en la defensa de los territorios las mujeres van por delante.

La gente de por acá hace milpa para comer y en las huertas que generan ingresos monetarios tiene café, pimienta, plátano y otros frutales, productos que en muchos casos hay que sacar a lomo de bestia. Los arrieros, cuyas interminables recuas de mulas cruzan el pueblo, nos recuerdan lo escarpado del lugar en que nos encontramos. Y nos recuerdan también que estamos en el México profundo, que el Totonacapan y la zona náhuatl de las sierras norte y nororiente de Puebla son mundos rurales de hondas raíces, sociedades fuertemente cohesivas donde el entrevero de indígenas y mestizos que resultó de una historia difícil se resiste con todo a ceder sus espacios vitales.

PD Ayer nuestro periódico cumplió tres décadas, y con este número La Jornada del Campo llega a siete años de ser parte de la aventura. Estamos de fiesta.

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