Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 14 de septiembre de 2014 Num: 1019

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Cabriolas
Carlos Martín Briceño

El defensor del ruido
Paula Mónaco Felipe entrevista
con Mario Lavista

Dos filmes sobre el
golpe de Estado chileno

Marco Antonio Campos

Adolfo Bioy Casares
cumple cien años

Harold Alvarado Tenorio

Las edades narrativas
de Bioy Casares

Gustavo Ogarrio

Carta a Descartes
Fabrizio Andreela

El espejo
Miltos Sajtouris

Columnas:
Bitácora bifronte
Jair Cortés
Mentiras Transparentes
Felipe Garrido
Al Vuelo
Rogelio Guedea
La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía
Cabezalcubo
Jorge Moch
La Casa Sosegada
Javier Sicilia
Cinexcusas
Luis Tovar


Directorio
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La Jornada Semanal

 

Jorge Moch
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Pirotecnia

Hemos, porque por apatía o miedo lo convertimos en asunto de compartidas culpas, permitido que los mezquinos intereses empresariales y de grupo, que el viejo rencor de consorcios y gobiernos extranjeros que desde 1938 mastican la tirria de lo que consideran deuda, preparen, presurosos, un saqueo inminente. Hemos permitido que el pragmatismo monetarista se sobreponga al más elemental sentido común o a cualquier postulado que pondere más lo humano que lo económico. Mudamos en los hechos las riendas del destino nacional de ese que llamamos Palacio a oficinas lujosas en Wall Street o Las Lomas. Dejamos que le ganaran las ambiciones a las necesidades y que prevaleciera sobre apremios viejos, de urgencia nacional, el criterio mezquino por antonomasia de unos pocos dueños de demasiadas cosas, de los medios masivos de comunicación por ejemplo, desde los que se modela una realidad falsificada en noticieros y telenovelas y foros subrepticios, cuidadosamente diseñados para la manipulación del ideario colectivo de gruesos sectores sociales carentes de información, cultura y por ello agudezas de discernimiento. Hemos permitido que el dinero que amasan algunos envenene gente, pueblos, campo, ríos y mares. Y allí, en el epicentro de toda esa fenomenología del gato por liebre, un hombrecito empoderado sin méritos ondeará una bandera y recitará de dientes para afuera consignas y vivas de amoroso patrioterismo que son un dardo socarrón al memorial de los millones de mexicanos que desde el final de la colonia española en México hasta el día de hoy obsequiaron con rabia o miedo, felices o acongojados, trabajos, dolores y la vida misma en pos de algún destino menos injusto, menos infestado de parásitos, menos entregado a la corrupción, el amiguismo, el derecho de pernada, el arribismo, la represión, el nepotismo… un México en que el mérito personal y el esfuerzo y el talento y la creatividad bien empleados tuvieran fines ulteriores, pacíficos, compartidos, y no solamente encumbrar a unos cuantos o acumular riquezas repartidas en bancos, paraísos fiscales y cajas fuertes. Un país en que simplemente nos pareciera importante respetar a los demás y usar por ejemplo un uniforme fuera una responsabilidad enorme, agotadora, y no un salvoconducto para cometer tanto crimen impune.

Hemos permitido que toda una clase social, la clase política, la que habita en la cúpula, se recicle, se preste nombres o herede el puesto público a su progenie –ayer diputado, hoy senador, mañana gobernador y el hijo alcalde– y siga habitando por encima de todos y de la ley misma. Nos hemos dejado desgobernar por delincuentes. Hemos llegado a aplaudir la presencia del inescrupuloso cuando entra al restaurante o lo vemos inesperadamente en una calle, en el aeropuerto o en un centro comercial. Nos faltan agallas y seguimos depositando en otros nuestras ilusiones vanas. Nos obligamos, sumisos, a creer en la voluntad de un presidente para el que “mover a México” no es llevarlo al rescate esencial de sus propios valores, ni hacerlo consciente de sus propias, mal disimuladas deudas históricas, ni hacerlo accesible y transparente para sus habitantes, sino comercialmente atractivo para el mundo empresarial y de alguna manera valioso o deseable… para inversionistas extranjeros, aunque sea cosa sabida que esos inversionistas en lo que menos se interesan es precisamente en el contingente humano de un país: les interesa solamente ese caudal de recursos que deberían ser nuestro patrimonio. Nuestro, no suyo. Patria, no índice bursátil.

Pero nada cambiará si no cambia el paradigma. Si seguimos teniendo presidentes educados en el privilegio y la distinción de castas, la nación seguirá pasando a segundo término. Si los gobernantes mexicanos siguen dejando el puesto público para ocupar luego sitios preponderantes en el entramado de la riqueza, sillones ejecutivos y un trato diferenciado del que recibe el ciudadano común, México seguirá siendo un modelo económico, una plataforma de inversión, un socio estratégico de alguien o la escenografía propicia para el montaje que simule bienestar o justicia, y no el suelo al que debimos aprender a amar y defender hasta con la vida propia. Y cualquier celebración de la marioneta en turno no tendrá más valor que el efímero destello de la pirotecnia o del gritito, tratando de disimular el miedo en un balcón a pesar de estar rodeado de fieros guardaespaldas y tener francotiradores protegiéndole en los cuatro puntos cardinales: “¡Viva México!”. Viva.